Se hallaba en cierta ocasión Nasruddin -que tenía su día filosófico- reflexionando en alta voz: “Vida y muerte… ¿quién puede decir lo que son?”. Su mujer, que estaba trabajando en la cocina le oyó y dijo:
“Los hombres sois todos iguales, absolutamente estúpidos. Todo el mundo sabe que cuando las extremidades de un hombre están rígidas y frías, ese hombre está muerto”.
Nasruddin quedó impresionado por la sabiduría práctica de su mujer. Cuando, en otra ocasión, se vio sorprendido por la nieve, sintió cómo sus manos y sus pies se congelaban y se entumecían. “Sin duda estoy muerto”, pensó. Pero otro pensamiento le asaltó de pronto: “¿Y qué hago yo paseando, si estoy muerto? Debería estar tendido, como cualquier muerto respetable”. Y esto fue lo que hizo.
Una hora después, unas personas que iban de viaje pasaron por allí y, al verle tendido junto al camino, se pusieron a discutir si aquel hombre estaba vivo o muerto. Nasruddin deseaba con toda su alma gritar y decirles: “Estáis locos. ¿No veis que estoy muerto? ¿No veis que mis extremidades están frías y rígidas?”. Pero se dio cuenta de que los muertos ‘no deben hablar’. De modo que refrenó su lengua.
Por fin, los viajeros decidieron que el hombre estaba muerto y cargaron sobre sus hombros el cadáver para llevarlo al cementerio y enterrarlo. No habían recorrido aún mucha distancia cuando llegaron a una bifurcación. Una nueva disputa surgió entre ellos acerca de cuál sería el camino del cementerio. Nasruddin aguantó cuanto pudo, pero al fin no fue capaz de contenerse y dijo: “Perdón, caballeros, pero, el camino que lleva al cementerio es el de la izquierda. Ya sé que se supone que los muertos no deben hablar, pero he roto la norma sólo por esta vez y les aseguro que no volveré a decir una palabra”.
Moraleja: Cuando la realidad choca con una creencia rígidamente afirmada, la que sale perdiendo es la realidad.
Jesús y sus interlocutores se sitúan en dos realidades diferentes. Lo que a Jesús le importa no son las ideas sobre el más allá de la muerte porque, en definitiva, son únicamente ideas. Lo decisivo para Jesús es abrirse a la experiencia de la presencia de Dios que siempre permanece, que trasciende cualquier barrera temporal y hasta la misma muerte. En su ignorancia, los saduceos instalados en sus creencias, –al igual que la secta rival de los fariseos que pensaban lo contrario- no saben en qué consiste lo real. Están convencidos de que viven su vida. Se consideran conscientes de lo que hacen, de lo que quieren y de lo que son. No conocen su ser real, su hombre interior, sino que, por necesidades de supervivencia, son traídos y llevados, a su antojo, por algo parecido a un piloto automático que, les sitúa en la cabeza, en el mundo de los conceptos, en el sueño de las creencias.
Nosotros mismos, podemos vivir también un mundo de ficción: no somos lo que somos, sino lo que pensamos que somos. El hombre superficial forjado por las ideas y las creencias, no es más que una ilusión mental: mi pequeño yo, mi pequeña historia, mis emociones. Y esta ilusión mental busca su felicidad y pone su corazón en los objetos físicos y en las representaciones mentales, en las cosas materiales y en las creencias, en las emociones estimulantes y, sobretodo, en la esperanza de la inmortalidad, entendida como la vida que no tiene fin, pero que no es sino la prolongación del pequeño yo y del dramático relato de su vida.
Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública estaban referidas a la vida más allá de la muerte.
El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una sola respuesta.
Cuando, más tarde, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replicó: ¿no habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?
Pero, ¿hay vida después de la muerte o no la hay?, insistió un discípulo.
¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión!, replicó enigmáticamente el Maestro.
Como lo que estoy viviendo ahora no me satisface, tengo la esperanza puesta en ese futuro en el que ‘viviré una vida más coherente, lograda y feliz’ y, mientras tanto, vivo distraído, dejando que pase junto a mí algo que debería vivir ahora. Si no permanezco debidamente en el hoy en cada momento, dejaré pasar de largo a los mensajeros del cielo, al Dios de los que viven. En el presente no existe el tiempo, ni hay nadie que se identifique y que se llena con objetos materiales, mentales y emocionales. Porque nuestro verdadero ‘yo’ no sabe de variaciones ni de muertes. Es lo único real. Es inalterable, es el ser, es el Cristo que habita en cada ser humano, y no el falso y pequeño yo, arrastrándose a cuestas con el espeso relato de su vida.
El Dios de Jesús no es un Dios de muertos sino de vivos. Es el Dios de la Vida. Allí donde hay vestigios de vida, allí está Él presente. Y la vida está presente aquí y ahora. Decía un sabio tibetano hablando de los occidentales que se pasan todo su tiempo ocupados en preparativos, preparativos, preparativos… y todo para ir a la vida futura sin estar preparados. Creo que hay mucho de verdad en esto: muchos hombres se pasan la vida preparándose para poder vivir el futuro, en lugar de agarrar con las dos manos la vida que ya está ahí.
En este día, entusiasmados y agradecidos una vez más por la palabra de Jesús, que nos recuerda que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, celebramos el regalo de la fe en Aquel que no es sólo el creador de la vida sino, sobre todo, el resucitador que nos permite disfrutarla y festejara, llevándola a la plenitud de su Hoy, invitándonos a permanecer en Él, a vivir ya, ahora, el tiempo de la eternidad.
Gracias!!
Dios hará eterna nuestra vida, y eterno nuestro amor. Él no es sólo creador de la vida; es el que nos lleva a plenitud.
Geacias.
Gracias