María no se deja dislocar.
Se queda firme donde está su Hijo.
A menudo el ambiente es tan agitado debajo de la cruz.
Se puede ver a José de Arimatea, Nicodemo, a Juan, a la Virgen y a muchas mujeres (Mt 27,56)
Aquí vemos solamente a María inclinada sobre su Hijo muerto.
No una Pietá preciosa para nuestra meditación perfecta.
Solamente una madre totalmente entregada a su tristeza.
Casi no se percibe su cuerpo, se ha hecho una con su Hijo.
Se deja definir por la curva.
Curva de amor,
curva de cariño,
curva de ternura.
Curva de tantas madres.
Curva de tantas personas que se lamentan por sus seres queridos.
Deseando vestirse de su Hijo,
la theotokos, portadora de Dios,
que le llevó nueve meses, le dio la vida, la palabra,
cuya vida giraba en torno a él,
se vierte una última vez sobre su Hijo querido.
Como para darle su propio calor, su propio valor, su propia vida.
Noli me tangere, no me toques (Jn 20,17).
Aquí se puede tocar.
Es su manera de despedirse. Es su manera de entregarse.
Se aprieta totalmente contra su Hijo con el beso de su cuerpo.
Es su manera de soltarle.
No le oprime, sino que le imprime,
y se imprime en él.
Con ternura. Con dulzura.
Para nunca olvidarle.
Se imprime con dulzura, como mis labios sobre los de mi amado.
¡Que me bese con los besos de su boca!
Mejores son que el vino tus amores, qué suave el olor de tus perfumes; tu nombre es aroma penetrante. (Cant 1,2-3)
Cuerpo a cuerpo, pura intimidad envuelta en Dios.
Están solos.
Todos han desaparecido en las sombras
para que la luna envuelva a esos amantes con su luz pálida, tímida, retenida.
Me levanté para abrir a mi amado, mis manos destilaban mirra,
mirra goteaban mis dedos, en el pestillo de la cerradura. (Cant 5,5)
Espíritu, ¿por dónde andas?
Ven, Espíritu, envuélvenos.
Mi amado ha muerto.
Estoy sola.
Abrí yo misma a mi amado, pero mi amado se había marchado. El alma se me fue con su huida. Lo busqué y no lo hallé, lo llamé y no respondió. (Cant 5,6).
Se ha derramado sobre su Hijo.
Pero todavía queda vida en ella.
Vida para decirle su última palabra:
te amo.
No se queda parada, paralizada.
Se atreve a darse en puro arco amoroso,
tendida sobre su Hijo, como para resucitarle,
como el profeta resucitó al hijo de la viuda (1 Re 17,21).
Tendida sobre su Hijo,
como Dios creó a Adán y Eva del polvo de la tierra
y les impregnó su imagen y semejanza (Gn1,26).
María se deja definir como beso,
encuentro,
adiós.
Sabe despedirse. Con todo su ser.
No se aprieta para guardarle convulsivamente.
Tampoco para protegerle desesperadamente.
Se despide sencillamente.
Sabe que conviene que se vaya.
Os conviene que yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. (Jn 16,7)
Sin embargo, el dolor queda.
El amor no quita el dolor.
Todo lo contrario. Lo hace más agudo.
Su Madre toma el lugar de su Padre.
Muestra cómo sufre su Padre que está en el cielo.
Se podría decir: entre ambos no hay espacio.
Sin embargo, ambos son espacio nuevo,
espacio del Espíritu.
Ahora se puede entregar totalmente a la tristeza.
No es desesperada. La tristeza traduce su amor.
Esta tristeza, este ayuno le agrada a Dios (Is 58,5).
En el abismo de mi soledad confío en el Señor.
Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi Salvador. (Hab 3,17)
Duerme.
Descansa.
La Virgen espera.
Ahora, Dios, todo está en tus manos
Bert Daelemans, S.J.
Una oración para todos aquellos que estos días no se pudieron despedir con un beso de sus seres queridos.
Belleza adoradora…..
En el abismo de mi soledad confío en el Señor…..
Gracias
El Amor de una madre. es lo más grande y nuestra Madre del cielo??? Cuánto amor nos da Cuánto sufrió viendo su hijo en la Cruz muchas gracias por todo !!
Nos salvaremos si nos entregamos a los demás. Quién no vive sirviendo, no sirve para vivir.
Gracias por compartir esta preciosa reflexión
Gracias