Algo más que renunciar a cosas

Lavatorio de los pies | Xaime Lamas, monje de Sobrado

El evangelio de este domingo nos sitúa con claridad meridiana ante la radicalidad de la llamada de Jesús de Nazaret, una llamada que entraña una exigencia absoluta o entrega incondicional que ha de articularse históricamente en una serie de renuncias decisivas para implantar en el corazón del mundo los valores del Reino.

Ser testigos del Reino predicado por Jesús es ser portadores de una Nueva Noticia que despierte en las gentes un deseo de conocer al que es sujeto de esa noticia de conversión y cambio, no solo dentro de uno mismo sino en la sociedad. Por lo tanto: «Si queremos llevar a Jesús a los otros, antes hemos de acogerlo como Señor de la propia vida. Para que esto quede claro, el Maestro dirige a quienes lo siguen palabras enormemente radicales y exigentes que apagan entusiasmos fáciles y manifiestan muy bien el caro precio del seguimiento» (Enzo Bianchi).

Una primera lectura de un no iniciado en la comunidad cristiana del Evangelio de este domingo  y otros muchos textos evangélicos, puede parecerle un lenguaje duro, como les sucedió a muchos discípulos en Cafarnaún cuando Jesús pronuncio el discurso del Pan de Vida: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» (Jn 6, 60). Algo que, por otra parte, sigue sucediendo en nuestros días en nuestras sociedades posmodernas llenas de todo tipo de libertades (llamémoslas esclavitudes) y hundidas en todo tipo de permisividades. ¿Cómo hablarles de renuncias y de seguimientos? No olvidemos que al cristianismo, se le ha llamado “la religión de los tristes” y, a veces, no sin sobrada razón, debido a que nos hemos quedado muchísimas veces en el mero sentido literal de las palabras de Jesús sin llegar al fondo de paz, de alegría y de vida que Él nos brinda.

¿Por qué Jesús emplea un lenguaje tan duro cuando se trata del seguimiento, cuando pone ante nosotros los valores del Reino? La respuesta está en la misma trayectoria que Jesús siguió a lo largo de su vida con respecto a la misión que el Padre le había encomendado, y lo que  nos está diciendo es que la fidelidad ni se compra ni se vende, ni se encuentra al borde del camino, porque se la comen pájaros y la pisan los viandantes, sino que nace en el corazón del que escucha la Palabra de Dios y la pone por obra. Y esa fidelidad a la Palabra es la que nos hace ir discerniendo y renunciando, no solo a lo malo, sino también a cosas santas y buenas, pero que en la llamada específica que cada uno recibe en su interior tiene que saber renunciar a ellas porque se pueden convertir en obstáculo, no para la salvación, pero sí para que nuestra vocación personal llegue a dar el fruto del grano que muere y da el treinta, el sesenta o el ciento por uno.

No nos olvidemos que para Jesús de Nazaret todo aquello que lo pudiese  apartar de la misión que el Padre le había encomendado era satánico. Las tentaciones del desierto son una síntesis de las renuncias que tenemos que hacer sus seguidores. Y la dureza con que censura a Pedro cuando quiere apartarlo del duro camino de la cruz: «¡Quítate de mi vista Satanás!», nos da una idea muy clara de cuál tiene que ser nuestra actitud ante las  exigencias del Reino. No es tanto renunciar a «cosas», sino a aquello que  nos pude convertir en falsos testigos de unos valores en los que no creemos.

El seguimiento de Jesús no es fácil, comprometerse en esta fascinante odisea es dar un salto en el vacío, un sumergirse en una noche en la que no sabemos cuándo va a ser de día; solo la voz que resuena en nuestro interior nos va guiando por ese camino abrupto en el que hay de todo: conflictos internos y externos, luz y tinieblas, alegría y pena, esperanza y desánimo, fortaleza y cansancio, guerra y paz. No tenemos más que escuchar a San Pablo para saber lo que es mantenerse fieles al seguimiento del Maestro. Pero en esto que nos va a acompañar siempre hay algo que es lo que nos mantienes firmes: Una certeza: El que nos llamó está con  nosotros: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

No podemos insistir en la radicalidad de las renuncias del seguimiento de Jesús sin destacar que al mismo tiempo tales renuncias solo pueden entenderse en función de la libertad que confieren para estar positivamente al servicio de la causa del Reino de Dios, que es la causa de la humanización y liberación plena del hombre. Dejarlo todo está en función de una vida nueva caracterizada por la libertad, por eso Jesús les recomendaba a sus discípulos que no anduviesen agobiados: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis» (Lc 12, 22).

La ética cristiana no es en sentido propio una ética de la renuncia sino del seguimiento. Lo decisivamente importante no es dejar casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras, sino la capacidad que tal renuncia confiere para ser testigos con la palabra y con la vida de la buena noticia del Reino. El acento, no lo olvidemos, no está en tomar sin más la cruz de Jesús, sino en seguirlo abrazando su causa.

Y tenemos que tener siempre muy presente que, solo la verdadera radicalidad puede liberarnos del falso “rigorismo”, porque el rigorismo está esencialmente ligado al miedo. Si la Iglesia fuese más radical evangélicamente hablando, tal vez, no necesariamente sería tan rigurosa legalmente.

5 comentarios en “Algo más que renunciar a cosas

  1. vicenta rúa lage dijo:

    Si somos veraces en el seguimiento de Jesús, no debemos cargarnos de tristezas, miedos y legalismos. A mayor autenticidad, mayor libertad de hijos de Dios. A mayor necesidad de Misericordia, mayor confianza, agradecimiento y Amor.

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