«No soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy» – San Pablo nos dice así, con toda claridad, lo que es la clave de su vida y de su predicación: Dios es pura gracia, «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia».
Dios ha visto nuestra pobreza antes que nosotros y nos ha mirado con misericordia antes que nosotros supiéramos que la necesitábamos. Él ha entrado por la puerta de la ausencia cuando todavía nosotros desconocíamos la existencia de esa puerta en nuestra propia casa.
Jesús sube a la barca de Simón aparentemente por una cuestión práctica que nada tenía que ver con la vida de Simón: la gente era mucha y se agolpaba en torno a Jesús. Desde la barca, apartada un poco de tierra, podía más fácilmente enseñar a la gente. Cuando termina de hablar a la gente, Jesús da una orden imprevista a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Se trata de una petición que parece insensata, porque Simón y sus compañeros han estado faenando toda la noche sin pescar nada y, por supuesto, saben bien que se pesca poco a pleno día… Y es justamente esto que Simón trata de explicar a Jesús, aunque añada lo que va a ser decisivo: «pero, por tu palabra, echaré las redes».
Esta respuesta de Simón Pedro inaugura un tiempo nuevo en su vida. Contra toda la previsibilidad, contra todos sus cálculos, su respuesta es: me fío de ti, me pongo en tus manos, escucho tu voz, avanzaré únicamente sostenido por tu palabra. Cuando paramos de escuchar el ruido de nuestra argumentación y nos abrimos a la escucha, a la escucha de otro, a la escucha de la realidad en la que vivimos… entonces ocurre el milagro de la abundancia. Donde había escasez ahora hay abundancia.
La escasez en nuestra vida tiene origen en la absolutización de nuestra visión, cuando pensamos que fuera del ángulo de nuestras gafas no hay más realidad. Por otro lado, la abundancia es fruto de la confianza, de avanzar sin ver, cuando entramos en un territorio desconocido por la mano de otro, cuando la escucha y la receptividad se activan. Y ante la abundancia, una abundancia completamente gratuita, tomamos conciencia de la distancia entre el amor de Dios y nuestra pequeñez: «Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”». Solo ante el amor de Dios conocemos la dimensión de nuestro pecado, no como una falta moral, sino más bien, y más profundamente, como un abismo de distancia: ante el amor de Dios, ¿qué es nuestro amor?
Sin embargo, esta distancia no es separación. Esta distancia genera atracción. La indigencia de nuestra condición, a la vez, atrae la compasión de Dios y enciende en el corazón humano el deseo de Dios. Es el agua que busca y suscita la sed. Y es la sed que nos conduce.
El autor de La Nube del no saber dice que: «ante el rebosante y superabundante amor de Dios hacia el hombre, ante tan gran bondad y amor, la naturaleza tiembla, los sabios tartamudean como locos y los ángeles y santos quedan cegados por su gloria».
Ante la gloria de Dios, ante el exceso de su amor, ¿Qué importa mi pecado?, ¿qué importa mi torpeza para amar?, o, ¿qué importan mis virtudes o mi sabiduría? Conocer nuestro pecado es un paso decisivo en nuestra conversión, pero claramente insuficiente. Conocerse no es quedarse anclado en sí mismo, es perderse en el asombro del conocimiento del amor siempre sorprendente de Dios. La conversión es, ante todo, dejarse amar y, en la experiencia de ese amor, dejar que la vida se transforme en gratitud y adoración.
Nunca agradeceremos suficientemente lo que nos falta y la gracia que esa ausencia ha sido y seguirá siendo en nuestra vidas. Paradójicamente, no hay completitud sin ausencia, porque nuestra completitud solo puede ser fruto del don que la ausencia nos dispone para acoger.
«Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.» (Sal 138,1-6)
Gracias ¡¡
Que nos dejemos sorprender por su amor y nuestra vida se transforme en gratitud y adoración……GRACIAS
Gracias
Remar mar adentro,a lo profundo donde no se hace pie,pero donde hay personas que podemos ayudar.
Jesús se embarca conmigo en mis cosas. Si yo le dejo claro. ¿Quién es el patrón de mi barca, de mi vida. En su nombre echamos las redes cada día.
«Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» el sábado he visto la película de «Pablo, apóstol de Cristo» Os la sugiero si no la habéis visto ya. Muestra de manera fidedigna el Evangelio. Gracias por esta homilía.