Se compartió poco con amor y se multiplicó

Ilustración de Madalena Matoso

Ríos de tinta se han gastado escribiendo sobre los milagros de Jesús de Nazaret. Sobre si hizo o no hizo milagros. Pero, realmente, ¿es esa la cuestión más importante?  Creo que no. Si nos quedamos en el destello, en el fogonazo, no podemos ver la profundidad del mensaje que  nos da el relato evangélico, en el que no hay nada grandioso, simplemente una mirada de confianza al cielo y un gesto de bondad, de ternura entrañable y de solidaridad. Porque Jesús no fue un milagrero dedicados a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son más bien signos que apuntan a una realidad nueva, meta final del ser humano.

En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, podemos perder el tiempo en absurdas discusiones sobre los milagros, cuando los gestos de Jesús nos remiten a los gritos de los hambrientos: «¡Dadles vosotros de comer!» Perder el tiempo en discusiones doctrinales y en celebraciones no solucionan nada y nos alejan de lo que realmente le importaba a Jesús de Nazaret, que no era precisamente la religión ni la enseñanza de los escribas, sino la salud y el bienestar de la gente.

Dice muy acertadamente el P. J. Mª. Castillo: «No se interpreta correctamente este episodio, tanta veces recordado, cuando se reduce a una demostración del poder de Jesús; o cuando se ve aquí solamente un problema social, el hambre en el mundo; por supuesto, hay elementos del relato que remiten a esas dos cosas. Pero el fondo del asunto es algo que va más a la raíz de los problemas de esta vida».

La lectura de este relato singular de la multiplicación de los panes nos tiene que llevar al centro del mensaje que se nos comunica. Ante todo, sentir la emoción interior de Jesús al ver al gentío: «se le conmueven las entrañas». Y les da el Pan de la Palabra y de la Sanación, que abren el paso al pan que sacia el hambre y fortalece. Tenemos pues tres estadios: PAN-PALABRA; PAN-SALUD; PAN que sacia el HAMBRE.

Tenemos que tomar conciencia de que lo que nos transforma en testigos de Jesucristo, no es una colección de dogmas ni un cuerpo de doctrinas, sino siendo servidores de esa Palabra que se hace PAN y SALUD. Tener los mismos sentimientos que Él tenía, significa en cristiano, sentir compasión por  nuestro mundo enfermo y hambriento. Hay hambre de pan en el mundo y hay mucha enfermedad, es cierto. Pero también hay hambres y enfermedades en nuestras sociedades que no se sacian con pan ni se curan con medicamentos. Son dos situaciones muy urgentes a las que nos tenemos que enfrentar en las distintas Iglesias cristianas. Y la respuesta a esta situación está en la actitud de Jesús con respecto a las gentes que lo buscaban: «Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curo a los enfermos». No vivía de espaldas a la gente, su experiencia de Dios lo llevaba a tener siempre el corazón abierto a una acogida que lo desbordaba, pero se entrega, alivia el sufrimiento, sana a las personas, crea fraternidad que comparte lo poco que tiene y se multiplica: Ese es  el milagro: compartir lo poco para que se multiplique. Cinco panes y dos peces puestos en común anima a que cada uno ponga en la mesa su pobreza: un trozo de pan seco, un trozo de carne seca, un puñado de higos secos… Y se hizo el milagro; Todos comieron hasta hartarse.

Hoy nos encontramos con situaciones muy iguales a las que se tuvo que enfrentar Jesús, y, ¿en qué época de la historia no? Gentes que llaman a nuestras puertas mendigando una acogida; solo piden que les ayudemos a vivir con dignidad, como personas libres. Nuestro modo de mirar para ellos es lo que nos va a decir si participamos en la Mesa de Cristo o en la mesa de los demonios. En la Mesa de Cristo hay pan y salud para todos. En la mesa de los demonios hay desconfianza, se les cierran las puertas y se les despide como delincuentes.

Finalizo la reflexión  con unas palabras de J. A. Pagola: «No lo hemos de olvidar. Si vivimos de espaldas a los hambrientos del mundo, perdemos nuestra identidad cristiana; nos somos fieles a Jesús; a nuestras comidas eucarísticas les falta su sensibilidad y su horizonte, les falta su compasión. ¿Cómo transformar una religión como la nuestra en un movimiento de seguidores más fieles a Jesús? Lo primero es no perder su perspectiva fundamental: dejarnos afectar más y más por el sufrimiento de quienes no saben lo que es vivir con paz y dignidad. Lo segundo, comprometernos en pequeñas iniciativas, concretas, modestas, parciales, que  nos enseñan a compartir y nos identifican más con el estilo de Jesús».

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