El despertar de la conciencia

Fotografía de Filipe Condado

El texto del Libro de la Sabiduría que se nos acaba de proclamar es una hermosa introducción para comprender el Evangelio de este domingo.

«Te compadeces de todos, porque todo lo puedes… Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado».

Siempre un texto evangélico tiene la fuerza de crear en nosotros un sentimiento de entera liberación, salvo que seamos tan duros de corazón que no aceptemos la paciencia de Dios que nos va llevando a la conversión, como nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos. Jesús de Nazaret nos desconcierta, tiene la cualidad de cogernos siempre con el paso cambiado.

Todo texto evangélico tiene dos lecturas: una literal, en este caso de Zaqueo, admiramos la bondad de Jesús al acoger a un pecador público y comer en su casa, y no vamos más allá de lo que nos narra el texto. La segunda lectura es la que nos tiene que llevar al corazón de lo que se nos narra, descubrir la riqueza que esconde y que no lleva más allá de su literalidad, más allá del relato en sí.

El relato de Zaqueo, lo mismo que el de Bartimeo (eran paisanos), son una parábola de la degradación de la vida. Hay algo más en ellos que una ceguera física y que una pequeña estatura. Lo que les ocurre a estos dos personajes está en su “hombre interior”, los dos están incapacitados para ver a Jesús, es decir, están incapacitados para ver el Camino, la Verdad y la Vida. Y los dos, por su situación personal, se sienten atados y esclavizados.

Zaqueo lo tiene todo pero, en el fondo está vacío, no tiene vida, su riqueza lo aplasta, carece de estatura moral. Bartimeo llegó en su vida a un grado de postración y desesperación que se deja vencer, se aparta del camino de la vida y se deja caer en tierra sin esperanza de recuperar la alegría de sentirse vivo. Bartimeo y Zaqueo viven en una oscura cueva, su vida es una noche cerrada.

Hay cegueras interiores que nacen de la ambición, de las ansias de poder que nos llevan a querer controlar y dominar todo. Ese no es un buen camino porque nos lleva a los falsos mesianismos, a querer ser grandes visires, que la vida y a muerte de pendan de nuestra palabra y, lo que es peor, de nuestro capricho. Aspirar a mejorar la vida es legítimo, pero no a cualquier precio. Cuando la aspiración se tuerce por malos caminos, por no importa qué precio a pagar y las consecuencias que acarrea nuestra ambición, nuestro interior se llena de tinieblas, nos ciega y nada de lo que les ocurra a los demás, con tal de conseguir el objetivo de nuestra ambición, nos importa. Nuestra ceguera se convierte en una cueva en donde vive una alimaña dispuesta a pisotear a todo el que pretenda arrancarnos de la vida que nos hemos programado para nuestra comodidad y disfrute. La ambición acarrea dentro de sí todos los fantasmas imaginarios y todos los peligros. El ambicioso es suspicaz, mentiroso, corrupto, insociable e insaciable. En definitiva: la ambición nos empequeñece por dentro y nos lleva a padecer la peor de las cegueras: la insensibilidad, la indiferencia, la frialdad y la insolidaridad.

Si no cuidamos nuestro hombre interior podemos acabar en las peores tinieblas interiores. Zaqueo, lo mismo que Bartimeo, estaba ciego por dentro, su vida estaba muerta. La vida no es algo que nos viene desde fuera, cada uno tiene que alimentarla en lo más hondo de uno mismo. Cuidar el deseo de vivir, de ver, de poder caminar, de abrazar, de amar, de compartir, de construir, de ser solidarios, de devolver todo el amor recibido, reparar toda injusticia hecha por nuestra torpeza y ambición. Sentir que el perdón destierra nuestras tinieblas interiores y nos llena de luz, de enterrar todo mal celo, toda envidia. No olvidemos nunca que es un error pensar que todo acabó, que mi postración no tiene remedio y que es inútil seguir luchando porque una barrera humana nos impide ver el paso de la VIDA. Todos debemos tener siempre en cuenta que el pasado ya no es, ni el futuro, que todavía no es, y nos pueden abrumar con su peso imaginario. El tiempo presente, nuestro hoy, es nuestra verdad, en el que tenemos que leer nuestra vida, es el que nos puede dar respuesta de nuestra situación vital, de nuestro hombre interior. Es el tiempo en que podemos actuar, pensar, decidir, ilusionarnos con algo nuevo, hacer renacer la esperanza que está llena de luz y de posibilidades.

Zaqueo echó a correr y subió a una higuera, quería ver la VIDA que pasaba por Jericó y la VIDA entró en su casa para quedarse.

Zaqueo y Bartimeo son hermanos en su miseria. La vida cegó a uno, la ambición y la corrupción empequeñeció moralmente al otro. Bartimeo dejó de luchar, fue devorado por un mar insaciable que, cuando le arrebató la vida lo echó al borde del camino sin fuerzas para seguir viviendo. Zaqueo estaba aplastado por una riqueza ganada injustamente. Un día comprendieron que las cuevas son para las alimañas, que en ellas no está la vida de un ser humano. Los dos sintieron la necesidad de acercarse a Aquel que tiene poder de salvar, de liberarlos del peso de sus cadenas y devolverles la libertad, la luz y la paz.

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