El 21 de mayo de 1996, siete monjes cistercienses fueron asesinados en Argelia. Su muerte conmocionó a la comunidad internacional. El testamento espiritual del hermano Christian de Chergé es considerado hoy como uno de los grandes textos del siglo XX. Esta pequeña comunidad del Atlas, que vivía en proximidad con sus vecinos argelinos, vivió hasta el final la amistad y la fidelidad a una vida monástica radicada en tierra del Islam. Lo que hizo vivir a esta comunidad continúa inspirando a muchos hombres y mujeres de hoy, de toda condición, que aspiran a vivir esta fraternidad que los siete hermanos firmaron con sus vidas.
El día 8 de diciembre serán beatificados juntamente con 12 mártires más en la Basílica de Santa Cruz en Oran, en Argelia. A lo largo de los próximos días publicaremos algunos datos de la biografía de cada uno de los hermanos y algunos de sus escritos.
Hermano Christian
Nacido el 18 de enero de 1937 en Colmar (Haut-Rhin), entró en el monasterio del Atlas (Argelia) el 20 de agosto de 1969, siendo sacerdote (había sido ordenado el 21 de marzo de 1964). Hizo su noviciado en Aiguebelle (Francia) y su profesión solemne en el Atlas el 1 de octubre de 1976. Era prior titular del Atlas desde 1984. Estudió en Roma de 1972 a 1974 y estaba muy comprometido en el diálogo interreligioso. Su Testamento, descubierto después de su muerte, pero redactado un año antes, ya está considerado como un clásico de la literatura religiosa moderna.
El 6 de octubre de 1956, con 19 años, Christian entra en el Séminaire des Carmes de Paris. En 1958 debe interrumpir sus estudios en el seminario cuando su promoción es llamada a realizar el servicio militar. En julio de 1959, parte hacia Argelia como oficial SAS (Secciones Administrativas especializadas, cuya misión inmediata consiste en restablecer el contacto con la población y reactivar la Administración bajo todas sus formas). Se centra concretamente en el área de Tiaret con el Coronel Lalande.
Un acontecimiento ocurrido en aquella época será determinante para él, tanto en su amor por Argelia y los argelinos como en su apertura y su interés hacia los musulmanes. Christian traba amistad con Mohamed, un guarda rural musulmán de uno de los municipios administrados. “Tuve la inmensa suerte de poder trabajar con Mohamed, un hombre muy sencillo que era guarda rural… y fue la primera vez que pude, ya adulto, hablar de Dios tan fácilmente, con la clara conciencia de que él era musulmán y con la simple afirmación de que yo era cristiano«.
Un día, se produce un enfrentamiento durante el cual Mohamed protege a su amigo e intenta pacificar a los agresores. «Era un hombre quien se negaba a escoger entre aquellos a los que llamaba sus hermanos y sus amigos«. Es encontrado asesinado un domingo mientras sacaba agua de su pozo. Christian, algunos días antes, viendo a su amigo angustiado por las amenazas que pesaban sobre él, le había dicho: «Dios lo puede todo, voy a rezar por ti«, y él había respondido: «Sí, gracias, pero, ya ves, es una pena, ¡los cristianos no saben orar!»
Christian seguirá marcado toda su vida por este episodio doloroso sobre el cual volverá unos años más tarde, en una homilía sobre El Martirio de la caridad (Jueves Santo, 31 de marzo de 1994): «No puedo olvidar a Mohamed que, un día, protegió mi vida exponiendo la suya… y que murió asesinado por sus hermanos porque se negaba a entregarles a sus amigos. No quería elegir entre unos y otros. Ubi caritas… Deus ibi est!«
Christian fue elegido prior titular de Atlas en 1984 y reelegido en 1990. Él fue uno de los pilares del grupo «Ribat es-Salam» (El Vínculo de la Paz) que se reunía en el monasterio desde el año 1979. El nombre del grupo no es extraño al texto de San Pablo: “Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz” (Ef 4,3).
Testamento espiritual de Christian de Chergé
Cuando un A-Dios se vislumbra…
Si me sucediera un día -y ese día podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país. Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí. ¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente. Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido. Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la «gracia del martirio» debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.
Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas. Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: «¡qué diga ahora lo que piensa de esto!» Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus hijos del Islam tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo. En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este «A-DIOS» en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.
¡AMEN! IM JALLAH!
Argel, 1 de diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de enero de 1994
Christian
Paradojicamente Hermano Cristian, tu muerte es ejemplo de Vida¡
Una vida entregada a Dios al que tu mismo fuíste su ofrenda, una muestra de Amor que nos ayuda a ser vínculos de paz, acá en la tierra.