– Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro al principito.
– Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad. Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos. (Antoine de Saint-Exupéry)
Por una parte, la venida de Dios (la experiencia de su gracia) es siempre sorprendente y no está condicionada por nuestros relojes y calendarios; por otra parte, necesitamos ritos que despierten el corazón, que sean marcas en la sucesión de los días, marcas que faciliten la conexión con nuestro deseo profundo. Henos aquí, en el inicio del tiempo de Adviento, señalando que se acercan las cuatro de la tarde, y que por ello dispongamos el corazón para la alegría, porque el Amigo está a punto de llegar. ¡Velemos!, no sea que nos encuentre dormidos.
Mirad, vigilad, velad –nos exhorta Jesús en el evangelio– para que no nos dejemos dominar por las tentaciones de la insularidad, rindiéndonos a una malsana indiferencia ante todo y ante todos, porque estamos hechos para la relación, el encuentro, la celebración, para la tierra de la alegría. Sí, es verdad que en la relación nos hemos sentido muchas veces heridos, sí, hemos vivido muchas frustraciones, sí, nos hemos sentido abandonados, no amados, despreciados, víctimas de la injusticia, incomprendidos… Sí, conocemos bien la tierra de nuestra indigencia, personal y comunitaria, la tierra donde nos sentimos desnudos y vulnerables e, incluso, amenazados. El Adviento viene a decirnos que donde parece que todo se pierde es justamente donde todo puede florecer. «Estoy a punto de hacer algo nuevo. ¡Mira, ya he comenzado! ¿No lo ves?» (Is 43.19)
Se acercan las cuatro de la tarde y el corazón se dilata en la espera de la llegada del Amigo. Cuando el corazón se dilata, nuestro modo de ver la realidad cambia. No hay nada que tenga una capacidad de transformación más grande que el amor. Más que la realidad, cambia la visión sobre ella. La persona amada transforma en vida todo lo que ve y toca.
Descubrimos que este tiempo, que es el nuestro, está habitado por la gracia. Despertar es abrirse al don. Hay tesoros por todas partes en todo lo que tocamos. Somos discípulos en la escuela del cotidiano. Nuestro estilo de vida, caracterizado por la monotonía del tiempo y del espacio, está en función de la atención del corazón – un modo de estar en la vida que capta todo desde dentro, y que en todo aprende a sorprenderse con la presencia del Amigo. Él nos está amando donde, tantas veces, casi siempre, no lo esperábamos.
Somos todos invitados para el banquete, para la fiesta de los pobres, donde todos nos reconocemos hermanos, todos agresores, todos heridos, ungidos -todos- por el Amigo con el bálsamo de la compasión.
Se acercan las cuatro de la tarde. Ponte el traje de gala. «Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él, que él es tu señor.» (Sal 44,11-12)
«Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él.» (Is 64,3)
Graciñas, magnífico testo !!
Vienes siempre!!!
Gracias!!!
Preciosa homilia!! Y magnífica exposición de este tiempo de esperanza.
Hemos hecho de nuestra historia una mala noche de duermevela sin tomarnos en serio lo que Jesús dijo. Velad. Gracias por compartir con todos estas maravillas!!
Gracias por compartir preciosa homilía Feliz semana para todos
Amén!
Realmente el Señor Jesús ha llegado hoy cerca de las cuatro, a las 15:28h para el Padre Vitorino, monje y sacerdote cisterciense de San Isidro de Dueñas . … gozando ya en Su Presencia ✝️🙏🏽
Gracias por estar ahí!
Gracias
«Adviento. Otra vez Adviento. Sea siempre Adviento. Sea solo Adviento el tiempo…»
Pedro Casaldáliga.
¿Quien puede cantar tanta Alegría? Siempre mi reloj alrededor de las cuatro de la tarde. Se regocija el corazón, pronto serán las cuatro de la tarde. Se para de gozo, son las cuatro. Sonrío hacia adentro, adentro… han pasado las cuatro. Quizás no siempre lo veo, pero mi reloj solo sabe dar las cuatro, la hora en que mi Señor me visita.
Gracias Vicenta!!
Gracias a ti, Mari. Todo es bueno, para quien lo contempla con corazón sencillo y cariñoso.