¿Qué hemos hecho del Evangelio de las Bienaventuranzas? ¿Cómo lo hemos anunciado? ¿Y cómo lo ponemos en práctica? ¿Creemos en la sabiduría que expresan? Porque su lógica es la del propio Jesús: «Buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). La Iglesia tiene más vitalidad cuando es una «Iglesia en salida», cuando advierte el desafío de ir al encuentro de la humanidad vulnerable y cuidar de ella. Cuando es una Iglesia en la que no se vive la tensión de la encrucijada, hemos de pensar si, de hecho, no estaremos domesticando el Evangelio de Jesús, el cual es un anuncio que siempre desasosiega, nos proyecta fuera del redil y nos lanza al encuentro de los últimos. No nos basta un cristianismo de supervivencia ni un catolicismo de mantenimiento. Una comunidad no puede vivir únicamente de mantenimiento, sino que necesita tener un alma joven y enamorada, se alimenta de buscar y descubrir, no teme a quien pretende desafiarla, se arriesga a la hospitalidad, al encuentro y al dialogo.
Necesitamos de redescubrir la bienaventuranza de la fe. Lo peor para un creyente es estar saciado de Dios. La rutina de las formas de expresarse la vida espiritual tiene el peligro de convertirse para nosotros en una dosis suficiente y de volvernos conformistas: ya no queremos más. Nos decimos a nosotros mismos: ya hemos ido al templo, ya hemos subido a Jerusalén, ya hemos rezado, ya hemos ofrecido el sacrificio…, y ello no exime de los fundamentales encuentros con la fantástica y desconcertante sorpresa de Dios. Tal vez hemos creado unas imágenes equívocas de la vida cristiana: un creyente no es el que está saciado de Dios, sino el que tiene sed y hambre de Dios. La experiencia de la fe no es para apagar la sed, sino para hacerla mayor, para dilatar nuestro deseo de Dios, para intensificar nuestra búsqueda. Puede que tengamos necesidad de reconciliarnos con nuestra sed, diciendo más a menudo: «mi sed es mi bienaventuranza».
¡Enséñame, Señor, a rezar mi sed,
a pedirte, no que la suprimas de raíz
o que te apresures a apagarla,
sino que la hagas aún mayor,
en una medida que desconozco
y que únicamente sé que es la Tuya!
Enséñame, Señor, a beber de la propia sed de Ti,
como quien se alimenta incluso a oscuras
del frescor de la fuente.
Que la sed me haga mil veces mendigo,
haga que me enamore y me convierta en peregrino.
Que me obligue a preferir el camino a la posada
y la abierta confianza al cálculo programado.
Que esta sed sea el mapa y el viaje,
la palabra encendida y el gesto que prepara
la mesa sobre la que compartimos el don.
Y que, cuando dé de beber a tus hijos,
no sea porque tengo en mi poder el agua,
sino porque, al igual que ellos, sé lo que es la sed.
(José Tolentino Mendonça, en Elogio de la Sed)
Las bienaventuranzas es la página más revolucionaria del Evangelio. El camino de las bienaventuranzas no es fácil;hay que ir contra corriente de todo lo que nos empuja el mundo de hoy. Pero yo creo que es un camino que vale la pena recorrerlo;porque tiene el primer premio: la felicidad verdadera.
Gracias por compartir
«Creemos ser la playa que tiene sed del mar pero somos el mar que juega con la playa».Willigis Jager, de su libro La ola es el mar.