Corpus Christi

Pintura de Rima Salamoun

Dios se hizo corporal en medio de nosotros, un ser humano como nosotros. Jesús nos dio el sacramento de su cuerpo. Deberíamos sentirnos en casa en nuestra naturaleza corporal, apasionada… ¡y cómodos al hablar de afectividad! Los cristianos hablamos del amor… pero, tenemos que amar como las personas que somos, sexuadas, llenas de deseos, de fuertes emociones y de la necesidad de tocar y estar cerca del otro. Es extraño que no se nos dé bien hablar de esto, ya que el cristianismo es la más corporal de las religiones. Creemos que Dios creó estos cuerpos y dijo que eran muy buenos. Dios se encarnó en Jesucristo, pero nosotros todavía estamos aprendiendo a encarnarnos en nuestros propios cuerpos. Tenemos que bajar de las nubes. Tenemos que aprender a amar como los seres sexuados y apasionados -a veces un poco desordenados- que somos, o poco tendremos que decir sobre el Dios de Jesús, que es amor encarnado.

Las palabras centrales de la última cena fueron: “esto es mi cuerpo y os lo doy”. La eucaristía se centra en el don del cuerpo. Pero la última cena apunta hacia una tradición más antigua y más sabia. El cuerpo no es simplemente una cosa que poseo: soy yo, es mi ser como don recibido de mis padres, y de sus padres antes de ellos, y en última instancia de Dios. Por eso cuando Jesús dice: ‘esto es mi cuerpo y yo os lo entrego’, no está disponiendo de algo que le pertenece, está pasando a los demás el don que Él es. Su ser es un don del Padre que Él está transmitiendo.

Cualquier relación amorosa está llamada a ser una forma de vivir esa entrega de sí mismo: aquí estoy, y me entrego a ti, con todo lo que soy, ahora y por siempre. Entonces la eucaristía nos ayuda a entender lo que significa para nosotros ser seres sexuados y nuestra afectividad nos ayuda a comprender la eucaristía.

Cuando celebramos la eucaristía recordamos que la sangre de Cristo es derramada ‘por mi y por todos’. Dios nos envía los amores y las amistades que son parte de nuestro camino hacia El, que es la plenitud del amor. Esperamos a quienes Dios nos envía y cuándo y cómo El los envía. Pero cuando llegan, entonces debemos afrontar el momento, como hizo Jesús en la ultima cena. Aquel, fue un momento de crisis inevitable en el amor de Jesús por sus discípulos. Jesús en la última cena no salió huyendo de la crisis, sino que cogió el toro por los cuernos. Tomó la traición, el fracaso del amor y lo transformó en un momento de donación: ‘me entrego a vosotros. Vosotros me entregaréis a los romanos para que me maten. Me entregaréis a la muerte, pero yo hago de este momento un momento de don, ahora y por siempre.’

El deseo y las pasiones contienen verdades profundas sobre quiénes somos y qué necesitamos. El simplemente suprimirlas nos hará seres muertos espiritualmente o hará que algún día nos disparemos. Tenemos que educar nuestros deseos, abrir sus ojos a lo que realmente quieren, liberarlos de los pequeños placeres. Necesitamos desear más profundamente y con mayor claridad. Es decir, vivir en la realidad de quién soy y quiénes son realmente las personas a las que amo. La pasión y el deseo pueden llevarnos a vivir en la fantasía.

Es difícil imaginar una celebración del amor más realista que la última cena. No tiene nada de romántica. Jesús les dice a sus discípulos sencilla y llanamente que esto es el final, que uno de ellos le ha traicionado, que Pedro le negará, que los demás huirán. No es una escena de amorcitos a la luz de las velas en un restaurante… esto es realismo llevado al extremo. Un amor eucarístico nos enfrenta de lleno con la complejidad del amor, con sus fracasos y su victoria final.

Lo que hay siempre detrás de las turbulencias emocionales es el deseo de intimidad. Es el anhelo de ser totalmente uno, de disolver los límites entre uno mismo y otra persona, para perderse en otra persona, para buscar la comunión, la común-unión pura y total. Más que pasión sexual, creo que es la intimidad lo que buscamos la mayoría de los seres humanos. Si vamos a vivir pasando por crisis de afectividad, creo que entonces tenemos que aceptar nuestra necesidad de intimidad.

Nuestra sociedad está construida alrededor del mito de la unión sexual como culminación de toda intimidad. Este momento de ternura y de la unión física total es el que nos lleva a la intimidad total y la comunión absoluta. Mucha gente no tiene esta intimidad porque no están casados, o porque sus matrimonios no son felices, o porque son religiosos o sacerdotes. Y podemos sentirnos excluidos injustamente de aquello que es nuestra necesidad más profunda. ¡Esto no parece que sea justo! ¿Cómo puede excluirme Dios de este deseo profundo?

Yo creo que cada ser humano, casado o soltero, religioso o laico, tiene que aceptar las limitaciones de la intimidad. El poeta Rainer Maria Rilke entendió que no podría haber verdadera intimidad entre una pareja hasta que uno no cae en la cuenta de que cada cual en cierta forma permanece solo. Cada ser humano conserva su soledad, un espacio a su alrededor, que no puede ser eliminado. ‘Un buen matrimonio es aquel en el que cada cual nombra al otro guardián de su soledad, y le muestra su confianza, lo más grande que puede entregarle… Una vez que se acepta que incluso entre los seres humanos más cercanos sigue existiendo una distancia infinita, puede crecer una forma maravillosa de vivir uno al lado del otro, si logran amar la distancia que existe entre ellos que le permite a cada cual ver en su totalidad el perfil del otro recortado contra un amplio cielo.’

El amor de Jesús se nos muestra cuando toma el pan y lo parte para que pueda ser compartido. Uno puede ensanchar el espacio para que Dios habite en cada amor. En cada historia concreta de amor puede vivir el misterio total del amor, que es Dios. Cuando amamos profundamente a alguien, Dios está ya ahí. Más que ver nuestros amores en competencia con Dios, éstos nos ofrecen lugares en los que podemos establecer su tienda. Si te alejas del amor nunca conocerás cuan amoroso es Dios. Pero a menos que dejes entrar a Dios en ese amor, y le honres ahí, nunca verás el misterio de ese amor.

En cada eucaristía, en el don de su Cuerpo y de su Sangre, recordamos que Jesús está en todas nuestras luchas por ser personas que aman y están vivas. La gracia de Dios está con nosotros en los momentos de fracaso para ponernos nuevamente en pie. Y, lo más importante, es que podemos estar seguros de que todos nuestros intentos por amar darán fruto.

3 comentarios en “Corpus Christi

  1. Bea dijo:

    Antropológica y osada visión del cuerpo de Cristo y del cuerpo humano. Pero realmente sino sabemos descifrarnos existe el riesgo de lo postizo de lo angelical. No se puede. Construir sobre algo que no se conoce o al que no se conoce en profundidad. Siempre con el cuidado sincero y a luz de la honradez evangelica. Pues claro es » todo no vale » gracias.

  2. Mane dijo:

    Sin » Amén», no hay Corpus Cristi.
    Corpus Cristi «pan del cielo»
    Un día el Dios Cristiano se hizo carne,
    Y dijo que su carne era pan vivo,
    Para que, quién lo coma, en él se encarne y viva de un manjar definitivo.
    Un pan que se fracciona y se reparte,
    Una copa de vino envejecido,
    Una mesa en que todo se comparte,
    Donde todo en común, siempre es servido.
    Sacramento de amor y de unidad,
    Sacramento que me habla del hermano y de mutua fraternidad y caridad;
    Sacramento que define al cristiano

  3. Concha dijo:

    Participé en la Eucaristía en Sobrado ayer día del Corpus. la homilía me sorprendió gratamente; encarnada, arriesgada, verdadera.
    Somos antes que nada humanas, participamos con gusto de la humanidad de Jesús.Con todas las consecuencias, no?
    Gracias.

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