El encuentro con la Gracia

En la iglesia del Monasterio de Sobrado

No pocas parábolas de Jesús -en concreto, las que tienen como interlocutores o destinatarios a la autoridad religiosa y a los fariseos- vienen revestidas de un tono polémico y provocativo. En ellas Jesús defiende su actitud -como cuando, acusado de andar y comer con pecadores (Lucas 15,2), responde polémicamente con las llamadas «parábolas de la misericordia»-, muestra la originalidad de su mensaje sobre Dios o denuncia con dureza una religiosidad mercantilista e hipócrita.

El objetivo de la parábola del fariseo y el publicano es mostrarnos el modo correcto de relacionarnos con Dios, que es la gratuidad. Es el encuentro con la Gracia. El mensaje de Jesús se asienta precisamente en la Misericordia y en la Gracia. Y así es como muestra a Dios: Misericordia gratuita y Gracia compasiva. Nos quiere enseñar que Dios es gratuito y la salvación, también. La Gracia es la fuente de la santidad, es la fuente del rostro de la felicidad, que no consiste sino en transparentar en nuestra vida el amor inmerecido, recibido gratis y que se da gratis. El amor llama al amor.

Lucas nos describe con trazos muy gruesos a dos personas diametralmente opuestas: el autosuficiente y el humilde. Es sorprendente constatar que todos aquellos que Lucas nos propone como modelos de cristianos, son personajes bajo mínimos morales y legales: el buen samaritano, el hijo pródigo, Zaqueo, el publicano, la Magdalena. Y es que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Sólo ellos pueden trasparentar la Santidad de Dios, dejar a Dios ser Dios en ellos. Por esta razón, según el Papa Francisco, la respuesta que Jesús da a quienes le preguntan sobre la santidad sería: Ser pobre en el corazón, esto es santidad; reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad; saber llorar con los demás, esto es santidad; buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad; mirar y actuar con misericordia, esto es santidad; mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad; sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad; aceptar cada día el camino del Evangelio, esto es santidad.

El evangelista retrata al fariseo y al publicano a través de su oración a Dios. Podemos pensar que, en sus relaciones personales con la gente, se comportarían de la misma manera.

Para entender bien esta parábola, hay que desechar la idea, bastante extendida, de que los fariseos eran gente mala. Si pensamos que eran hipócritas y malos, ya están descalificados y no hay más que hablar. Con eso, la parábola pierde toda su fuerza. Ciertamente había fariseos hipócritas y amantes del dinero. Pero en conjunto eran un grupo religioso que buscaba una vida de mayor fervor, por el fiel cumplimiento de la Ley. 

Jesús no polemiza con los fariseos hipócritas, sino con los buenos. Lo que descalifica en ellos es su modo mercantil de relacionarse con Dios: quieren conquistar a Dios con sus obras buenas; pretenden merecer la salvación, que nadie puede merecer, porque es siempre gratuita.  

El primer rasgo con que se describe al fariseo es “estar muy seguro de sí”, su autocomplacencia. El cumplimiento de las normas externas le da esta seguridad. El segundo rasgo es que “despreciaba a los demás”. Cosa extraña que uno se sienta perfecto fallando en lo más básico, en el amor al prójimo. El fariseo no pide nada, pues no siente ninguna necesidad. Su oración es una acción de gracias aparente, porque, en realidad, no da gracias a nadie, ya que se siente dueño de todo lo que hace y no reconoce que todo es don recibido gratuitamente de Dios. Es un monólogo de autocomplacencia en sí mismo. Se diría que Dios debe estarle agradecido. No es como los demás: forma clase aparte. Enumera los vicios de otros y desprecia al recaudador, situándose muy por encima de él. Sus prácticas religiosas son ayuno y diezmo, sin compromiso alguno con el prójimo.

La oración del publicano es una oración de grandes efectos espirituales, pues hace frente directamente al orgullo, el primero de los pecados capitales, y nos hace avanzar en la verdad y en la humildad. No tiene qué ofrecer a Dios, nada de que vanagloriarse, sino que se reconoce pecador. Por eso, se coloca a distancia, inclinado, sin atreverse a levantar los ojos al cielo. Cae confiadamente en los brazos de Dios misericordioso, a quien ha descubierto sanador y liberador. Espera su rehabilitación del amor gratuito de Dios y la obtiene.

Es comprensivo con el pecado de los demás, como si se dijera a sí: ‘Si yo soy el primero en pecar, ¿cómo voy a lanzar piedras contra nadie?’ El publicano bajó a su casa ‘a bien con Dios’, justificado o reconciliado, en gracia de Dios. La reconciliación nunca se da a niveles de cumplimiento externo, sino en la aceptación humilde de la propia realidad, ante Dios y los hombres. Entonces, no se le niega a uno el perdón y el amor.

Es Pablo quien más trata este tema de la justificación. Dice en Romanos 4: Lo que Dios quiere para nosotros es tan grande que nunca lo adquiriremos a costa de las prácticas religiosas o de buenas obras: pero Dios lo da todo si confiamos en Él.

 Es necesario aprender a encontrar el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es ahí que Dios nos encuentra y nos habla. Solamente a partir de ahí podemos nosotros encontrar a los demás y hablar con ellos. El fariseo se ha encaminado hacia el templo, está seguro de sí, pero no se da cuenta de haber perdido el camino de su corazón (De una Catequesis del Papa Francisco sobre la parábola del fariseo y el publicano).

2 comentarios en “El encuentro con la Gracia

  1. Mane dijo:

    Parábola que nos cuestiona a los que nos creemos buenos y justos ,y criticamos a los demás, los que nos creemos buenos porque somos cumplidores de la ley. Tenemos que cambiar nuestros conceptos de buenos y malos, y también nuestra imagen de Dios.
    Gracias por compartir esta buenísima homilía!!!

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