¡Felices los que saben que no ven!

Cuaresma IV | Enrique Mirones, monje de Sobrado | 2017

Dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para los que no ven, vean; y los que ven, se queden ciegos». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece». (Jn 9,39-41)

¡Cuánto sufrimiento cargamos solo por pensar que vemos, que tenemos razón, que nuestra visión es la que corresponde a la verdad! ¡Cuánto sufrimiento por vivir pensando que la verdad está en nuestra cabeza! Somos expertos en cargar fardos pesados. Jesús, la luz del mundo, nos ofrece la iluminación de reconocernos ciegos. Los que se encuentran con Jesús descubren la bienaventuranza de la ceguera: ¡Felices los que saben que no ven!

¡Oh noche que guiaste! – testimonia San Juan de la Cruz.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía.

¡Bienaventurada la ceguera que nos lleva al encuentro de la luz que en el corazón arde!

Dice San Isaac, el sirio: Bienaventurado el hombre que conoce su propia debilidad, pues este conocimiento se convierte para él en fundamento, raíz y principio de todo bien. (…) Cuando un hombre sabe que tiene necesidad del auxilio divino multiplica sus oraciones. Y mientras más ora, más su corazón se vuelve humilde. (…) Cuando el hombre se ha hecho humilde, inmediatamente la misericordia [de Dios] lo rodea y el corazón experimenta el auxilio divino. Descubre que sube en él una fuerza que le establece en la confianza. Cuando el hombre experimenta así el auxilio divino, (…) su corazón inmediatamente se llena de confianza y comprende entonces que la oración es el refugio donde encuentra el auxilio, la fuente de salvación, el tesoro de la confianza, la puerta donde se protege de la tempestad, la luz de los que están en tinieblas, las fuerzas de los débiles, la protección en el momento de las pruebas, la ayuda más fuerte para la enfermedad. (…) En una palabra, la oración es la puerta por la cual llegan a él todos estos bienes. Él encuentra desde ahora sus delicias en una oración llena de fe. Su corazón está iluminado por la confianza. Está lejos de su ceguera de antes y de su oración [pronunciada] sólo con los labios. Desde el momento en que él ha comprendido todo esto, posee la oración en su alma como un tesoro. Y tan grande es su alegría que su oración se ha cambiado en grito de acción de gracias. 

Desde la mirada renovada por la gracia de la oración, podemos contemplar en todo la sobreabundancia de vida: «Mirad a los cuervos: no siembran ni siegan, ni tienen dispensas ni graneros, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que los pájaros! ¿Y quién de vosotros, por más que se preocupe, puede alargar su vida una hora? (…) Fijaos cómo crecen los lirios: no se afanan ni hilan, pero os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos» (Lc 12,23-25.27).

Solo en la pequeña jaula de nuestro pensamiento todo nos falta, todo nos amenaza, nos llenamos de miedo y de preocupaciones, andamos intranquilos como si todo dependiera de nosotros, como si tuviéramos el poder de añadir una hora a nuestra vida. Pensamos verlo todo, pero, ¡cómo son grandes nuestras tinieblas!

Si nos atrevemos a salir del circuito ya conocido y agotado, aunque sea por cansancio, porque ya no podemos más, y entramos en el territorio donde no vemos, si aceptamos nuestra ceguera – ¡oh noche dichosa! –, la llama que arde en el corazón, fuego siempre nuevo e inextinguible, hará nueva nuestra mirada sobre todas las cosas. Cada uno de nosotros lleva el fuego pascual en el corazón. ¡Acerquémonos! Él nos espera, Él nos tocará y nos abrirá los ojos. ¡Fijaos como crecen los lirios! De la entraña del invierno brota una savia que revitaliza el paisaje del mundo.

4 comentarios en “¡Felices los que saben que no ven!

  1. Mane dijo:

    Estamos viviendo un Kairos excepcional, un copioso tsunami que está sacudiendo nuestras conciencias, y afloran nuestros miedos. Pero también es ocasión para una profunda reflexión. Más allá de este sunami hay un mundo mejor y más bello, hecho de fraternidad y reino. Nos desafía a dar respuesta. Abrir los ojos y VER.
    Gracias por colgar temprano la homilía. Me viene muy bién para reflexionar y hacer oración. GRACIAS

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