Rebelión, resignación, aceptación

Laguna de Sobrado

Existen tres actitudes po­sibles frente a aquello de nuestra vida, de nuestra persona o de nuestras circunstancias, que nos desa­grada o que consideramos negativo.

La primera es la rebelión; es el caso de quien no se acepta a sí mismo y se rebela: contra Dios que lo ha hecho así, contra la vida que permite tal o cual acontecimiento, contra la sociedad, etc. La rebe­lión suele ser la primera reacción espontánea frente al sufrimiento. El problema está en que no resuelve nada; por el contrario, no hace sino añadir un mal a otro mal y es fuente de desesperación, de violencia y de resentimiento. Quizá cierto romanticismo litera­rio haya hecho apología de la rebelión, pero basta un mínimo de sentido común para darse cuenta de que jamás se ha construido nada importante ni positivo a partir de la rebelión; ésta solamente aumenta y pro­paga más aún el mal que pretende remediar.

A la rebelión tal vez le suceda la resignación: como me doy cuenta de que soy incapaz de cambiar tal situación o de cambiarme a mí mismo, termino por resignarme. Al lado de la rebelión, la resignación puede representar cierto progreso, en la medida en que conduce a una actitud menos agresiva y más rea­lista. Sin embargo, es insuficiente; quizá sea una vir­tud filosófica, pero nunca cristiana, porque carece de esperanza. La resignación constituye una declaración de impotencia, sin más. Aunque puede ser una etapa necesaria, resulta estéril si se permanece en ella.

La actitud a la que conviene aspirar es la acepta­ción. Con respecto a la resignación, la aceptación im­plica una disposición interior muy diferente. La acep­tación me lleva a decir “sí” a una realidad percibida en un primer momento como negativa, porque dentro de mí se alza el presentimiento de que algo positivo acabará brotando de ella. En este caso existe, pues, una perspectiva esperanzadora. Así, por ejemplo, puedo decir sí a lo que soy a pesar de mis fallos, por­que me sé amado por Dios; porque confío en que el Señor es capaz de hacer cosas espléndidas con mis miserias.

Puedo decir sí a la realidad más ruin y más frustrante en el plano humano, porque -empleando la forma de expresarse de Santa Teresita de Lisieux- creo que el amor es tan poderoso que sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que halla en mí. La diferencia decisiva entre la resignación y la aceptación radica en que en esta última -incluso si la realidad objetiva en la que me encuentro no va­ría- la actitud del corazón es muy distinta, pues en el anidan ya -podríamos decir que en estado embrionario- las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad.

Aceptar mis miserias, por ejemplo, es con­fiar en Dios, que me ha creado tal y como soy. Este acto de aceptación implica la existencia de fe en Dios, de confianza en Él y también de amor, pues confiar en alguien ya es amarle. A causa de esta presencia de la fe, la esperanza y la caridad, la aceptación cobra un valor, un alcance y una fecundidad muy grandes. Porque, en cuanto hay algo de fe, de esperanza y de cari­dad, automáticamente hay también disponibilidad a la gracia divina, hay acogida de esta gracia y, más pronto o más tarde, hay efectos positivos. La gracia de Dios nunca se da en vano a quien la recibe, sino ni resulta siempre extraordinariamente fecunda.

Jacques Philippe

4 comentarios en “Rebelión, resignación, aceptación

  1. Carlos Martín dijo:

    Con respeto quiero manifestar que disiento del primer párrafo, a saber: no se puede generalizar en relación a la rebelión. Para empezar hay que distinguir rebelión y violencia. M. Ghandi, hombre profundamente espiritual, se rebeló contra un estado de cosas manifiestamente. La actitud rebelde, romántica o no , si va regida por un corazón noble, aporta, suma y abre horizontes. Recordemos a San Juan de la Cruz , sus padecimientos, su rebeldía su fe inquebrantable en su recta visión.
    Por lo demás, agradecer está reflexión en tiempos tan difíciles.. gracias.

  2. Luis Martínez Sánchez dijo:

    Ante las circunstancias de nosotros mismos…ante el duelo por una persona querida…ante las enfermedades…ante las vicisitudes de la sociedad…ante cualquier problema que se nos plantea, reaccionamos casi de la misma manera. Primero, nos negamos a admitirlo:; muchas veces con ira que, en ocasiones dirigimos hacia los demás y la mayoría de las veces está encaminada hacia nuestro propio interior.. Como consecuencia nos replegamos sobre nosotros y sentimos la necesidad de dejar las cosas como están. En muchos casos, en todos, Cristo no nos pide esto. No quiere nuestra resignacióN. No desea nuestro aniquilamiento como personas, como seres vivos. Desea que todas estas fases duren lo menos posible. Dios quiere que nos entreguemos en sus brazos que le pidamos misericordia tras aceptar que somos débiles y frágiles y que deseamos caminar, en el presente, hacia una Vida plena. Dios es Amor y ante nuestros problemas solo desea acogernos en sus entrañas. Meditar soluciones…es lo que resta al ser humano, ayudado por la aceptación de la Presencia De Dios en nuestro interior.
    “” Jesús esperanza nuestra, haz de nosotros humildes del Evangelio. Querríamos comprender tanto que lo mejor de nosotros mismos se construye a través de una confianza muy sencilla… Y que incluso un niño puede llegar a ello. (( Hermano Roger )) “l

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