La absolución del relato de nuestra historia

Mysterium Crucis | Alexandra Lisboa

Las relaciones humanas están marcadas por el conflicto. Todos tenemos necesidades, deseos y expectativas que chocan con los de los demás. Somos distintos en la manera de ser, de pensar y de expresar sentimientos, lo que es una fuente inagotable de malentendidos, que muchas veces se convierten en agrias disputas. No es extraño ver a nuestro alrededor parejas que terminan entre violentos reproches, hermanos que no se hablan, o amigos que han dejado de serlo. En general, cuando alguien nos hace algo que consideramos malo o injusto, nos sentimos heridos y nos enfadamos. Tras el estallido iracundo inicial, solemos creer que el tiempo enfriará el agravio y terminará por disolverlo. Sin embargo, en muchas ocasiones, el paso del tiempo tan solo agranda las heridas alimentando el resentimiento y, el venenoso rencor pudre los restos de la relación.

El rencor es un enemigo sutil, una forma de esclavitud que afecta directamente a nuestra calidad de vida. Este sentimiento nace cuando nos tomamos un comentario, una actitud o una acción como una ofensa personal. El dolor que nos causa una situación en la que nos vemos traicionados, humillados o rechazados queda grabado a fuego en nuestro corazón, alimentando nuestro resentimiento hacia la persona que creemos que lo ha provocado. Esta herida emocional supura infelicidad, ocupa nuestra mente y absorbe nuestra energía vital; nos lleva a tratar de protegernos para no sentir dolor de nuevo, lo que repercute nocivamente en el resto de nuestras relaciones. Así vamos arrastrando por la vida el peso de nuestros conflictos no resueltos.

La infelicidad no es más que la combinación de la emoción con una historia triste. Somos incapaces de perdonarnos a nosotros mismos y la culpa nos ahoga. Nos flagelamos hurgando en la vieja herida y reprochándonos lo que tendríamos que haber hecho en aquella ocasión. Y como no podemos perdonarnos a nosotros mismos, no creemos que el perdón sea posible. Deseamos vivir en paz con nosotros mismos y nuestro entorno, pero no nos podemos reconciliar con nuestro pasado.

El origen griego del término perdón está relacionado siempre con la culpa, con el relato de nuestra historia triste y significa dejar libre, despedir, absolver. Reconciliación es calmar, atraer las voluntades opuestas, restablecer la armonía… es la mirada amorosa de Dios que se posa sobre el relato de nuestra historia triste, que deja de ser una triste historia para transformase en la historia de un amor.

En muchas ocasiones el perdón se utiliza como arma de doble filo. A menudo oímos eso de que ‘yo perdono, pero no olvido’. Un perdón así, nos mantiene anclados en el dolor de la ofensa, impidiéndonos avanzar. Si aspiramos a disolver el rencor que anida en nuestro corazón, necesitamos aprender a practicar un perdón sincero y auténtico. Lograrlo requiere ampliar nuestra capacidad de comprensión, tratando de empatizar con la persona que ha causado la ofensa. Si logramos ponernos en el lugar del otro y entender cómo vive y siente, seremos capaces de dar un nuevo significado a las palabras o acciones que tanto nos afectaron. El verdadero perdón es transformador; cuando perdonamos nos liberamos del rencor acumulado y dejamos que cicatricen nuestras heridas.

Perdonarse a sí mismo significa darse la oportunidad de avanzar y evolucionar. No quiere decir que estemos de acuerdo con lo que pasó, ni que lo aprobemos. Tampoco se trata de restar importancia a aquel hecho que marcó nuestra vida, ni de darle la razón a quien provocó esa situación. Simplemente supone dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causan dolor, tristeza o enfado y nos limitan en nuestro día a día. Significa el inicio del verdadero amor y de la auténtica libertad.

Si aspiramos a poner paz en nuestro interior es fundamental que aprendamos a aceptarnos tal como somos y eso pasa por desprendernos de la imagen distorsionada que con los años hemos construido de nosotros mismos y permitirnos tener limitaciones, defectos y errores. Al fin y al cabo, perdonarnos significa aceptar que no somos perfectos, que estamos en un camino de aprendizaje que es el camino de la vida y que el único error que existe es no aprender de los errores. Este proceso pasa por cuestionar el condicionamiento que hemos recibido, que tiende a exorcizar y penalizar el error, vinculándolo con el fracaso y la derrota.

Que la Gracia -y todo es Gracia- nos inspire, sostenga y acompañe para saborear en cada momento que Dios nos abraza siempre, siempre, después de nuestras caídas, ayudándonos a levantarnos y a ponernos en pie (Francisco). ¡Y que la Gracia nos haga ser así con todos desde lo mas profundo y sincero de las entrañas!

7 comentarios en “La absolución del relato de nuestra historia

  1. Mane dijo:

    Que difícil pedir perdón y perdonar. No es fácil el perdón, pero tampoco el amor. Pero el autentico perdón y amor son gratuitos. El.primer beneficiario del perdón es el que perdona. Magnífica homilia. Gracias por compartirla.

  2. vicenta rúa dijo:

    Es importante. Muchas gracias, por compartir estas pautas que pueden ayudarnos a perdonarnos, perdonar… y acoger la Gracia que puede venir en nuestra ayuda. Intentar dar gracias por cada una de las experiencias, aún las más negativas, porque sirven para que El pueda irnos haciendo, tal y como nos sueña. Creo que esto puede provocar que nazca el milagro del olvido y el perdón, que parecían imposibles. Pero, no la desmemoria, porque cada error tiene mucho que enseñarnos. Ah!, y orar, repetidamente y de corazón por quien nos ha herido, intentando comprenderle. Finalmente, no impacientarnos, el corazón humano es casi infinito, puede llevar tiempo extraer el dolor y la infección de su enorme profundidad.

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