Celebramos hoy, queridos hermanos, la solemnidad del Espíritu Santo, que nos llena de gozo y despierta nuestro fervor. El Espíritu Santo es lo más tierno de Dios. Dios todo bondad, y Dios en persona. Si celebramos las fiestas de los santos, con mayor motivo la de aquel por el que existen los santos. Si ensalzamos los santificados, mucho más lo merece el que los santificó. Hoy es la fiesta del Espíritu Santo, porque se hizo visible el que es invisible. Lo mismo que el Hijo, siendo de por sí invisible, quiso manifestarse visible en la carne.
¿Quién es el Espíritu Santo? el Espíritu Santo es la Tercera Persona de La Trinidad que Procede del Amor reflejado entre Dios Padre y Jesús su Hijo y es el Señor y dador de Vida y nos es dado como un Regalo, como un Don Sagrado a todos nosotros los hombres. Dado que es la Persona que refleja el Amor del Padre y del Hijo ¡qué mejor regalo que su manifestación de amor!. Este mismo Espíritu es el que nos invita a que demos un Sí de aceptación a la acción salvadora de Jesús lo cual se manifiesta hoy en nosotros a través de un encuentro personal con Él, donde lo conocemos, pero no un conocimiento intelectual o de cultura bíblica sino que es verdaderamente un encuentro vivo, un encuentro personal con él.
“El principal problema de la Iglesia en nuestro tiempo, dice Rahner, es su mediocridad espiritual. Seguir caminando con resignación y aburrimiento cada vez mayores, caminos comunes de mediocridad espiritual”. Esta venida del Espíritu Santo nos recuerda la obligación de vivir desde el interior de nuestro yo renovado continuamente por la meditación de su palabra. Es preciso abrir rendijas en nuestro corazón para dejarle pasar y escucharle. Por otro lado esa presencia del Espíritu en nuestro corazón ha de ser completada con ese otro mandato del Señor: lanzarlo hacia fuera a través de nuestra palabra pero sobre todo de nuestro comportamiento.
En el Cenáculo el Espíritu nos enseña la lengua común del amor, de la unidad y de la entrega. Cada uno puede entender y proclamar en su lengua materna las maravillas que Dios hace por él. Esa es la misión de la Iglesia que el Espíritu le manda llevar a cabo. Para que la Iglesia sea universal debe asumir la lengua las costumbres y la civilización de cada pueblo. Así se rehace la unión que en Babel se había destruido por la confusión de lenguas.
Antes de la Ascensión Jesús había prometido a sus discípulos que no les dejaría solos, y hoy en la intimidad del pequeño grupo se les aparece y cumple su promesa. Cambia su tristeza en alegría, su dolor y fracaso en perdón y les comunica el maravilloso don de la paz. Sopla sobre ellos y como en la creación los vuelve a hacer, como al Adán de barro, vivientes, es decir, llenos de vida y pone además en su corazón el deseo imperioso de comunicar lo vivido.
Nos recuerda Francisco la relación entre el Espíritu y la Esperanza: El Espíritu es el viento que impulsa la vela de nuestra barca adelante, que nos mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y convertirnos en un pueblo “sedentario”. La esperanza dice la Carta a los Hebreos que es como un ancla y a esta imagen se puede agregar a la de la vela. Si el ancla es lo que da seguridad a la barca y la tiene “anclada” entre el oleaje del mar, la vela en cambio es la que la hace caminar y avanzar sobre las aguas. La esperanza es de verdad como una vela; esa recoge el viento del Espíritu Santo y la transforma en fuerza motriz que empuja la nave, según sea el caso, al mar o a la orilla. El Apóstol Pablo concluye su Carta a los Romanos con este deseo: «Que el Dios de la esperanza os llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en vosotros por obra del Espíritu Santo» (15,13). El soplo del Cristo resucitado sobre los discípulos es el Espíritu Santo quien por medio de ellos llevará su perdón a toda la humanidad.
Nos deberíamos preguntar ante la palabra de hoy si este Pentecostés íntimo que es la presencia del Espíritu en nuestro corazones significa realmente un aliento nuevo para luchar ante el mal, para salir de nuestras muertes continuas, para nuestra desafinación espiritual, para recobrar el camino olvidado a veces de encuentro con el Señor y su palabra en el silencio de nuestra plegaria. Si proporciona una visión universal a nuestra vocación monástica, por la oración e interés por el mundo en que vivimos y nos lleva a la paz y la reconciliación y el perdón.
Que esta fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Que nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que son los más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que tienen necesidad. Dejemos de lado el aburrimiento, el cansancio y el desánimo y roguémosle que nos llene de Vida, de amor, de paz y de armonía, en nuestro interior y en relación también con los demás.
Amén! Feliz Domingo de Pentecostés!
Gracias querida Comunidad, Feliz Pentecostés!!
Ven, Espíritu de Amor y enséñanos a vivir con entrañas de ternura…
Que nos llene de paz , de armonía, de amor…. que dejemos el aburrimiento, el cansancio y el desánimo……..GRACIAS de corazón.
Gracias