El Evangelio de Jesús nos hace a todos los hombres como hermanos y nos pide contribuir por nuestro amor al pleno éxito de la aventura humana.
Hay un evidente punto en común a las tres lecturas y es la universalidad de la llamada de Dios fundada en su misericordia. El salmo 66 no lo puede explicar esto con más claridad: “Oh Dios que te alaben todos los pueblos conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación…que canten del alegría las naciones, porque riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. Que teman a Dios hasta los confines del orbe.” En el Evangelio de hoy tenemos un ejemplo de mente universal en la persona de Jesús, que no es más que la expresión de la mente de Dios, pues Él no es sino la mismísima Palabra de Dios hecha carne.
El mensaje y actuación de Jesús no es otro que dar a conocer el misterio de Dios sobre la tierra y el hombre, un misterio de inmensidad de amor y misericordia. Jesús nace y vive en un pueblo fuertemente nacionalista. Era el pueblo elegido de Dios entre todos los de la tierra, pueblo de su propiedad con el que había hecho un pacto y había derramado sobre el su misericordia infinita. Lo había constituido como nación, con su lengua, su pueblo, sus leyes, su territorio y El, su soberano.
Pero en esta grandeza estaba el peligro latente. La santidad de Dios era el eje de la religiosidad judía que tenía que ser imitada por su pueblo y era entendida como separación de lo pagano, lo no santo, lo impuro, lo contaminante y eso era lo que propiciaba además el aislacionismo y el nacionalismo furioso y que llevaba al rechazo de todo lo pagano. Es decir, el resto del mundo.
El pacto que Dios cumple por su parte, no es respetado por el pueblo y de ahí arranca todo un conjunto de pecados, desgracias, invasiones… todo lo malo que le sucede a la nación, es visto como consecuencia de esa desobediencia. Ello lleva a que buena parte del mensaje de los profetas fuera mensaje de penitencia, de pecado, de castigo, de conversión. Pues en este parámetro tan negativo se movía la religión judía del tiempo de Jesús.
El mensaje de Jesús, era revelar a Dios como Padre misericordioso. “sed misericordiosos como vuestro Padre del cielo es misericordioso” No como Dios juzgador, condenador, vengativo, castigador sino un Padre lleno de misericordia especialmente para con los pobres y los olvidados y los marginados. Un punto decisivo en la predicación y repetido hasta la saciedad es el anuncio por el Maestro de la llegada del Reino de los Cielos o el Reino de Dios. Es el mundo que Dios quiere en el que se busca la justicia y la dignidad a nivel universal, para todas las personas, una sociedad que no excluya a nadie por motivos de sexo, raza, religión, nacionalidad etc. La espiritualidad de Jesús, fue una espiritualidad laica, el sentido de no estar relacionada con la Sinagoga y quienes la dirigían, sino un modo de vivir identificándose con los pobres, los últimos, los que vivían excluidos de la sociedad: enfermos, extranjeros, niños, mujeres etc. Jesús no se dirige realmente al pecado de los otros sino a su sufrimiento y situación precaria. Su clave no está en el pecado sino en el sufrimiento.
Será una mujer la que abre el corazón de Jesús a realizar un milagro llevado precisamente por la compasión y la misericordia. Una mujer, y una mujer pagana. Doble tara para un judío. Jesús entra en contacto con ella y queda impuro. Para probar su fe saca lo más rígido de la espiritualidad judía y trata a la mujer como a un animal, como a un perro. Así era la espiritualidad puramente judía, llevada, como dije, por la imitación de la Santidad de Dios. Y Jesús da un paso decisivo, que daría un vuelco después a la predicación del Reino de Dios fuera de Israel, abierta a los paganos. Y no será ni mucho menos la única vez que haga un milagro a paganos. La samaritana, el centurión romano, la curación del endemoniado de Gerasa etc.
Pagola: nos dice: “A la persona no se la acerca a Dios poniéndola en alternativa de aceptar forzosamente una determinada ortodoxia o bien de irse de la Iglesia y considerarse separada de ella. Lo importante no es marcar fronteras para saber con exactitud quién se sale de la Iglesia y quién vuelve de nuevo a ella. Lo decisivo es que en medio de una sociedad tan desprovista de sentido y esperanza haya una comunidad de creyentes capaz de levantar puentes hacia el misterio de Dios. Así fue la actuación de Jesús. No rechaza a la mujer pagana que le invoca con fe. No pertenece al pueblo elegido de Dios. Pero en su corazón hay una fe que Jesús sabe apreciar: Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.”
Newton dirá: “Construimos demasiados muros y no suficientes puentes”.
San Pablo advierte con claridad que: “Jesucristo ha derribado los muros que construimos los hombres y que por Cristo Jesús ya no hay judío ni griego”. Si queremos ser la Iglesia de Jesús no debemos cerrar las puertas a nadie. Todos los hombres tienen derecho a gozar de la salvación de Dios.
El Papa Francisco escribe: “Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, a los que son temerosos o a los indiferentes: ¡El Señor también te llama a formar parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!”
Ahora la internalización la tenemos todos nosotros como tarea dentro de casa. No es necesario irse a África, América del Sur, Centroeuropa o Asia. Ya tenemos, alrededor, muchas personas de esos lugares tratando de sobrevivir como puedan.
Ojalá se cumplan los deseos de salvación de tantos hombres y mujeres que se sienten alejados de la Iglesia y alejados de los demás. Dejémonos invadir por ese Espíritu de Dios, de misericordia y compasión, para con todos nuestro hermanos.
Maravillosa homilía. A mi hijo y nieto Californianos, les ha encantado. Jaime es católico no practicante, pero nuestro nieto desde que lo bautizamos en los jesuitas de La calle Serrano en Madrid, no había vuelto a la iglesia. Muchas gracias de nuevo Sobrado dos Monxes.
Gracias