El amor a uno mismo, al prójimo y a Dios, que es el mismo amor en distintas expresiones, florece en la tierra de nuestra vulnerabilidad. Solo es posible cuidar, desde la verdad de nuestras entrañas, del emigrante, del huérfano o de la viuda (Cf. Éxodo, 22,20-26) –en el mundo de la Biblia, los pobres de los pobres– si abrazamos lo que tendencialmente marginalizamos en nosotros, lo que no queremos ver e intentamos olvidar. Quien no abraza su fragilidad no tiene brazos para acoger el dolor del mundo.
Es grande nuestra carencia y son múltiples nuestras necesidades, desde las más básicas, que garantizan nuestra subsistencia, como la alimentación, el alojamiento, el reposo, hasta necesidades de relación (afecto, empatía, proximidad, compañía…), de sentido (claridad, esperanza, discernimiento, orientación…). Para que la vida florezca, es importante atenderlas, siendo conscientes y aceptando que no siempre van a estar satisfechas. Todo lo que yo hago y no hago pretende satisfacer necesidades. Cualquier comportamiento humano es un intento de satisfacer necesidades, seamos conscientes de ello o no.
La cabeza simboliza el espacio mental, que es el que se ha beneficiado de lo esencial de toda la educación que recibimos desde niños. Él es lo que hemos musculado, disciplinado y afinado para ser eficaz, productivo y rápido. Nuestro corazón, nuestra vida afectiva, nuestra vida interior, no ha recibido toda esa atención. Nos sentimos muchas veces analfabetos emocionales. Desconocemos nuestras entrañas. No sabemos escuchar nuestro cuerpo. Estamos encarcelados en la mente. Siendo muchas nuestras necesidades, intentamos satisfacerlas, pero a menudo inconscientemente, porque ni siquiera sabemos nombrarlas.
Desde la mente, hemos adquirido el hábito de formularlo todo en blanco y negro, en positivo y negativo. Una puerta debe estar abierta o cerrada, es justo o no es justo, tenemos razón o estamos equivocados, esto se hace o no se hace, etc. La mente funciona en sistema binario, es dual. Pero la vida es mucho más amplia y tiene infinitud de matices. En este funcionamiento que privilegia al proceso mental estamos separados de nuestros sentimientos y de nuestras emociones como por una losa de hormigón.
El dualismo nos encierra en una lógica de exclusión y división basada en «o bien…, o bien…». Jugamos al «¿Quién tiene razón; quién está equivocado?», juego trágico que estigmatiza todo lo que nos divide, en lugar de dar valor a cuanto nos une. Este es un campo propicio para el conflicto y para la violencia sobre nosotros y sobre los demás. En las relaciones humanas, cuando uno pierde, todos perdemos. ¿Cuántas veces nos quedamos satisfechos porque acallamos el otro, porque lo aplastamos con nuestros argumentos? ¿Cuánta violencia ejercemos sobre nosotros (y sobre los demás) para llegar a esta sensación de victoria? En estas situaciones, lo que estamos poniendo de manifiesto es nuestra profunda dificultad en acceder y atender a nuestros sentimientos y necesidades.
Crecemos con la creencia que o bien nos ocupamos de los demás, o bien nos ocupamos de nosotros, con la consecuencia de que, o bien nos separamos de nosotros mismos, o bien nos separamos de los demás. Como si no pudiéramos a la vez ocuparnos de los demás y ocuparnos de nosotros, estar cerca de los demás sin dejar de estar cerca de nosotros mismos. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» – hemos escuchado en el evangelio (Mt 22,34-40)
Una de las consecuencias del dualismo es la utilización de un lenguaje desresponsabilizador y la lectura de la realidad bajo la clave de los juicios. Hemos aprendido a trasladar a los demás o a un factor exterior a nosotros la responsabilidad respecto de nuestros sentimientos. «Estoy enfadado porque tú…», «estoy triste porque mis padres…», etc. No asumimos la responsabilidad respecto de lo que sentimos; al contrario, encontramos un chivo expiatorio, cortamos una cabeza, nos deshacemos de nuestro malestar echándolo sobre el otro, que sirve de pararrayos a nuestras frustraciones. Echar la culpa a alguien, insultarlo, rebajarlo, ponerle etiquetas, criticarlo, establecer comparaciones y emitir diagnósticos son distintas maneras de formular juicios, que nos alejan de nosotros mismos y de los demás. Un juicio es una expresión trágica de una necesidad no satisfecha.
El poeta sufí Rumi escribió en cierta ocasión: «Más allá de las ideas de actuar bien y actuar mal, se extiende un campo. Allí nos encontraremos». Cuando salimos del dualismo mental y nos encontramos conscientemente con nuestra vulnerabilidad, cuando miramos de frente nuestras necesidades, crecemos en aceptación, en empatía y en compasión, se crea un espacio de encuentro, un encuentro de vulnerables, donde el conflicto es imposible, ya que nos situamos en un nivel que lleva a la comprensión mutua y la ausencia de juicios. Vulnerables, tocamos lo más esencial, tocamos lo que es universal, lo que es común a la humanidad. No hay fraternidad sin habitar nuestra vulnerabilidad, puede existir la ideología de la fraternidad, pero no la experiencia de la fraternidad.
San Bernardo nos invita a «encontrar el corazón del prójimo en el propio corazón». Para ello, lo primero, es encontrarnos con el nuestro, porque si no acogemos nuestra vida y no celebramos la belleza de su fragilidad, si no amamos nuestra vida, no somos capaces de amar a nadie.
La comunidad, que es una realidad bien distinta de vidas paralelas que se protegen de los demás como si el otro fuera una amenaza a mi bienestar, crece con el compartir de un espacio común de vulnerabilidad. Allí nos encontraremos, en ese campo que se extiende más allá de las ideas de actuar bien o actuar mal.
Me ha parecido realmente magnifico, actual. Gracias por este y por tantos mensajes que recibo.
S. M. LOurdes Pino, salesiana con 84 años y con muchas ganas de hacer vida todo esto,,,que me está ayudando a dar profundidad a mi vida en esta hermosa etapa que Dios me regala.
MUy unida en la oración para que sigan siendo testigos y transmisores de su BONDAD y AMOR
Muchas gracias, M. Lourdes Pino, por tus palabras. Nos alegramos.
Gracias
Hermosa reflesion, en la cual me he visto reflejada en toda mi persona. Gracias, mil veces por estas hermosos comentarios que tanto bien hacen a mi vida..Dios los siga bendiciendo.
Gracias querida Comunidad por compartir desde la vulnerabilidad!!
Gràcies
,GRACIAS volveré a leerla todas las veces que necesite…. . la mente nos impide centrarnos en la oración…, nos encasilla… a veces se me hace insoportable … Santa Teresa de Jesús la llamaba la loca de la casa…
En unión de oraciones !!!!
Sublime homilia…….
……. si no amamos nuestra vida no somos capaces de a amar a nadie……
MUCHÍSIMAS GRACIAS DE CORAZÓN.
La única manera de amar a Dios es amar al prójimo. Descubrimos su amor cuando otro te ama.
Gracias por compartir esta reflexión tan clara y, tan bella
En empatia y compasión.
Muchas gracias.
María
Nuestro señor es misericordioso, espero poder amaros, y no espero recibir nada. Ya os amo pk vosotros sois amor, esa es la dualidad que me inspirais.
Profunda y hermosa reflexión. Me veo reflejada. Abre caminos para «ver» este momento concreto de mi vida desde la vulnerabilidad y abrirla a la fragilidad amorosa.
Deus vos garde.
Magnifica!!! Para releer muchas veces.
Lección de vida. Graciñas