Despertad, vigilad, mirad – así somos convocados para iniciar el tiempo de Adviento. Viene el Mesías – ya está llamando a nuestra puerta – viene Aquel que siempre está presente, Aquel que hace de cada uno de nosotros su morada. Despertemos de la somnolencia, levantemos la mirada más allá de nuestro pequeño mundo conocido, conectemos con el anhelo más profundo de nuestro corazón, abrámonos a lo inesperado de la Vida como un niño que abre un nuevo regalo, permitámonos soñar y no nos entreguemos a la argumentación gris de la resignación.
La persona que se haya encerrado y endurecido en su yo, se aferra a lo ya adquirido, tanto interior como exteriormente, y sufre con cualquier cambio. Ve que sus posiciones objetivas están continuamente amenazadas; y sufre con todo lo que pueda contradecir las opiniones que se ha formado. En todo cuanto emprende o piensa, parte de conceptos fijos sobre la realidad, sobre lo que ésta es o debe ser. Por último, sólo reconoce lo que es comprensible e indiscutiblemente perfecto. Por eso siempre tiene que clasificar, ordenar, catalogar y mejorar.
Tenemos tanto miedo que nos cuesta levantar la mirada más allá de nuestro pequeño jardín privado. Nos irritamos ante lo que en la comunidad no concuerda con la representación que nos hemos formado. Proyectamos nuestra forma en todo, como si fuéramos la medida de todas las cosas. Tenemos tanto miedo que nos cuesta confiar, porque la fe y la confianza se dan justamente allí donde el yo renuncia a querer explicar y comprender todo. Tenemos tanto miedo que tampoco podemos saber que la vida tiene un sentido más allá del sentido y del sinsentido aparentes, y que no podremos presentir este sentido hasta que no hayamos comprobado que una vida construida en base a un sentido racional y egocéntrico es un fracaso.
Prisioneros de nuestro yo, nos movemos por una necesidad angustiosa de certidumbres demostrables. Como nos falta la confianza original en la vida, lo único que hacemos es asegurarnos en nuestras propias fuerzas. La confianza en nosotros mismos es una pseudo-confianza porque reposa únicamente en lo que podemos, en lo que poseemos y en lo que sabemos. Nuestra gran preocupación es el defendernos y consolidar nuestra posición. Cuando, ante la vida, lo que solo pretendemos es conservar lo que hay, entonces, aunque sin saberlo, ya estamos en declive, no esperamos nada más que la muerte.
El tiempo del Adviento se nos ofrece como una terapia para una vida tantas veces sonámbula: «Tened cuidado: no se os embote el corazón (…) Estad siempre despiertos…»; «Mirad que llegan días en que cumpliré la promesa…»; «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas…»; «A ti, Señor, levanto mi alma»; «Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación».
Dios nuestro Padre, que en el Adviento de Cristo nos despiertas y nos bendices, que el don de tu Palabra nos visite como el canto del gallo despertándonos para el día nuevo. Danos el arte de vivir el presente sin desesperar nunca de tu misericordia, que nuestros miedos sean un trampolín para tu abrazo amoroso que tanto deseamos. Y que, desde ese abrazo, aprendamos a mirar todas las cosas con un corazón de niño.
¡Feliz tiempo de Adviento para todos!
Que nuestros miedos sean el motor que nos impulse a un vivir en plenitud.
Jesús, que el final nos encuentre vigilantes y justos. Amen
¡¡Feliz Adviento para toda la comunidad!!