Hemos escuchado en el relato de la pasión que Jesús, en medio de su angustia, oraba con más insistencia. Experimenta angustia como consecuencia del miedo a lo que va a venir. La reacción natural al miedo y a la angustia es la agresión y la violencia. Sin embargo, él, pone todo en manos de su Padre -Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya- y, en medio de su angustia, oraba con más insistencia.
Son continuas las agresiones que ocurren en todas partes. En todos los lugares del mundo alguien agrede a su enemigo y el dolor va aumentando en una espiral infinita. Podemos reflexionar sobre este hecho cotidiano y preguntarnos: ¿voy a añadir más agresividad al mundo? Cada día, cuando las cosas llegan al límite, puedo plantearme la pregunta: ¿voy a practicar la paz o voy a ir a la guerra?
El miedo es una experiencia universal. Erróneamente, pensamos que la gente valiente no tiene miedo. Sentir miedo cuando nos enfrentamos a lo desconocido no es algo terrible; más bien es una parte integral del hecho de estar vivos y que todos compartimos. Reaccionamos ante la posibilidad de encontrarnos con la soledad, con la muerte, ante la posibilidad de no tener nada a lo que agarrarnos. Pero si lo ponemos en las manos del Padre, si oramos con insistencia, entonces nos comprometemos a quedarnos donde estamos y nuestra experiencia se volverá luminosa; las cosas se ven muy claras cuando no hay escape posible.
Si realmente queremos llegar a conocer el miedo, penetrando en él, nos encontraremos con que somos humillados continuamente, porque va aflorar la arrogancia que rechaza de plano el miedo, y ello nos llevará a descubrir que sólo podremos arrostrarlo con el coraje de morir continuamente.
Cuando nos detenemos en la angustia y en el miedo, y no expresamos ni reprimimos, no nos culpamos ni culpamos a los demás, nos encontramos frente a una pregunta abierta que no tiene respuesta racional. Allí mismo nos encontramos con nuestro corazón. El contacto íntimo con el miedo hace que los dramas personales se colapsen, y que finalmente nos abramos al mundo que nos rodea. Nadie nos dice nunca que debemos dejar de huir del miedo. Raras veces se nos dice que nos acerquemos más, que sigamos allí, que nos familiaricemos con él.
Lo más normal, es que ante la menor insinuación de su presencia nos evadamos. Cuando sentimos que viene, desaparecemos. Y es bueno saber que solemos actuar así, pero no para castigarnos por ello, sino para dejarnos acoger y amar incondicionalmente por el Padre. Otras veces, nos sentimos acorralados: todo se cae en pedazos y desaparece la posibilidad de escapar. No hay dónde esconderse. Antes o después entendemos que, aunque no podemos hacer que el miedo tenga una apariencia agradable, él será el que nos conduzca al ámbito de Dios, que nos enseña a amarnos en nuestra realidad concreta.
Que todo se desmorone es una prueba y también una especie de curación. Pensamos que la solución es pasar la prueba o superar el problema, pero en realidad las cosas no se resuelven. Las cosas se caen a pedazos y después éstos se vuelven a juntar. La curación proviene del hecho de dejar espacio para que todo esto ocurra: espacio para el Señor en la pena y en el alivio, con la confianza en el Padre en la aflicción y en la alegría.
Permanecer con el corazón roto, con el estómago revuelto, con el sentimiento de estar desvalido, conscientes incluso del sentimiento de venganza, y adherirnos a esa incertidumbre abandonados en las manos del Padre: ésta es la senda espiritual que conduce a la paz verdadera.
Que el Señor Jesús nos conceda en esta Semana Santa la gracia de aprender de él a poner nuestro miedo y nuestra angustia en las manos del Padre –Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu– para ser sembradores de paz en nuestro mundo.
Acertado y preciso. No nos enseñan a convivir con el miedo. Vivimos en una sociedad miedosa timorata y superficial. El miedo nos pone a prueba como el hierro fundido a la espada. Y si no podemos con el miedo, siempre tenemos al Padre. Confiemos en el.
Gracias
Que enfoque tan antropológico-sicológico y cercano que nos conduce a abordar el asunto de ponernos verdaderamente en los brazos del Señor o a su disposición de la manera más AUTENTICA. GRACIAS.
Gracias
Gracias Ana. Es un gran alivio encontrar comentarios alentadores que ayudan a traspasar el miedo que nos ata a lo efimero y vanal.
¿Que hace Dios en la Cruz?
Que nuestro beso al crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.