El Evangelio de San Juan nos muestra a Jesús con imágenes originales y bellas, imágenes que, para que no mueran en nosotros o pierdan la profundidad de su significado, tenemos que volver a ellas con frecuencia, leerlas una y otra vez para que queden marcadas en nuestro corazón como un sello de fuego y de misericordia. Él es la PALABRA, con mayúscula. Es el Cordero de Dios. Es el agua viva que apaga nuestra sed más profunda. Es el pan de vida que sacia nuestra hambre. Es la luz que alumbra nuestras tinieblas interiores, la Luz del mundo, quien la siga no camina en la oscuridad. Es la Puerta y quien entra con Él en el corral se salva. Es el Buen Pastor, no un pastor cualquiera, es un «Pastor Herido», de sus heridas mana sangre y agua, de su costado abierto se nos da el Espíritu Santo, de su vida derramada crece el trigo y la vid, porque Él también es la Vid. Es alimento y bebida de nuestra existencia como creyentes.
Toda esta simbología tan querida por las comunidades cristianas en las que nacieron, corren en este tiempo el riesgo de ser olvidadas y de perder todo su valor simbólico ante la nuevas imágenes que nos hablan de hombres de acción, agresivos y vencedores, sin ningún tipo de escrúpulos para llevar a cabo sus proyectos. Pero un Pastor, un rebaño, un campo de trigo, una vid, poco o nada significan, mucha gente ni tan siquiera los ha visto en su vida. Y todo está ahí aguardando a ser revelado y acogido en su simplicidad y belleza.
En la Iglesia tenemos un gran reto: Escuchar a nuestros jóvenes. Esa gran juventud llena de vida, de ilusión y de compromiso, pero que vive al margen de la Iglesia, en la otra orilla, que no quiere saber nada de pastores y menos sentirse ovejas de ningún rebaño. Tenemos que devolverles la imagen de Jesús de Nazaret, que sientan que nuestra fe es más que un conjunto de dogmas, normas, ritos y preceptos, sino que es fe en una PERSONA que pasó por el mundo haciendo el bien, que se preocupaba por los enfermos, los marginados, los pequeños, los indefensos y desvalidos, que los quería libres de esclavitudes de cualquier tipo y, sobre todo, que fuesen felices. Que dio su vida por ellos, porque es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Hasta cinco veces repite el Evangelio de Juan este lenguaje para señalarnos su importancia. Tenemos que escuchar la voz de Pastor, la voz que resuena en su Santa Palabra, la voz que es agua de vida, fuerza para nuestra debilidad, sabiduría para nuestra ignorancia camino seguro para nuestros pasos vacilantes y perdidos, confianza para nuestros miedos.
ESCUCHAR, los cuatro Evangelios comienzan con esta actitud fundamental: En Mateo, José escucha, acoge y obedece las palabras del Ángel. En Marcos, las gentes acudían a escuchar las palabras de Juan Bautista. En Lucas, María escucha, acoge la Palabra que va a nacer en ella por su fe y obediencia. En Juan, se nos dice que, a los que reciben la Palabra se les da poder de ser hijos de Dios. Y, para nosotros, los monjes, además de la Escritura, San Benito comienza la Regla con el verbo «ESCUCHAR»: Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro.
Un rebaño atento al Pastor siente su protección, camina seguro y confiado. Las dificultades y los retos, las tentaciones y ambiciones, los buenos deseos, son algo que forman parte de la vida, pero cuando se tiene atento el oído y la mirada interior en la persona y en la voz del Pastor, todo se afronta con serenidad.
Somos hermanos de un Pastor Herido y sus heridas son las nuestras. Las heridas de nuestros hermanos y hermanas, las heridas de nuestra tierra: de los bosques, de nuestros mares y ríos, de nuestras especies de animales y aves y plantas amenazadas. Todo está en las heridas del Pastor, y la comunidad creyente tiene que vivir en comunión con su Pastor Herido, y, desde sus heridas luminosas, ser bálsamo de un mundo que se desangra por los cuatro puntos cardinales.
Somos hermanos de un Pastor Herido, el que nos ayuda a discernir la voluntad del Padre, es decir: lo que es bueno, lo agradable, lo perfecto, lo que puede estar en sintonía con Aquel que solo quiere el bien y la felicidad de todo ser humano. No es fácil, hay que luchar con muchos lobos que roban, matan y estragan el rebaño. Y quiera Dios que ninguno de nosotros se convierta en un lobo o en un asalariado.
Los cristianos creemos que solo Jesús puede ser guía definitivo del ser humano, y en Él, viendo su vida, su amor, su fe, su esperanza, podremos aprender a vivir en un mundo que se hace cada vez más hostil a los valores evangélicos. Creer y seguir a Jesús como Buen Pastor, es interiorizar las actitudes fundamentales que Él vivió, y esforzarnos por vivirlas hoy desde nuestra propia originalidad, prosiguiendo la tarea de construir el Reino de Dios, sabiendo que la fidelidad a Jesús tiene un precio, a veces el de la propia vida. Pero somos hermanos de un Pastor Herido y sus heridas luminosas serán el bálsamo para nuestras propias heridas.
Me gusta mucho el comentario. Gracias.
Me hace bien volver a recordar el elenco de todos las imágenes con las que Jesús se nos revela.
No había pensado mucho en el «pastor herido». Lo agradezco.
Bendiciones para toda la Comunidad.
Alicia
Es maravillosa, esta homilía. Y conmovedora la misión de Jesús de Nazaret, que es también la nuestra.
Un abrazo para toda la Comunidad y muchas gracias.
Después de veinte siglos,los cristianos necesitamos recordar que lo esencial para ser la iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.
Decía Juan XXIII que » La iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca». En esta Iglesia Vieja hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús. Si las comunidades somos capaces de acoger a los que viven desorientados y,apredemos a vivir juntos de manera solidaria y liberadora,esta iglesia nuestra habrá dado a la sociedad uno de sus mayores servicios.
Nos hemos acostumbrafo a vivir de manera rutinaria y repetitiva,nos falta creatividad,y alegría. La alegría de Jesús.
Una buena y aclaratoría homilía. Gracias por compartirla