Escuchábamos en las celebraciones del pasado Domingo de Resurrección:
Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? (Is.43,19).
Todo parecía igual. Realmente: ¿qué es lo que cambió? (Xaime Lamas).
Si no lo reconozco por sus llagas, no creeré. Si el resucitado no es el crucificado, prometo no creer en él. Porque no puede ser mi Señor y Salvador. No puede ser mi Puerta y mi Pastor (Bert Dealemans)
Cuenta una antigua leyenda, que sobre la colina de un lejano reino se hallaba un castillo de cúpulas doradas, donde el rey ejercía su labor y administraba la comarca. Poseía fama de justo y se le reconocía tanta generosidad como grandeza. Sin embargo, todos sabían que tenía un secreto: el rey padecía de una profunda tristeza porque no lograba poseer la llave de la paz perfecta.
Su reino, a lo largo de los años, o bien sufría grandes sequías o disfrutaba de generosas cosechas. Y aunque el rey sabía y conocía este cíclico vaivén, no podía evitar la amargura de las sequías ni la exaltación de las riquezas. Debido a ello, el monarca mantenía en el fondo de su corazón una obstinada búsqueda: la búsqueda de la estabilidad perfecta.
Un día de sol mientras los mercaderes ofrecían animosamente las sedas traídas desde tierras lejanas por largas caravanas de camellos, estalló de pronto el afilado sonido de las trompetas reales que acalló súbitamente el vocerío. El rey se disponía a pronunciar la declaración más importante de su vida, y para tan fausto motivo convocaba a todos aquellos embajadores y viajeros que tuvieran oídos para oír.
Tras 144 amaneceres, los emisarios del reino desplegando sus pergaminos leyeron solemnemente: “Su majestad el rey invita a todo su pueblo a construir un anillo para el dedo real, no obstante, éste será un anillo tan especial que deberá poseer en una misma forma, aquello que haga precisamente recordar a su portador, la moderación en los tiempos de poder y grandeza, así como la confianza y la esperanza en los tiempos de escasez y nieblas espesas. De esta forma, su majestad alcanzará un equilibrio tal, que estará dispuesto a ceder, a cambio, la totalidad de su reino”.
Tras esta proclama, redoblaron los tambores y sonaron las doce trompetas de plata y los mil clarines de oro. Las gentes allí reunidas creían estar soñando. ¡Todo su reino! ¡Qué valioso debía ser algo semejante!
Los mensajeros partieron a galope por los ocho senderos de la rosa de los vientos, despertaban a su paso el genio creador de magos y artistas dispuestos a buscar las claves que podían recordar a su majestad la ley del supremo equilibrio.
Pasó el tiempo, mientras diferentes orfebres presentaban esperanzados al rey, cada uno de los anillos mágicos por ellos realizados, de manera que el monarca pudiera probar el alcance de su virtud. Pero nadie conseguía aportar a su majestad el recordatorio que necesitaba para ese columpiar continuo entre la abundancia y la sequia.
Un día, se presentó en la corte un caminante con porte de guerrero, alma de sacerdote y palabra de mago. Un extranjero que sabía silbar de tal forma que los ecos de su silbido llegaban hasta los confines de todos los rincones del reino. Pronto se supo que el recién llegado portaba el anillo que solicitaba su majestad. Las puertas del palacio se abrieron para ser presentado ante el rey.
Sus silbidos resonaban por entre las vidrieras de las torres de aquel castillo. Se diría que estaba llegando el que sentaría su rango y sabiduría en el trono, aunque todo dependería de la eficacia de aquel anillo.
“Majestad”- dijo el recién llegado, – “he construido el anillo que podréis mirar en los momentos de máxima intensidad, tanto de pena como de gloria y que, sin duda, os ayudará a recordar lo que deseáis. “Tomad”- dijo entregando su obra.
El rey tomó el pequeño objeto envuelto en terciopelo púrpura y lo observó con curiosidad, no exenta de cierta desconfianza. Al contemplarlo, su rostro se iluminó y sonrió complacido. Súbitamente, se vio envuelto en un bienaventurado resplandor y exclamó sereno a todos los presentes: “el rey ha encontrado la clave que estaba buscando. El rey ha comprendido el secreto de las eternas mutaciones. El rey cede su reino visible porque está preparado para emprender el Camino sin sentirse afectado por los vaivenes y ciclos del mismo”.
Todos estaban intrigados acerca de aquel mágico anillo que había hechizado al rey; ¿qué tendrá ese extraño aro que logra recordar a su majestad lo que tanto ha necesitado para superar los dolores y las alegrías de su reino?
El rey, mostrándolo finalmente a los presentes, dijo: “Como veis, es un anillo aparentemente como todos, sin embargo, en su interior figura una escondida inscripción que lo hace único y mágico”.
“¿Cuál es?”, preguntaron inquietos los presentes.
“Muy simple”, dijo el rey: “El anillo tiene grabadas tres palabras tan cargadas de significado que ya nunca podré olvidar cuando lleguen buenas o malas nuevas. Estas tres palabras son: ESTO TAMBIÉN PASARÁ.”
De golpe siento brotar en mi
nueva esperanza,
nueva alegría,
nuevo sentido.
Las puertas abiertas,
las paredes del océano, se abren, pero no se van.
Quedan allí.
El dramatismo, la agitación, siguen allí.
La resurrección no quita las llagas.
El cielo no abandona el mundo.
La montaña no renuncia a los valles.
Hay que bajar. Hay que seguir caminando en el mundo.
Hay que seguir trabajando por el Reino (Bert Dealemans)
Paz a vosotros (Jn 20,19)
Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? (Is.43,19).
¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,29)
ALELUYA EN EL HOY ETERNO DEL AMADO, EL CRUCIFICADO-RESUCITADO
Saber apreciar la vida desde la impermanencia.Esa es la humildad del hombre. Entregarnos al Plan que escribe la naturaleza. Dejar todo en manos de ésta, de Dios como lo quieras llamary «vivir como los lirios del campo». Maravilloso cuento. Gracias!
Gracias por este cuento precioso y también,gracias a lo expresado por Carlos Martín.
A ver si somos capaces de pasar del miedo a la paz. Pongamos a trabajar nuestros talentos para ayudar a los que más lo necesitan.
Como termina diciendo este bellísimo cuento. Esto también pasará.
Una belleza escuchar a la soprano Dawon, y siempre es un gustazo leer a Dealemans.
Muchas gracias por compartirlo. Feliz domingo
Cuidense en casita
Pienso que que todo esto nos pondrá atrabajar a todos por esa paz que tanto necesitamos feliz Domingo de la Divina Misiricordia !! Muchas gracias
Gracias
Pasará, sí. Me pregunto que se llevará de nosotros y qué nos dejará.
Moi ben!
También esto pasará. Y cuando pase miraremos hacia atrás, acaso añoraremos lo pasado, pera hay que continuar el viaje. Con la mirada puesta en el presente. Pues el pasado sólo dejará recuerdos y el futuro dependerá de cómo vivamos el presente.