Las riquezas del corazón

Creerse solo en el mundo es una actitud insensata. Existe una solidaridad entre los hombres y los pueblos sin la cual es imposible vivir con Dios. El Evangelio es inequívoco. Los verdaderos graneros se llenan con las riquezas del corazón.

Si hay un mal en el mundo que es origen de todos los desórdenes, sufrimientos y desastres, pienso que es el egoísmo. El centramiento en uno mismo. Creerse único en el mundo, como decía al principio. Egoísmo viene de ego, yo, pero no del yo verdadero de la persona sino de un yo falso, elaborado a lo largo de los años y que trata de evitar, ocultar o disimular e incluso intenta eliminar aspectos negativos que disgustan, y que por tanto no son admitidos, pero si perfectamente reconocido y condenados en los demás.

Hoy la Palabra que se nos ha proclamado, trata precisamente de eso: de todo aquello que las personas tratan de constituir en decisivo e importante y cuya posesión fortalece su falsa identidad. Y en todo ese proceso la persona es el centro de todo y de todos como si los demás no existiesen.

El Cohelet, nombre falso, pseudónimo que significa en realidad “la multitud” fue un sabio hebreo que escribió el Eclesiastés, otro nombre que recibe el libro de la primera lectura. Este personaje contempla la existencia humana y se da cuenta de que todo aquello que nos rodea, o que se persigue no es sino vanidad. Todo aquello que amasa no es sino viento. Para él, la riqueza, la capitalización de los bienes, sean los que sean, la ingeniosidad o el esfuerzo para obtenerlos o la honestidad o no de los medios para obtenerlos, no es sino simple viento.

Hay cosas y situaciones a las que el cristiano y en realidad toda persona de bien no se debiera jamás acostumbrar:
-El reparto injusto de los bienes de la tierra.
-La riqueza y el fausto que se olvida de los desheredados.
-La idea de que el dinero es el rey y es por lo que hay que luchar caiga quien caiga.
-La acumulación en general. Cosas, cargos, riquezas, honores, etc.
-Atender a todo el fasto publicitario, que incita al gasto, al lujo y que va transformando las conciencias y la vida de tantas personas.
-Todo aquello a lo que el Eclesiastés llama viento y vanidad.

Jesús en el evangelio dirá a ese individuo, que se dijo así mismo después de acumular una gran riqueza: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”. ¿De qué te servirá ahora que te mueres todo eso que has acumulado? Esta pregunta que hace el hombre nos la podríamos hacer cada uno de nosotros en realidad, sobre todo cuando nos vamos haciendo viejos y esperamos gozar de lo adquirido, sea mucho o poco. Sabemos por experiencia además que nada de eso nos llevaremos con la muerte y quizás solo dejaremos reyertas y desunión entre los herederos. El hombre de la parábola era el prototipo del acumulador que solo pensaba en sí mismo, y se sentía grande y satisfecho no por lo que era, sino por lo que tenía acumulado y que le iba a hacer feliz en su vejez.

Solo pensaba en sí mismo embebido en su egoísmo. Hoy día esta actitud en la sociedad de alto consumo está generalizada. Lo vemos en todos los medios de comunicación y a todos los niveles, desde la moda a los lugares de veraneo, los viajes, los bienes de consumo, Los grandes almacenes y supermercados que han ido surgiendo entre nosotros son, sin duda, uno de los símbolos más esclarecedores de la vida contemporánea todo bajo el lema de “date la buena vida” “Se feliz”.

San Pablo abunda sobre el mismo tema y dice como construir la personalidad de un hombre, que no esté bajo el imperio del mal, una persona libre, madura, constructora de una sociedad mejor y dice que para él, el hombre completo, perfecto es el Cristo Jesús. En él está escondido el futuro del hombre y solo la resurrección nos revelará lo que somos. Así pues nosotros los cristianos estamos llamados a orientarnos hacia Jesús, dando muerte al hombre viejo, inmerso y dominado por sus pasiones (dinero, sexo y poder) para dejar que Dios nos recree. Y cualidad ya de hombre nuevo es no establecer diferencias entre nosotros lo humanos. Pablo nos menciona concretamente cosas a las que debemos morir. Todo aquello que es permanente, que no desaparecerá cuando muramos, solo será aquello que hayamos hecho con amor para con los que nos rodean.

Tenemos que ser dueños de las cosas y de las circunstancias, de los bienes y de los afectos, de las imaginaciones y ensueños, de las emociones y de las pasiones, de los pensamientos y de los deseos y no convertirnos en sus servidores, pues como decía Jesús no se puede servir a dos señores. Servidores, terminamos convirtiendo todo aquello en ídolos, que ocultaran nuestra profunda identidad y nos convertirán en sus esclavos.

Hay un ejemplo sencillo pero evidente del que se convierte en esclavo de algo. Había un monje que solo tenía como propiedad un lápiz. En una ocasión otro monje le pidió se lo prestara para escribir unas notas. El monje del lápiz se lo negó diciéndole que era lo único que tenía y que no podía prestárselo no fuera a perderlo. Bien, pues ese monje no era realmente pobre pues estaba encadenado a esa pequeña cosa. Hay una gran diferencia entre un hombre pobre y un pobre hombre. Un  pájaro atado por un fino hilo es igual de prisionero que si estuviera atado por unas cadenas.

Otra cosa que siempre me da que pensar y que está en la prensa diaria es la construcción de las casas y a todos los niveles de riqueza. En cantidad de revistas vienen montones de fotos de casas increíbles, casi todas desprovistas además de gusto y personalidad, pero símbolo de emporios destinados a la desaparición y causa de reyertas entre los herederos del constructor, y además en sus precios desorbitados causa de graves problemas económicos para los estados. ¡Si pusiéramos todo ese esfuerzo y sufrimiento, en irnos construyendo nuestra verdadera morada eterna, cuánto más felices seríamos!

Pensemos hermanos hoy al escuchar y meditar la palabra de Dios en todo esto. Llenarnos la vida y el corazón de puro viento, de basura que diría S. Pablo, de todo aquello que no sea llenarse del verdadero tesoro que es el amor de Dios que él pone en nuestro corazón y que debemos compartir con nuestro hermanos. El hombre de la parábola de Jesús vendió todo lo que tenía para comprar el campo donde estaba escondido el tesoro, o para comprar la perla fina de gran valor.

Un comentario en “Las riquezas del corazón

  1. Mane dijo:

    Tenemos que entrenarnos todos los días para ganar la carrera. Nuestra carrera en la vida diaria, ahi tenemos que buscar las «cosas de arriba».
    Las seguridades son una trampa, solo lo que demos de nosotros mismos ( nos hará ricos ante Dios). Eso es lo wue nos hará crecer en humsnidad

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