¡Qué bien se está aquí!

Instalación de Lucia Koch | 2010

Si en el primer domingo de Cuaresma se nos presentó Jesús confrontándose con la tentación, este segundo domingo nos revela la indecible gloria del Padre en su cuerpo transfigurado, anticipo y profecía de la resurrección.

El tiempo cuaresmal es el tiempo favorable para volver a nuestra identidad, como el hijo pródigo que vuelve a su casa, a la casa del Padre. Más que volver, será mejor decir: sintonizar. Vivir en sintonía con nuestra identidad: hijos e hijas de Dios, habitados por el Espíritu, fuego interior, zarza que arde sin consumirse.

Vivimos en la fragilidad de un cuerpo nómada; cuerpo susceptible de ser tentado, y que por ello puede ser desfigurado; cuerpo que, también por ser nómada, siempre está en busca de transfiguración, o sea: en busca de su verdadera identidad.

«Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas» – dice Dios a Abrán. No sofoques el deseo de infinito que hay en ti. Tu identidad está inscrita en las estrellas como horizonte misterioso e inabarcable. Para llegar a ser quien eres tendrás que confrontarte con lo que no sabes, no alcanzas y no comprendes. Deja que el Misterio haga su camino silencioso dentro de ti, y tú mantente vigilante, con el corazón despierto, pronto para lo que Él quiera.

La Palabra es el pan que alimenta el peregrino que somos. Danos, Señor, un cuerpo de escucha y que tu Palabra se enraíce en nosotros. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón. Corazón tierno, vulnerable, poroso ante tu Presencia. Éste es mi Hijo amado; escuchadlo. Silencio interior que se abre a la lenta y amorosa encarnación de la Palabra: Cristo tomando cuerpo en nuestra carne. Mira tu propia vida, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.

La tentación es, por su propia naturaleza, seductora: una falsa luz que disimula la carencia inscrita en nuestro cuerpo herido. La tentación es una forma de autoengaño: sueños de grandeza que nos embriagan y nos alejan de la propia vida y nos vuelven incapaces de vivir relaciones saludables con los demás. La tentación conduce a una soledad malsana. La tentación, como huida de uno mismo, en definitiva, abre paso a la desfiguración.

Sin embargo, la tentación nos ofrece un mapa de todo lo que llevamos dentro no resuelto, no aceptado, no amado: sombras que nos resistimos a acoger. Si la tentación disimula la sombra con una luz artificial, ya la transfiguración – misterio de luz encarnada en la fragilidad de un cuerpo –  surge como fruto de un abrazo amoroso a la muerte, la de Jesús y la nuestra. La transfiguración no oculta la sombra, no la disimula, sino, todo lo contrario, pide adentrarnos en la oscuridad de nuestro miedo, de la vergüenza, de la contradicción, de la intolerancia disfrazada de perfección y de cumplimiento, de la autopromoción disfrazada de servicio, de la tibieza disfrazada de aceptación pacífica y de un largo etc. La transfiguración surge en el amor a todo lo desfigurado. Sin este amor nuestra identidad no puede salir a la luz.

En el cuerpo transfigurado de Jesús se anuncia la resurrección de un cuerpo desfigurado. Hoy, para cada uno de nosotros, en este itinerario cuaresmal, la transfiguración se nos ofrece como Misterio que ilumina por dentro nuestro propio vivir cotidiano: nunca cansarnos de contar las estrellas aunque palpemos una realidad opaca, pesada, espesa como un muro. La zarza está justamente ahí, ardiendo, sin consumirse. Quítate las sandalias, estás pisando tierra sagrada.

La transfiguración nunca es una proyección desesperada de nuestros más bellos sueños para un futuro imaginario; es el hoy, aquí y ahora, de la gracia que está escondida y que nos espera en tantas personas y situaciones donde, en un primer momento, solo vemos desfiguración. Si acogemos y amamos esa realidad, ella se transfigura. Empecemos por nosotros mismos: Señor, danos la gracia de decir ante nuestra vida: ¡qué bien se está aquí! Cuando somos capaces de ver la luz del Tabor en nuestro cuerpo frágil, entonces toda realidad la contemplaremos bajo el signo de la Pascua: toda desfiguración se nos ofrece como transfiguración. Mira al cielo que ya está en tu corazón y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.

7 comentarios en “¡Qué bien se está aquí!

  1. Carlos Martín dijo:

    Un texto yo diría que perfecto en la forma y heroico en el contenido , un texto que invita a participar del Misterio, a configurarnos para acaso, tocados por la Gracia , transfigurarnos …en efecto, qué bien se está aquí.
    Gracias

  2. Mane dijo:

    Necesitamos escuchar a jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos,pueblo,predicadores,teólogos…..Necesitamos escuchar la Buena Noticia de Dios,no desde fuera sino desde dentro. Que sus palabras desciendan de los andamios de la razón al corazón. Nuestra fe sería más fuerte,más gozosa y,más contagiosa.
    Una mirada contemplativa nos lleva a la centralidad del misterio de Dios..
    Buenísima homilía. Gracias por ella.

  3. gubi dijo:

    Preciosa homilía.
    «La transfiguración surge en el amor a todo lo desfigurado » …que maravillosa expresión, será mi tarea de estos meses profundizar en ella.

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