Si la vida espiritual del cristiano es “vida según el Espíritu”, entonces el Espíritu es su animador, inspirador y protagonista. Pero desde un punto de vista humano sigue siendo inasible. Según Enzo Bianchi el Espíritu, que “sopla donde quiere” y del que nadie sabe “de donde viene y adónde va” (Jn 3,8), es el “desconocido” de la confesión de fe de los cristianos. Padre e Hijo son comprensibles según la experiencia humana de paternidad y filiación. El Espíritu se haya envuelto en el misterio profundo; es el secreto de Dios. Descrito en la Biblia como soplo, viento, como fuego, como agua, como paloma… Hablar de él es tarea imposible. No es objeto de culto ni revindica nunca para sí adoración o plegaria: su deseo está enteramente orientado al Hijo, a quien llena de la gloria divina. Los creyentes experimentan su presencia en el “amor de Dios derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Amando, los cristianos hacen la experiencia fundamental del Espíritu Santo y aprenden a conocerlo a través del amor mismo.
El Espíritu Santo, su experiencia, es vivida por el ser humano como una presencia viva que trabaja desde dentro de nuestro ser. Una experiencia que queda casi siempre como encubierta por otras muchas que ocupan nuestro tiempo y nuestra atención. Esta presencia queda oculta y reprimida bajo otros aspectos que se apoderan de nuestro corazón. Para algunos sectores del cristianismo hay una tendencia a considerar esa presencia viva del Espíritu como algo reservado más bien a personas elegidas y selectas. Una experiencia de creyentes privilegiados. K. Rahner nos recuerda que el Espíritu de Dios está siempre vivo en el corazón del ser humano: El Espíritu es la comunicación del mismo Dios en lo más íntimo de nuestra existencia. Ese Espíritu de Dios se comunica y regala, incluso allí donde no pasa nada. Allí donde se acepta la vida y se cumple con sencillez la obligación pesada de cada día. El Espíritu de Dios sigue trabajando silenciosamente en el corazón de la gente normal y sencilla…en contraste con el orgullo y las pretensiones de quienes se sienten en posesión del Espíritu. Pentecostés es acoger a Dios que está en la fuente de toda vida. Por muy pequeña y pobre que nos parezca a nosotros.
Para José Antonio Pagola, “El Espíritu de Dios es de todos, porque el amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima, ningún gemido ni anhelo que brota del corazón de sus hijos”. Donde hay verdadera vida y no simple apariencia, está el Espíritu. Donde hay libertad perfecta, la de los hijos de Dios, está el Espíritu. Donde se abre una brecha que pone en comunicación a la criatura humana y a Dios, está actuando el Espíritu. Dios está presente en esta dimensión…en esta experiencia. El Espíritu espera ser invocado para actuar eficazmente en cada uno de nosotros. El Espíritu es el Gran Maestro. Nuestro Maestro Interior que nos ayuda en el discernimiento cuando buscamos realizar la Voluntad de Dios a fin de crecer y unificarnos como hijos del Señor.
Tras la Ascensión de Jesús, los apóstoles regresan a Jerusalén y allí, permanecen en la estancia de arriba reunidos en oración “con las mujeres, con María, la madre de Jesús y con sus hermanos” ( Hch 1,14 ). Esperaban rezando que se cumpliera la promesa del Señor de que “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros” (Hch 1,8). Nosotros, también, esperamos ansiosos que el Espíritu Santo venga sobre nosotros, sobre la Iglesia, que sin el Espíritu Santo no tiene ninguna razón de ser, y sobre cada persona, para que lo seco y marchito en nuestro interior vuelva a estar lleno de vida al ser regado por el agua de sus Fuentes. Cuando pedimos el fuego del Espíritu Santo estamos pidiendo el fuego que despierta la vida, que vuelve a encender el fuego que se ha extinguido en nosotros.
En el siglo IX, el monje benedictino Rabano Mauro, plasmó el himno “Veni creator spiritus”. Lo que él concibió hace tanto tiempo, hoy sigue de actualidad y recoge nuestro deseo. Así, una de las estrofas dice: “Ven Espíritu creador; visita las almas de tus fieles. Llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo has creado”. En la cuarta estrofa dice “Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones y con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra frágil carne”. El Espíritu Santo no es algo puramente espiritual. Más bien encenderá nuestros sentidos, los iluminará, para que podamos percibir a Dios en este mundo con todos los sentidos. El Espíritu convierte nuestros sentidos en órganos de nuestra experiencia divina. El Espíritu es también amor que se expande en nuestros corazones. Cada uno de nosotros anhela amar y ser amado. Por medio del Espíritu podemos sentirnos amados completamente por Dios. Como último ruego de esta estrofa llamamos la atención sobre nuestro cuerpo y debilidades. El Espíritu quiere penetrar en nuestro cuerpo con nueva fuerza. El Espíritu Santo se encarnará siempre, se establecerá en nuestra carne y la llenará de fuerza divina.
Pero… ¿Cómo vivir desde el Espíritu santo, ya que es “como el viento”? Enzo Bianchi responde: La vida según el Espíritu es ante todo una vida completamente humana. Es una vida hecha humana. La vida del discípulo no es nunca un estado sino siempre un camino de crecimiento, como la vida humana. Un camino que tiende a la madurez del amor. Es un trabajo cotidiano que requiere escucha, fe y conocimiento.
En la primera comunidad cristiana, en las primeras comunidades, se produjo el milagro de Pentecostés: personas con distintos caracteres y orígenes tan distintos pudieron ser uno con el resto. Hoy en día ese milagro de Pentecostés también es posible. Solo debemos seguir orando juntos y estar dispuestos a implicarnos los unos con los otros y a compartir nuestra vida con los demás. Entonces también podría emanar hoy en día una gran fuerza de la Iglesia, una atmósfera de libertad y franqueza. Y entonces también podrían suceder hoy en día señales y milagros, que las personas descorazonadas se levanten, que los enfermos sanen y que los desesperanzados crean en una nueva esperanza.
Espíritu Santo, envía tu fuerza sobre nosotros. Haznos partícipes de tus dones con la Alegría del Amor. Qué Dios nos llene con el Gran Don que eres Tú. Espíritu Santo, que seamos capaces de ser testigos y profetas de la realidad de la Vida y del Mensaje de Jesús, nuestro Señor.
Hoy hay que dar gracias a Dios por el don de su Espíritu.
En esta celebración de Pentecostés abramos las puertas de nuestro interior de par en par.! Ven Espíritu Santo y contagianos la libertad de Jesús.
Este mundo diverso y plural, necesita oir el mensaje de Jesús, cada uno en su idioma.