
Fotografia de Aurélien Ibanez | 2016
En esta fiesta de la Presentación del Señor que hoy celebramos, reconocemos a Jesús como la Luz de todas las naciones y como el Salvador de todos los pueblos. En esta sintonía queremos celebrar también hoy la jornada mundial de la vida consagrada, cuyo lema es este año: “la vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente”.
María, esperanza de un mundo sufriente, nos hace disponibles para afrontar con confianza el hoy que nos toca vivir y nos anima a seguir haciendo presente, en este mundo nuestro, el amor misericordioso de Jesús y su cercanía hacia los más desamparados. Somos ‘para los demás’, y por ello no queremos perdernos en pequeñeces que esterilizan el don que un día se nos dio y que nosotros aceptamos con agradecimiento.
A lo largo de nuestra vida vamos siendo conducidos, a trancas y barrancas, por el Espíritu del Señor, que gime en nuestro interior y nos va trabajando por dentro. Él nos va librando de nuestras resistencias. Abre en nosotros espacios de nueva libertad, de tal manera que vamos aprendiendo, poco a poco, a participar en la extensión del Reino transmitiendo la esperanza del Evangelio, siempre que permanezcamos cimentados en el Amor Incondicional de Dios.
Para dejarse guiar por el Espíritu del Evangelio es preciso que nos paremos, que entremos dentro de nosotros mismos y oremos humildemente al Padre para dejarnos penetrar de la dinámica del Evangelio, al ser y sentirnos amados incondicionalmente. Cuando los dones dejamos de verlos como gracias, tarde o temprano terminan por atrofiarse. La contemplación de la vida e historia de Jesús nos va conduciendo en peregrinación hacia el corazón del mundo, hacia aquellos lugares en los que de un modo especial se nos revela Dios. Nada se impone, nada ocurre automáticamente. Es cuestión de tacto, de escucha, de ver interiormente, de sentir y de gustar el Evangelio. Así, suavemente, somos invitados a recorrer los caminos de nuestra vida desde el horizonte de la vida de Jesús. De este modo experimentamos cómo vamos siendo invadidos por una alegría desbordante, por una esperanza serena, cómo vamos creciendo en verdadera libertad, la que nos hace libres en lo más profundo de nuestro ser. Así, poco a poco, vamos pasando de vivir ante Dios, a vivir con Dios; de vivir con los seres humanos a vivir para ellos.
Mueren las ideologías, pasan las filosofías, pero los sueños permanecen. Son ellos los que mantienen siempre abierto el horizonte de la esperanza. Los sueños crean el humus necesario que permite continuamente proyectar nuevas formas de convivencia social y de relación con la naturaleza. ¿Cuál es nuestro sueño? ¿Cuál es el sueño de la sociedad internacional? Es el sueño de la inclusión de todos en la familia humana, morando juntos en la misma y única Casa Común, la Tierra, que deseamos sanar y cuidar; el sueño de la gran integración de todas las culturas, etnias, tradiciones y caminos religiosos y espirituales en el patrimonio común de la humanidad; el sueño de una nueva alianza con los demás seres vivos de la naturaleza, sintiéndolos, verdaderamente, como hermanos y hermanas en la inmensa cadena de la vida; el sueño de una economía política de lo suficiente y de lo decente para todos, y también para los demás organismos vivos; el sueño de un cuidado de unos para con los otros para exorcizar definitivamente el miedo; el sueño de un diálogo de todos con su propia Profundidad, de donde brotan los impulsos de benevolencia, de cooperación y compasión; el sueño de una religación de todos con la Fuente Originaria, de la que manan todos los seres, que nos hace sentir acogidos sin condiciones, hasta el día en que caigamos todos en los brazos del Dios Padre-Madre de infinita bondad, y vivamos, para siempre, sin ningún desgaste.
Venimos de una civilización, hoy globalizada, que realizó cosas extraordinarias, pero que es materialista y mecánica, lineal y determinista, dualista y reduccionista, atomizada y compartimentada. Ha separado la materia y el espíritu, la ciencia y la vida, la economía y la política, la técnica y la poesía, Dios y el mundo. Hizo algo así como una lobotomía en nuestra mente, pues nos dejó desencantados, obtusos a las maravillas de la naturaleza e insensibles a la reverencia que el universo suscita en nosotros. Aspiramos a una civilización que dé centralidad a la espiritualidad, para caminar con el empuje del Espíritu, dilatado el corazón e invadidos de esperanza, hacia una humanidad reconciliada finalmente con todas las cosas, capaz de religar todas las cosas entre si, con el ser humano y con Dios. Este es nuestro sueño que abandonamos a Su Voluntad. Pero, en el intento, se realice o no el sueño –y los sueños, sueños son- sí que podremos descansar felizmente en la confianza de que nuestras vidas encontrarán un sentido: la esperanza del Evangelio, que nada ni nadie podrá arrebatarnos.
Hoy es el día de la Luz, la fiesta del encuentro. Cristo es luz del mundo, Cristo es luz de nuestras vidas. Sólo él ilumina nuestros débiles pasos en este camino de su seguimiento, tantas veces áspero y polvoriento. Con María, Madre de la Esperanza, envolviéndonos, queremos hacer de nuestra vida una peregrinación rebosante de esperanza en medio de tanto sufrimiento, al encuentro de la Luz verdadera, la que alumbra a toda mujer y a todo hombre.
Casi al final de la Homilía leo :» …..Aspiramos a una civilización que dé centralidad a la espiritualidad » y sí, uno desearía la realización de ese sueño, de confianza en Dios y vivir con verdadera compasión con todos los seres. Si algo en verdad da sentido a nuestra existencia creo que tiene que ver con la búsqueda de nuestra espiritualidad y sí, hay que pararse, respirar y reconocer el inmenso don que significa estar vivo. Si no perdemos esa perspectiva, quizás podamos vivir confiados y sentir a Dios a nuestro lado, justo cerca de nuestro corazón..
Gracias
Carlos Martín
Si sabemos ver, podemos descubrir la luz. . El centro del Evangelio no está en el templo y sus rituales, está en la bondad que Jesús mostró en sus tres grandes preocupaciones: la salud de los enfermos, el alimento de los pobres y, las buenas relaciones humanas
Rica homilía, en la que encuentro varias frases que guardar, cuidadosamente. Habla del sueño de ser conducidos, por el Espíritu, hacia la unión con todo y con todos, en el Uno. «Padre, que todos sean uno. Como Tú en mi y yo en Ti». Encuentro apasionante (podría usar otros adjetivos), como trata de describir esa unión, especialmente en el párrafo quinto. Muchas gracias.