La Palabra de Dios en este domingo, IV de Adviento, se puede resumir en una palabra hebrea: «Emmanuel», que quiere decir «Dios con nosotros». Conocido bajo este nombre por los profetas, Dios es prometido a la Virgen María.
El rey Acaz está inquieto ante la progresión de los ejércitos enemigos en su territorio. También lo está por la situación interior de su pueblo, descontento éste y cansado por los desórdenes de los Reyes de la dinastía de David. ¿Qué hacer ante esta situación desesperada? Rechaza acudir a la protección del Señor e invoca en cambio al poderoso rey de Asiria. Comienza así la escalada de violencia que llevará a la pérdida del reino de David. Pero Dios no se cansa. Intervendrá de una manera desconcertante a través de ese hijo real al que llamarán «Emmanuel, Dios con nosotros». Con nosotros sí, pero no con nuestro ejércitos. El signo será la joven encinta que da a luz a un hijo que será alimentado con cuajada y miel y sabrá rechazar el mal y escoger el bien.
Esto nos lleva a un par de preguntas: ¿Cómo es nuestra confianza en Dios? ¿Aceptamos que su acción nos desconcierte y oramos para que se haga su voluntad y no la nuestra? El niño pobre y desarmado que esperamos en Navidad nos enseña que los medios que emplea no son los nuestros ¿Somos conscientes de que solo los que se hacen pequeños como el niño Dios, solo ellos, entraran en el reino de los cielos?
San Pablo nos regala hoy con un mensaje lleno de sabiduría espiritual y lleno de fe: Se trata de la Buena Nueva, prometida desde antiguo por los profetas de la Sagrada Escritura, y que le ha sido revelada a él: La presencia del Dios con nosotros, como uno de los nuestros nacido de una madre virgen y que es también, como revela el Espíritu Santo, Hijo de Dios desde toda la eternidad. No es ese Jesús nacido en la carne solamente un hombre perfecto, el campeón de una causa humana, de una revolución de los corazones o de una transformación de las relaciones entre los seres humanos. Ese niño que desde su Natividad hace 2020 años, comparte nuestra condición humana, es el verdadero Hijo de Dios que después de su Resurrección ha entrado de nuevo en el cielo, como hombre y en su condición divina, sentándose a la derecha de Dios su Padre.
Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Estos versos maravillosos que Isaías 9,6 nos regala es una maravillosa revelación de lo que se celebrara cinco siglos después en Belén de Judá. El ve en el Emmanuel, que sería en realidad el hijo del Rey, al mismísimo Dios. Ese es el gran milagro de la fe: ver en esa frágil criatura al mismísimo Dios. No solo en el frágil niño que celebramos en esas fechas, sino en el pobre, en el desamparado, en el rechazado por la sociedad, en el enfermo y lo más fuerte, en la oveja perdida. Y esta idea y la fe en ella ha cambiado la faz de la historia del mundo. Dios encarnado en uno como nosotros para que le oigamos, veamos su manera de ser y de pensar y así estar bien seguros de nuestra salvación.
Me gustaría hacer una mención a algo que preocupa a muchas gente y es el doble nombre que se da a Jesús: Con dos versículos de diferencia, San Mateo indica dos de los nombres que recibirá el Niño nacido de la Virgen. El dado por el profeta y el dado por el ángel: Emmanuel hace relación a su naturaleza, a la personalidad del hijo de María. Eso es lo que significará para los hombres: Dios con nosotros. Es lo que el ángel le dice a María: será santo, será llamado hijo de Dios. Mientras que Jesús es el nombre que hace referencia a su misión: Salvar al pueblo de Dios. Viene a dar la salud al pueblo de Dios, es el ungido de Dios, para perdonar los pecados y llevar a sus hijos al Cielo con el Padre. Así pues no hay confusión alguna y no se le dan dos nombres, en oposición el uno del otro, sino que, como dije, se trata del aspecto que se quiera dar a su personalidad: su naturaleza o su misión.
Con relación al nombre de Emmanuel me parecería más interesante la traducción de: «Dios en nosotros». Hay ahí un matiz más profundo de cercanía. «Dios dentro de nosotros». «El con nosotros» no tiene por qué implicar una interioridad, puede ser una mera cercanía, una presencia externa- A este respecto recordamos la famosa frase de S. Agustín que buscaba inútilmente a Dios fuera de sí, hasta que se dio cuenta de que lo llevaba dentro de su corazón. Es decir, nosotros somos como María, «Arca de la alianza», pues portamos al creador dentro de nosotros mismos. Nosotros estamos llamados a ser Emmanueles y Cristos y lo somos.
Quisiera terminar con la preciosa introducción de Pablo en su carta a los Colosenses (1,12-20), en la que se hace clara mención al Emmanuel y al Jesús, la personalidad y el que nos salva.
«Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.»
Dios se lo pague y los bendiga por esta reflexión tan hermosa y tan catequetica…Me ayuda muchísimo en mí vida 🙏🙏🙏
Gracias