Tres cuentos:
Érase una vez un sacerdote tan santo que jamás pensaba mal de nadie. Un día, estaba sentado en un restaurante tomando una taza de café -que era todo lo que podía tomar, por ser día de ayuno y abstinencia- cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su congregación devorando un enorme filete en la mesa de al lado. “Espero no haberle escandalizado, Padre”, dijo el joven con una sonrisa.
“De ningún modo. Supongo que has olvidado que hoy es día de ayuno y abstinencia”, replicó el sacerdote.
“No, Padre. Lo he recordado perfectamente”.
“Entonces, seguramente estás enfermo y el médico te ha prohibido ayunar…”
“En absoluto. No puedo estar más sano”.
Entonces, el sacerdote alzó sus ojos al cielo y dijo: “¡Qué extraordinario ejemplo nos da esta joven generación, Señor! ¿Has visto cómo este joven prefiere reconocer sus pecados antes que decir una mentira?”.
Un monje andariego se encontró, en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en su talega. Un día se encontró con un viajero y, al abrir su talega para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más.
El viajero le dio las gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el resto de sus días.
Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: “Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mi”.
Érase una vez un hombre tan piadoso que hasta los ángeles se alegraban viéndolo. Pero, a pesar de su enorme santidad, no tenía ni idea de que era un santo. El se limitaba a cumplir sus humildes obligaciones, difundiendo en torno suyo la bondad de la misma manera que las flores difunden su fragancia, o las lámparas su luz.
Su santidad consistía en que no tenía en cuenta el pasado de los demás, sino que tomaba a todo el mundo tal como era en ese momento, fijándose, por encima de la apariencia de cada persona, en lo más profundo de su ser, donde todos eran inocentes y honrados y demasiado ignorantes para saber lo que hacían. Por eso amaba y perdonaba a todo el mundo, y no pensaba que hubiera en ello nada de extraordinario, porque era la consecuencia lógica de su manera de ver a la gente.
Un día le dijo un ángel: “Dios me ha enviado a ti. Pide lo que desees, y te será concedido. ¿Deseas, tal vez, tener el don de curar?”. “No”, respondió el hombre, “preferiría que fuera el propio Dios quien lo hiciera”.
“¿Quizá te gustaría devolver a los pecadores al camino recto?” “No”, respondió, “no es para mí eso de conmover los corazones humanos. Eso es propio de los ángeles”.
“¿Preferirías ser un modelo tal de virtud que suscitaras en la gente el deseo de imitarte?”. “No”, dijo el santo, “porque eso me convertiría en el centro de la atención”.
“Entonces, ¿qué es lo que deseas?”, preguntó el ángel. “La gracia de Dio”, respondió él. “Teniendo eso, no deseo tener nada más”. “No”, le dijo el ángel, “tienes que pedir algún milagro; de lo contrario, se te concederá cualquiera de ellos, no sé cuál…”.
“Está bien; si es así, pediré lo siguiente: deseo que se realice el bien a través de mí sin que yo me dé cuenta”.
De modo que se decretó que la sombra de aquel santo varón, con tal de que quedara detrás de él, estuviera dotada de propiedades curativas, y así, cayera donde cayera su sombra -y siempre que fuese a su espalda-, los enfermos quedaban curados, el suelo se hacía fértil, las fuentes nacían a la vida, y recobraban la alegría los rostros de los agobiados por el peso de la existencia.
Pero el santo no se enteraba de ello, porque la atención de la gente se centraba de tal modo en su sombra que se olvidaban de él; y de este modo se cumplió con creces su deseo de que se realizara el bien a través de él y se olvidaran de su persona.
Celebramos una reunión de amigos. Un brindis por la vida, por un estilo de vivir. El que convoca es Jesús. Los demás somos sus amigos. De esta amistad profunda nacerá un Anuncio que recorrerá el mundo entero.
Buenas reflexiones para un nuevo estilo de vida. Una belleza el canto!!!. Muchas gracias.
Querida comunidad. Feliz día del amor fraterno!!
Gracias por seguir a nuestro lado telemáticamente en esta Semana Santa tan dolorosa para la humanidad.
Gracias por que a través de vuestras voces podemos otear la paz del monasterio y encontrarnos con vosotros de forma muy especial hoy día del amor fraterno. Gracias, escucharos siempre es un regalo y un encuentro de oración.
Gracias
Gracias