La semilla plantada en nuestros corazones

Pintura de Alexandra Lisboa

La palabra de Dios en el Antiguo Testamento y la Palabra concreta de su Unigénito en el Nuevo, son, en realidad, nuestro camino, pues son verdaderas y producen además vida. Como cristianos, precisamos tener en el fondo de nuestro corazón y nuestra mente el fuerte deseo de Dios, que nos ha de llevar a conocerlo y eso lo hacemos a través del conocimiento de su Voluntad sobre nosotros. Y esa voluntad es conocida por medio de su Palabra. Y su palabra es Jesucristo el Verbo, que se define a sí mismo como “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

Es muy importante que sepamos que su Palabra no es igual, para nada, a la nuestra, entre otras muchas razones porque la nuestra puede ser mentira, o simplemente no tener la menor consecuencia al ser escuchada. Mientras que la Palabra de Dios tiene efectividad en sí misma. El profeta Isaías nos recuerda que igual que la tierra germina con la lluvia, que Dios envía, así su Palabra, de ser escuchada, puede hacer germinar un mundo nuevo. La Palabra de Dios volverá a él con un resultado, tal como él quiere y tras concluir su misión. Y precisamente en esto nosotros no tenemos nada que decir, pues resultado y tiempo pertenecen a Dios no a nosotros.

¿Sentimos a veces la desesperanza y la falta de fe ante la lentitud de la justicia divina, la imposibilidad de encontrar la paz, de restablecer la fraternidad entre los seres humanos? Bien, pues sentir esa desesperanza es falta de fe en los parámetros divinos de espacio y tiempo, absolutamente distintos a los nuestros egoístas falsos, apresurados, impuestos contra la libertad e intereses generales…Jesús ha venido a plantar la semilla en nuestro corazones, pero para que ella germine se requiere nuestra colaboración. No basta con haber sembrado el grano, lo hace Dios, sino que es preciso trabajarla, arrancar las malas hierbas, deshacer lo terrones duros, quitar las piedras, poner espantapájaros para ahuyentar los pájaros…todo un trabajo serio pues. Y ahí es donde podemos fallar atendiendo a muchos otros trabajos vanos, sin fruto, que no tienen verdadero rendimiento. Esa Palabra de Dios, nos recuerda el Evangelio de hoy, encuentra muchos obstáculos en nuestro corazón y en nuestro mundo. Pero ahí donde se implanta, encuentra mucho fruto. De ahí la pregunta: ¿Tiene esa Palabra Divina algún efecto en nuestra vida, o bien: qué terreno le preparamos?

Es perfectamente conocida la relación que existe entre cada uno de nosotros, entre la humanidad y el mundo que nos rodea, incluso el universo entero. Y es experiencia, hoy día, el efecto devastador que la conducta humana, irresponsable, egoísta y criminal está ejerciendo en este nuestro planeta azul, que quemamos y desertizamos, en la propagación de enfermedades y virus, la desaparición de especies animales, y vegetales…todo esto es reflejo del desorden del corazón de los hombres. El hombre, en su mayoría, no cree en su verdadera identidad, ni la conoce sino que permanece en la vida puramente externa de su yo egoísta, alejado de Dios y su voluntad. Se destroza a sí mismo y destroza su entorno. A lo largo de la vida humana racional hasta nuestros días las muertes por violencia, se pueden contar por cientos de millones.

Nos recuerda San Pablo, y es palabra revelada de Dios, que la creación entera, toda ella, los animales las plantas todo ser viviente, espera anhelante la revelación de nuestra verdadera identidad. Al igual que muchos de nosotros anhelamos la recepción perfecta del Espíritu Santo que librará nuestro cuerpo y nuestro corazón. Con ellos daremos la liberación a esa creación que hemos malherido tanto y a la violencia genocida. Crearemos una nueva tierra y quizá un nuevo cielo que pudiera ser esa misma tierra, pero pacificada.

¿Qué es lo que puede arrebatar de nuestros corazones la Palabra? Pues el deseo del gozo inmediato, la búsqueda desesperada de felicidad material, el ateísmo o peor la falta de interés por lo espiritual, el respeto humano, la falta de profundidad en nuestra relación con Dios, nuestro cristianismo sin compromiso alguno con lo que nos rodea, el rechazo del sufrimiento, la falta de paciencia con una realidad adversa o difícil, la falta de respuestas serias a realidades y problemas serios que nos rodean, etc.

Del éxito o fracaso de esa sementera, es decir de nuestras relaciones intrafamiliares laborales, con los amigos, con los enemigos, de nuestras relaciones con los necesitados y los que sufren, y demuestra relación con la naturaleza, si, de todo ello nos pedirá cuentas el Señor.

Le pedimos hoy que su amor y su Palabra empapen nuestra aridez, que su misericordia suavice nuestros corazones endurecidos, que su sabiduría transforme nuestra ignorancia en fertilidad.

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