El ser humano tiene un cuerpo, por lo tanto tiene sus límites; es sexuado y necesita ser complementado; es un ser comunitario, con lo cual depende de los demás. Jesús permanece entre nosotros hasta el fin de los tiempos en el sacramento de su Cuerpo. Es una gran noticia: podemos sentirnos en casa en nuestra condición corporal y apasionada; cómodos en nuestra afectividad. Amamos como las personas que somos, sexuales, llenos de deseos, de fuertes emociones y de la necesidad de tocar y estar cerca del otro. Es un maravilloso regalo poder sentirnos simplemente seres humanos, experimentar cada día la maravillosa sorpresa de mirarse al espejo y no ver más que una persona, amante de los hermanos, de todo lo humano, de la creación, de este bellísimo planeta, pequeñito en medio del inmenso cosmos, sensible y vulnerable a la alegría, al sufrimiento y al dolor, cercano y lejano, entusiasmado con la vida como oportunidad que se concede para crecer en humanidad, en sensibilidad y en comunión con todos y con todo.
El sacramento del Cuerpo de Jesús es presencia viva de comunión. Estamos hechos para la comunión; somos comunión de amor y amor de comunión. El amor de comunión es un amor ágape, gratuito, pero penetrado, al mismo tiempo, de una dosis de eros, de interés y necesidad por el otro que propicia la reciprocidad, y nos hermana en un destino y en una vulnerabilidad comunes. Un eros bien llevado puede llegar a convertirse en auténtico ágape, en verdadera ternura; mientras que un presunto ágape puede degradarse en un eros orgulloso y sutilmente camuflado. No podemos perder de vista que somos seres necesitados de afecto y gratificación y nada más que eso. Nos produce una honda satisfacción comunicar lo que somos y no lo que deberíamos ser. Estamos hechos para vibrar con el otro, para expresar sentimientos y sentirnos acogidos en los momentos de debilidad, para acercarnos con amor sincero al que está triste o escuchar las ilusiones y el entusiasmo de quien está radiante de alegría.
Nuestro cuerpo es frágil y vulnerable. También lo es nuestro amor. Somos vulnerables. Ignorarlo puede darnos una aparente seguridad, pero nos oculta el tesoro más precioso que poseemos. Un tesoro que nos produce miedo pues nos da la sensación de estar a la intemperie, desprotegidos ante los otros que sentimos tantas veces como una amenaza. Hacemos lo indecible para esconder la vulnerabilidad y protegerla. La vulnerabilidad tiene que estar presente para que la comunión sea verdadera, pues el auténtico amor tiene que ser empático y misericordioso, ya que tarde o temprano va a toparse con el ‘míster Hyde’ del otro. En la novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Jekyll es un científico que crea una poción que tiene la cualidad de separar la parte más humana del lado más maléfico de una persona. Cuando Jekyll bebe esta mezcla se convierte en Edward Hyde, un criminal capaz de cualquier atrocidad. En nosotros siempre están el bien y el mal juntos, por eso Hyde, símbolo de todo lo perverso, resulta repugnante a todo aquel que lo ve. Hyde habita más o menos oculto en cada ser humano. Es la parte rechazada de uno mismo. Todo aquello que creíamos que nos hacía no aceptados y no agradables, lo fuimos reprimiendo. Míster Hyde es ‘el otro yo’ que no quiero ver, que me oculto incluso a mí mismo, pero que me complica la vida porque, aunque olvidado, está operativo y actúa sin pedirme permiso. La tierra en la que se asienta es nuestra vulnerabilidad que, inconscientemente, mantenemos escondida en los sótanos de nuestro ser por un miedo profundo e irracional a ser heridos y que es caldo de cultivo de sapos, leones y dragones.
Somos mendigos de amor, estamos enfermos de amor, necesitados de ser amados incondicionalmente en nuestra vulnerabilidad. Pero, ¿cómo reconciliarnos amorosamente con nuestra vulnerabilidad? Necesitamos aprender a abrirnos a todas nuestras reacciones emocionales y a aceptarlas. Nuestras emociones son la clave para entendernos, por ello necesitamos escuchar nuestros sentimientos y emociones si queremos conocer el amor. Es importante saber que solamente yo puedo causar o ser responsable de mis emociones, aunque nos sentimos mejor atribuyendo nuestras emociones a los demás. Los otros sólo pueden estimular emociones ya presentes en mí de forma latente. Cualquier experiencia que produzca esas emociones nos hará entonces más sabios. Y ya no nos permitiremos el fácil recurso de juzgar y condenar a los demás.
Estamos enfermos de amor. Deseamos que nos valoren. Necesitamos ser apreciados. Ansiamos vivamente ser aceptados por lo que los demás, por lo que somos. Nada hay en la vida humana que tenga efectos duraderos y tan fatales como la experiencia de no ser aceptado plenamente. Cuando no se nos acepta, algo queda roto dentro de nosotros. Una vida sin aceptación es una vida en la que deja de satisfacerse una de las necesidades humanas más primordiales. Por eso, la mirada afectuosa del otro me cambia. Me pone en contacto con mi propio afecto, con el amor que duerme escondido en mí y espera ser despertado. Cuando soy aceptado siento que realmente valgo y soy digno de respeto, que me permiten ser como soy, que no tengo que pasar por alguien que no soy. Se libera todo lo que hay dentro de mí. Sólo cuando soy amado, en ese sentido profundo de la plena aceptación, puedo llegar a ser realmente yo mismo. Se me ofrecen motivos para no sentirme poca cosa. Tengo campo libre para desplegar mi personalidad, para enmendar mis errores y progresar. Cuando me siento amado por lo que soy, me convierto en una persona única e insustituible. Ante el amor no hay ningún adulto, no hay más que niños, más que esa inocencia que es abandono, despreocupación, mente perdida… Os invito a ser como la tierra desnuda, olvidada de sí misma, acogiendo igualmente la lluvia que la golpea y el sol que la reseca. Y decir a los otros: buscáis la perfección en los desiertos de vuestro espíritu. Pero yo no os pido ser perfectos. Os pido ser amantes (Christian Bobin)
El hombre es un ser de necesidades que no puede ser el ser de la gratuidad. Y, sin embargo, si aquella es nuestra realidad, ésta es nuestra verdad. En ello estamos, intentando adecuar nuestra realidad a nuestra verdad al dejarnos transformar por el Espíritu en carne de Dios -día tras día, momento a momento-, en alimento que se parte, reparte y comparte creando espacios en los que se respire la comunión de amor y el amor de comunión.
Amor de comunión. No somos un yo separado de la vida y enfrentados a ella.
Somos mendigos de amor.
Gracias por compartir esta magnífica homilia. Com todo el amor que rezuma!!
Bellas palabras para celebrar la fiesta del Corpus Cristi… Aquí leemos estas homilías comunitariamente todos los Domingos en diversos grupos comunitarios. Agradecidos. Feliz Domingo…
Gracias
Gracias
Gracias!!
Profunda descripción del ser humano en su dimensión más grande de experiencia de amor, superar todo esto, o al menos conocernos más a nosotros mismos, nos hará vivir realmente con el otro. Ardua tarea de desnudez y reconocimiento de vulnerabilidad.
La aceptación de todo esto indudablemente nos acercará más al verdadero AMOR .
Tengo que destilar lentamente esta reflexión. Nuevamente muy agradecida. Gracias.
Excelente, reflexión, Abre horizontes de comprensión desde la propia vulnerabilidad. Serena y llena de esperanza
Gracias
iluminador, es fácil perderse.