«¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de vienes espirituales en la persona de Cristo;Él nos eligió en la persona la Persona de Cristo -antes de la creación del mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor».
Es bueno agradecer a Dios su amor que constantemente nos sana de nuestras debilidades e impurezas. En su corazón de Padre somos santos y sin mancha, hijos bienqueridos, alegría de sus ojos y de su corazón.
Nadie nace enfermo ni en pecado, ¿A caso puede salir algo malo o impuro del corazón de Dios? La historia nos habla de la degradación del ser humano como fruto amargo de la desobediencia, de la soberbia, de querer ser igual a Dios en el conocimiento, querer tocar el cielo con la obra de sus manos. Cuando el hombre desterró a Dios de su vida, la desolación y la desesperanza cubrieron la tierra como una noche negra y espesa. Del jardín de las delicias y de la armonía pasamos a una tierra yerma y llena de conflictos.
Una historia de guerras y odios cainitas parece que nos persigue, pero en medio de tanta ceguera, Dios no se olvida de sus hijos y va poniendo puntos de luz a lo largo del camino de la historia preñada de largas noches cerradas y de frialdad invernal. Jamás Dios permitió que agonizase en el corazón de la humanidad la esperanza de ver un nuevo día radiante de luz. El Dios con nosotros, el Enmanuel de las promesas se nos anuncia, para que como Buen Samaritano, cure al ser humano caído y herido por los ladrones de su dignidad de hijos de Dios.
Si el núcleo mismo del ser humano estaba dañado, manchado, herido, la figura de María en nuestra historia de Salvación como criatura Inmaculada, sana, sin mancha, nos está revelando la decisión de Dios de hacer todo nuevo desde la raíz. La nueva creación se nos anuncia en una criatura humana que va a responder al proyecto de Dios con un SÍ lleno de fe y esperanza en Aquel que le pide humildemente permiso para realizar el milagro de la vida en la Encarnación del Verbo en su seno.
Leer en la solemnidad de la Inmaculada el relato de la Anunciación de San Lucas nos está indicando que los pasos de Dios en la historia no comienzan ni acaban en los templos. Las diferencias de los relatos de la anunciación de Juan Bautista y de Jesús son bien patentes y bien puestas para nuestra compresión de que para Dios no existe lo sagrado y lo profano. Y tienen que seguir siendo en la historia de los creyentes ese espacio que nos ayuda a caer en la cuenta de que el único lugar santo y sagrado capaz de concebir a Dios es el interior del ser humano. Las piedras no conciben, y en la historia de las religiones, desgraciadamente, abundan las piedras. Y una vez más la gloria de Dios abandona el templo hecho por manos humanas y se instala en un lugar profano y contaminado a los ojos de los hombres religiosos de Jerusalén, pero a los ojos de Dios, digno de su bendición, donde residía el Tabernáculo de la Nueva Alianza, la mujer que abre las puertas de su vida al don de Dios. San Lucas nos dice con claridad que Dios se hace carne, no para permanecer en los Templos, sino para poner su morada entre los hombres y compartir su vida.
El relato de la Anunciación tiene la misma fuerza y el mismo mensaje de alegría y esperanza que las Bienaventuranzas de San Mateo. Alégrate, es como un río de aguas desbordantes que no nos ahogan sino que fertilizan nuestra esterilidad. Cristo es concebido en nuestra carne en la alegría de Dios. Todos estamos capacitados para concebir y dar a luz a Dios: «Que se haga en mí como una encarnación del Verbo», decía Isabel de la Trinidad. Y San Bernardo dice: «Nos dicen las Escrituras que unos escucharon la Palabra, otros la proclamaron y otros la cumplieron; pero yo te pido que se haga en mi vientre según tu Palabra. Y no quiero que se haga en mí como una proclamación declamada, o como una señal significativa, ni como un sueño imaginario, sino como una inspiración silenciosa, como una encarnación personal poseída corporalmente en mis entrañas».
A lo largo de la Escritura vemos como Israel tenía conciencia de que Dios estaba con él. Pero era un Dios que infundía más temor que amor, era el Dios del Sinaí. A María se le anuncia una presencia santa que está y mora en ella: «EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO», y la alegría que se anuncia, es una alegría que nace de la fe y de la confianza de que Dios nos acompaña, está siempre de nuestra parte y busca nuestro bien. No estamos solos, dentro de nosotros está el Hacedor de la vida, el que nos llena de su gracia, el que nos reconoce como hijos santos e inmaculados por el amor.
La Virgen Inmaculada es modelo de la Iglesia, tal como la proclama el Concilio. Es la que nos enseña la alegría de abrir nuestras puertas al milagro de la vida. Ella es la mujer creyente la que se hace madre y hermana de los desheredados de la historia, la que nos dice con su vida que la alegría verdadera es posible en el corazón del que anhela y busca la justicia, la libertad y la fraternidad para todos. María, la Virgen Inmaculada, se alegra en Dios porque viene a consumar la esperanza de todos los que anhelan que los cielos se rasguen y venga el Salvador.
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella nos invita a recuperar nuestr.a capacidad de encarnar la V I D A en nuestra historia personal y eclesial