El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo: tengo preparado el banquete; venid a la boda. Hemos sido convidados al banquete del reino, al festín de manjares suculentos y de vinos de solera. En él se arrancará el velo que cubre a todos los pueblos y el paño que tapa a todas las naciones. La muerte será aniquilada para siempre y el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros. En ese banquete escucharemos: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación.
Sentarse a la mesa con Jesús, tomar contacto con Él nos introduce en su intimidad, en el banquete de su vida nueva. Y esto no es para el futuro, sino para ahora, en nuestra existencia tal y como es. El encuentro con Jesús, celebrar su intimidad, nos transforma. ¡Y cuán a menudo Él se nos presenta como un encuentro festivo con otra persona!
¡Cuántas veces el festín de la abundancia se realiza precisamente a través del encuentro con otras personas! Todo encuentro nos cambia. Cuando gozamos de la intimidad con una persona descubrimos quiénes somos realmente y nos ponemos en contacto con nuestro verdadero ser. Toda vida auténtica conoce el encuentro.
De un encuentro se sale distinto de como se ha entrado. La mirada afectuosa del otro me cambia. Me pone en contacto con mi propio afecto, con el amor que con frecuencia duerme escondido en mí y espera ser despertado por una persona querida. Es siempre una transformación amorosa.
Necesitamos la mirada amorosa, el encuentro incondicional y sin prejuicios para descubrir y levantar el tesoro que hay en nosotros; descubro mi yo precisamente en el tú. La intimidad con el tú me permite reconocer el misterio más profundo de mí mismo. Y este encuentro consigue que mi individualidad salga claramente del caos de mis distintos pensamientos y sentimientos, del desorden de mis roles y de mis máscaras, y crezca cada vez más su verdadera figura.
Muchos son los que se pierden a sí mismos en la relación con los demás. Le dan al otro tanto poder sobre ellos que ya no son ellos mismos. Resultan determinados por la opinión del otro, por sus expectativas y sus pretensiones. O bien, sucumben a los mecanismos de proyección, que frecuentemente tienen lugar en las relaciones. Acaban inmovilizados por las proyecciones de otros.
Sin embargo, la transformación del individuo producida en el festín de la intimidad, repercute en sus relaciones. En más de una ocasión hemos podido observar que la experiencia del encuentro, que transforma a la persona en una relación, cambia esa misma relación. Ambas están estrechamente relacionadas. Mi crecimiento como persona cambia mis relaciones y el cambio de la relación repercute en el proceso de mi humanización.
Quien participa con cierta frecuencia en el banquete de la intimidad, no pretende cambiar a nadie ni hacer ningún tipo de proselitismo. Simplemente exhala a su alrededor la fragancia del encuentro, pues desprende el aroma de la fuente interior con la que ha entrado en contacto. Goza de una libertad que se contagia y la comunicación fluye suave y espontáneamente por sí sola.
Si en aquello que vivo hay discordia, agresividad, intranquilidad, es señal de endurecimiento y no de vida nueva. Pero si con mi presencia cambia algo a mi alrededor, si son posibles nuevas relaciones en mi familia, en mi comunidad, si hay alegría por el proyecto común, ideas nuevas para abordar algo, entonces se pone de manifiesto que conozco la calidez transformante de la intimidad.
Que la Eucaristía de hoy, banquete de la intimidad festiva en el que se comparten manjares enjundiosos y vinos generosos; encuentro por excelencia con Jesús, fuente viva y transformadora de la realidad, nos capacite para que también nosotros tengamos relaciones de verdadera intimidad, sanadoras y liberadoras, que propician que la vida sea un festín en el que se arrancará el velo que cubre a todos los pueblos y el paño que tapa a todas las naciones.
La armonía es una música que embarga a quien la escucha, es una danza que hace que nos movamos al mismo ritmo. Tú, yo, nosotros… mejor convivir en armonía y enriquecernos de las distintas experiencias de todos en comunión con Dios.
Gracias, querida Comunidad, por mirarnos con tanto Amor!
Gracias
Gracias!!!! Al banquete estamos todos invitados….acudamos sin tardar y con nuestras mejores galas!!! Bendito sea el Señor !
Todos somos invitados al banquete. Pero no por lo que hacemos si no por lo somos. Vayamos dignamente vestidos.
Gracias por esta preciosa homilia,llena de amor y ternura
Gracias
Muchas gracias , lástima que esta pandemia, nos está limitando estos encuentros personales enriquecedores ,
pasando a conversaciones telefónicas y redes sociales.