El Amor en fiesta y el abrazo de fuego

Trinidad (det.) | Xaime Lamas, monje de Sobrado

Dice José Antonio Pagola que, «A lo largo de los siglos, los teólogos realizaron un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las Personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y del deseo de Dios. Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios».

No resulta nada fácil tener que preparar una homilía para decir algo sobre la Santísima Trinidad, por lo menos para mí. Solo tenemos intuiciones, balbuceos… Somos, ante este misterio de fe, eternamente niños, que balbucean tratando de formular una palabra, que quieren aprender a expresarse y no encuentran las palabras que den forma a una idea. ¿Cómo expresar desde nuestra pequeñez lo que es inabarcable, lo que  nos sobrepasa? El problema está en que, cuando queremos descifrar el misterio a través de la razón intelectual, lo que hacemos es negarlo. Querer probar la existencia de Dios, lo qué es Dios, definirlo, situarlo en imaginarios cielos gloriosos, es matar a Dios.

Las religiones a lo largo de la historia fueron creando dioses caprichosos, rencorosos, celosos, sobre los que echamos nuestras ambiciones infantiles. Dioses grandes, todopoderosos, que llevan cuenta de nuestras acciones en un libro siniestro. Y  no estamos hablando de cosas del pasado, es algo que acontece en  nuestros días. Todas esas payasadas no acercan a nadie a Dios, lo alejan. Por eso fue tan necesaria la Encarnación, la humanización de Dios, la ruptura de las cadenas que le pusieron y le siguen poniendo los distintos credos religiosos. Dios es laico,  no se identifica con  ninguna religión, no está en los templos construidos por manos humanas como le recordaba Esteban al Sanedrín.

Nuestro Dios, el Dios de Jesús, el Dios trinitario, es el que camina con nosotros, es el Emmanuel de Isaías -quizás esta sea las más grande intuición profética sobre Dios-. No es el terrible Dios del Sinaí que hacía temblar al pueblo con el miedo, sino el Dios que hace nuestros caminos, el que nos atrae hacia sí con cuerda humanas, con lazos de amor, como dice el profeta Oseas. El Dios que  nos levanta con ternura hacia su mejilla, el que se inclina con reverencia hacia nosotros para enseñarnos los caminos del bien, del respeto, de lo que nos conduce a la paz. Es el que lava los pies a sus discípulos para enseñarles a ser servidores de sus hermanos. Nuestro Dios, el que nos revela Jesús de Nazaret, es cercanía y comunión, es el amor en fiesta, el abrazo de fuego que  nos purifica con respeto y sin hacernos daño. Es el Padre que otea el horizonte aguardando al hijo para abrazarlo, besarlo y hacer una gran fiesta. Es la gratuidad de un amor sin fin.

Y por más que a lo largo de la historia nos quisieron presentar a Dios como una máscara de miedo, sus palabras desmienten a los manipuladores del miedo religioso: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna». Por lo tanto: «Si Dios están con  nosotros, ¿quién contra nosotros?». Porque en todas las cosa interviene Dios en favor de los que lo aman, como nos dice San Pablo. Y si esto es así, solo a través del rosto humano de Dios, que es Cristo Jesús, nos podemos sentir libres de todo miedo de un mundo religioso hostil con la libertad del hombre, porque «Para ser libres nos ha liberado Cristo». Él es nuestra libertad, una libertad que nos fue dada en su vida y en su palabra, pero sobretodo, como afirma José María Castillo: «En la cruz de Cristo, terminó la religión que encierra a Dios en el templo y lo pone en manos de los sacerdotes, que se presentan con la pretensión de ser ellos, y solo ellos la voz de Dios y los administradores sagrado de su poder. Cuando la religión de lo sagrado muere, surge la religión que vivió y enseño Jesús. La religión del ser humano, desde lo más hondo de lo humano, encuentra esa realidad última que anhelamos y la que la gente, hasta ahora, al menos, hemos invocado como Dios».

Dice el Maestro Eckhart que «La más pequeña imagen creada que se forma en ti es tan grande como Dios es grande. ¿Por qué? Porque ella te impide un Dios total. Precisamente allí donde dicha imagen penetra en ti, allí Dios y toda su deidad deben retirarse». Y también afirma que, todo cuanto digamos de Dios no es Dios. Entonces, ¿cómo hablar de Él? Necesitamos el lenguaje, los signos y los símbolos. El problema está cuando  nuestras palabras, nuestros signos y símbolos ahogan al Dios de la vida, es decir: cuando usurpamos el Santo nombre de Dios y nos hacemos creadores de ídolos siniestros.

No hay mejor lenguaje que nos ayude en el conocimiento del misterio trinitario que el del amor que no necesita muchas palabras o ninguna para derramarse como fuente de vida, de respeto y comunión, porque como dice San Juan: »Quien no ama permanece en la muerte. Dios es amor: y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».

No hay otro camino. Si queremos balbucear el misterio trinitario, sumergirnos en la profundidades de su ser, tenemos que saber mirar a las personas, y a la naturaleza con sus ojos, con sus entrañas de misericordia, comprender que cada ser humano es el santuario en donde mora la Santa Trinidad y, todo el honor y la gloria que le debemos, tiene que ser autentificado por el amor y respeto que le debemos a sus hijos e hijas y a toda la creación. Entonces comprenderemos que, el que es tres veces Santo, no es alguien ajeno y lejano, sino entrañablemente cercano e íntimo, el que mora en la sala luminosa de nuestro santuario interior donde nada ni nadie puede alterar su presencia viva y amorosa.

 

2 comentarios en “El Amor en fiesta y el abrazo de fuego

  1. Un peregrino en Batuecas dijo:

    Hasta que no empecemos a vislumbrar la Trinidad como un proceso de relación no dual seguiremos invocando y adorandoa un dios creado por el hombre a su imagen y semejanza. Desterremos las palabras pecado, verguenza, culpa y miedo del lenguaje ya que son creaciones culturales para someter y esclavizar.Amor es ausencia de miedo, odio y rencor.El pecado original del hombre es su desconexión de la fuente, del ser y de la bondad.

  2. Mane dijo:

    La Santísima Trinidad es una verdad para vivirla. Es descubrir a Dios en circunstancias diversas.
    Hoy es la fiesta de la Trinidad. No se lo que se encierra detrás de esas palabras. Tampoco piendo mucho en esas cosas. Pero, a pesar de ello y mi poca fe, quiero vivir y morir «en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo». Me gustaría recordarlo cada vez que me santiguo.
    Una magnífica y preciosa homilía. Gracias por ella

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