Mirad que realizo algo nuevo, ¿no lo notáis?

La mujer adúltera | François-Xavier de Boissoudy | 2015

El texto evangélico que se acaba de proclamar, no se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas. Es un relato muy antiguo y su mensaje está en sintonía con todos los evangelios, incluido el de Juan.

Los letrados y fariseos acusan a la mujer creyéndose ellos puros. No aceptan la enseñanza de Jesús, pero con ironía le llaman Maestro. El texto dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. Si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad. Además, iría contra el poder civil, que desde el año 30 había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.

Dice el texto que los pescaron in fraganti, entonces ¿dónde estaba el varón? La Ley mandaba apedrear a ambos. Hay que tener en cuenta que se consideraba adulterio la relación sexual de un hombre con una mujer casada, no la relación de un casado con una soltera. La mujer se consideraba propiedad del marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que le pertenecía. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Por lo tanto, no se trata de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema, no estaban obsesionados con el tema.

Da la impresión de que Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o privilegio del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que todos aquellos hombres estaban acusando a la mujer, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

Para las autoridades religiosas de aquel tiempo, el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. La causa del Dios es la causa de cada ser humano. Todo tiene que estar al servicio de la persona. Nadie se acerca a Dios alejándose del hombre.

Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Es el descubrimiento del amor incondicional, lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. El perdón de parte de Dios es lo primero.

Si Jesús se dirige intencionadamente a los pecadores y publicanos es por la sencilla razón de que los encuentra abiertos al amor de Dios. Por el contrario, los que se tienen por justos, reducen frecuentemente sus intentos de perfección a un monorrítmico girar en torno a sí mismos. Tienen aspectos buenos y quieren agradar a Dios en todo lo que hacen: pero no caen en la cuenta de que en su intento por observar todos los preceptos se están buscando en realidad a sí mismos y no a Dios. Son voluntaristas, creen poder hacerlo todo y solos. Les importa mucho menos encontrarse con el amor de Dios que con el cumplimiento literal de la ley. Quieren hacerlo todo por Dios, pero piensan que no necesitan de Dios. Lo único verdaderamente importante es el cumplimiento de los ideales y normas que se han prefijado. De tanto mirar a la letra de la Ley y los preceptos, se olvidan de la voluntad de Dios. Dos veces se lo echa en cara Jesús en el evangelio de san Mateo: Misericordia quiero y no sacrificios (9, 13).

Detrás de tanto juicio y condena, parece que no hay sino una inseguridad radical, que se disfraza de seguridad absoluta. La misma necesidad de tener razón y de creerse portadores de la verdad es indicio claro de una inseguridad de base que resulta insoportable. El fanatismo no es sino inseguridad camuflada, del mismo modo que el afán de superioridad esconde un doloroso complejo de inferioridad, a veces revestido de ‘nobles’ justificaciones.

En el leguleyo que llevamos dentro, domina la exigencia, el perfeccionismo, y por más que uno combata y se esfuerce, lo único que va a hacer es dar vueltas sobre sí mismo. Es un camino sin salida, del narcisista, que tiene ante sí su propio rostro.

La buena noticia consiste en que el amor de Dios al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí mismo. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que Jesús hace es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro sin contemplaciones?

Las lecturas de hoy tienen en común, que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado.

 No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? El amor incondicional de Dios que nos invita a mirar siempre hacia adelante, nos permite descubrir nuestras verdaderas posibilidades de futuro.

2 comentarios en “Mirad que realizo algo nuevo, ¿no lo notáis?

  1. Un peregrino en Batuecas dijo:

    Que alegría leer estos comentarios libres de moralina.Si algún futuro tiene el cristianismo es seguir caminando por esta senda.Gracias.

  2. Mane dijo:

    En nombre de que Dios seguimos cindenando? Condenando al otro,falsifico al Dios de Jesús..
    Dios no nos condena,nos levanta y nos anima a seguir caminando.
    Qué es más importante las normas o las personas?. Todos necesitamos perdón.
    Por que no se juzga igualmente al varón sorprendido en adulterio? ? Es ético las normas por encima de las personas?

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