Cuando renunciamos a ser dioses

 

Cuaresma I | Enrique Mirones, monje de Sobrado | 2017

«Considerad, Hermanos al Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos».

Este versículo del capítulo tercero de la Carta a los Hebreos, nos puede ayudar mucho en nuestro “éxodo” particular y comunitario en el largo proceso de maduración en la fe y en el camino hacia la casa del Padre.

Todos sabemos que la vida no es fácil para nadie y la vida de fe tampoco, sobre todo si nuestra fe se fundamenta en un sistema de creencias y prácticas religiosas que nos dan seguridad, porque un día ese sistema de creencias y prácticas religiosas se caerá y se hará pedazos, y nos dejará sumidos en la más completa desnudez. Ese es el momentos crucial de nuestra vida: caminar en la oscuridad dela fe, «con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe» (Hb 12,2), o bien volver a recomponer las viejas creencias y refugiarnos en ellas dando la espalda a un proceso de maduración y crecimiento de la fe viviendo de por vida en la amargura de un teísmo ateo.

Todos tenemos la experiencia de que la fe es un proceso de maduración humana y espiritual y tenemos que tener siempre en  nosotros, en nuestro interior, la imagen viva de Jesús a quien no lo fue fácil mantenerse fiel a la misión recibida del Padre. Los Evangelios nos recuerdan sus luchas interiores y las pruebas que tuvo que superar a lo largo de su vida. Sabemos que el relato de las tentaciones que nos narran los evangelistas es un resumen de las tentaciones que tuvo que superar. Las formas falsas de un mesianismo espectacular y triunfador le venían dadas, no solo por la creencia popular en un Mesías Rey y Sumo Sacerdote que había en su tiempo, sino también por la ambición de sus discípulos. Él no se deja arrastrar por el delirio de la omnipotencia, ni por la fascinación perversa de «todo en el acto», sino que guarda el sentido del límite, de la unicidad de Dios y la distancia con relación a Él. Jesús de Nazaret nos dice que comenzamos a ser creyentes, hombres y mujeres de fe, cuando renunciamos a ser dioses. Y, sobre todo, nos dice que los caminos de la tentación, que estuvieron presentes en su vida hasta la Cruz, también son los nuestros, y las respuestas que tenemos que dar para vencerlos las encontraremos en su persona y en nadie más.

Decir ¡NO! a los espejismos maravillosos que van a mostrársenos en la soledad del desierto va a ser difícil y duro. Tendremos hambre y sed de lo que quedó atrás y la memoria lo va a magnificar. Tendremos caídas y retrocesos. Derramaremos lágrimas de sangre. Daremos gritos de impotencia y todo un mundo de imágenes tomará posesión de nosotros. Acordaos de la terrible noche da San Antonio Abad cuando se recluyó en un sepulcro en el desierto y todas las miserias humanas, todas las ambiciones, todas las lujurias personificadas en seres fantásticos luchaban dentro de él para apartarlo de su camino en el seguimiento de Jesús. La lucha fue tan terrible que quedó medio muerto. «¿Dónde estabas, Señor? – dijo Antonio.  Yo estaba contigo, respondió el Señor».

La perseverancia en esa lucha, no es algo que se hace en un día o dos. La historia nos dice que tenemos que andar vigilantes, pero sabemos que uno más FUERTE nos sostiene en ese trabajo de ser hombres y mujeres de espíritu evangélico. Una vez que nos abandonamos en las manos de la misericordia, que tomamos la Santa Palabra para encontrar en Jesús de Nazaret la respuesta que necesitamos para caminar con fe por nuestro desierto interior, una vez que renunciamos a tener todas las respuestas, a tener todas las seguridades, una vez que tenemos conciencia de que no somos más que hombre y mujeres, frágiles vasijas de barro, entonces, solo entonces, sabremos que somos tentados para que no nos extralimitemos en nuestras posibilidades cuando queremos vivir como superhombres y tener respuestas convincentes para todo, es decir: ser como dioses.

La ambición del poder, del prestigio y del dinero, en el fondo son una única tentación en la que, como satélites, orbitan todas las demás. Por eso, una vez que en nuestro mundo interior renunciamos a nuestro falso yo, se nos abren las puertas de la luz como a San Antonio y comprenderemos que en Cristo quien pierde, gana.

Cristo vive y lucha con los que renuncian a sí mismos y luchan por un mundo de paz y justicia. Para nosotros los creyentes este proceso de caminar por el desierto hacia la Pascua de Luz, lo tenemos que vivir como una experiencia de salvación en la que por el camino vamos dejando jirones de vida. Cada jirón por muy doloroso que sea es una victoria a nuestro falso yo. Pero el que nos acompaña, el que vive y lucha con nosotros, está sanando nuestras heridas. Y el mejor signo de su presencia salvadora es una alegría humilde que, poco a poco, va apoderándose de nuestro interior. Una alegría que nace en el centro de la persona cuando renuncia a fabricarse dioses y deja a Dios ser Dios.

6 comentarios en “Cuando renunciamos a ser dioses

  1. Mane dijo:

    Nos tienta todo aquello que promete seguridad y autoafirmación del yo. En nuestras manos está la decisión. Y de ella somos responsables.
    Preciosa y magnífica homilía. Gracias por compartirla

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