La humildad es la verdad

En la hospedería del monasterio

“Es curioso cómo presenta el cuarto evangelio la figura del Bautista. Es un «hombre», sin más calificativos ni precisiones. Nada se nos  dice de su origen o condición social. Él mismo sabe que no era importante. No es el Mesías, no es Elías, ni siquiera es el Profeta que todos estaban esperando. Solo se ve a sí mismo como «la voz que grita en el desierto»” (J. A. Pagola).

Juan Bautista nos da una lección de humildad y de dignidad personal que es muy necesaria para saber situarnos ante todo los seudomesías que surgen en todas las épocas de la humanidad. Para ser testigos de la LUZ es necesario tomar conciencia de que somos lámparas alimentadas por el aceite de la bondad y de la misericordia de Dios y el fuego de su Espíritu.

Los que son testigos de la LUZ no son personas de muchas palabras, pero son voces que en el silencio contagian la presencia del Santo. No enseñan doctrinas religiosas, pero interrogan con su vida y despiertan a la fe. No son jueces que culpabilizan y condenan arbitrariamente, invitan y abren caminos de paz y justicia. Contagian confianza en Dios y aseguran que de cualquier pedregal pueden surgir hijos de Abrahán. Su vida no es poner piedras en el camino, leyes duras, formas de vida que limitan la libertad de las personas, simplemente, como el Bautista, llaman al encuentro consigo mismo a través de una interiorización que los lleve a descubrir que son portadores de una gracia de la que no tienen conciencia por una mala experiencia vivida en una religión que no los ayuda a ser felices. Ellos como Juan Bautista son, en este mundo nuestro tan lleno de suciedad y crueldad, “La voz que clama en el desierto, ‘enderezar el camino del Señor’”.

 Ante las urgencia y retos, ante las grandes cuestiones que afectan a nuestro mundo, ante el abandono de grandes sectores de nuestra sociedad de una vida de fe religiosa, el testigo se siente débil y limitado, como si todo lo superase, pero como los pobres de Yahvé, su fe es inquebrantable. Sabe estar ante la presencia Santa, sabe de dónde le viene su fuerza, sabe quién le da palabras de gracia, de ánimo y de denuncia, sabe estar en pie ante el huracán que lo quiere derribar, sabe en quién ha puesto su fe. El testigo que vive enraizado en una obediencia humilde a Dios es el que aprende de los amigos de Dios una verdad que muchas veces se pierde en las confesiones cristianas: que solo hay un MESÍAS SALVADOR, y, como Juan, no usurpa el lugar del Mesías, sabe quién es y pretende dejar claro que no se mira a sí mismo, es solo uno que hace señales, un dedo extendido que señala a Otro que es más grande que él.

Juan Bautista sigue presente en nuestra historia en la presencia de los humildes testigos de luz, como diminutas luciérnagas que se mueven sin hacer ruido ni alboroto en los desiertos de nuestras ciudades y pueblos. Saben que no son la luz, pero que viven gracias a la LUZ; saben que no son importantes, simplemente viven una vida evangélica en el día a día sin ningún tipo de pretensión, pero sus vidas nos remiten hacia Aquel que habita en medio de nosotros. Como Juan Bautista, ellos amonestan y aconsejan con su vida a la Iglesia y a todos los evangelizadores a  no llamar la atención sobre sí mismos, a no retener con ellos a aquellos que solo a Cristo deben ser conducidos para no hacerlos merecedores de una vida llena de miedos a un seudo-Cristo implacable que no tiene nada que ver con el Señor de la vida, Señor de eterna bondad y Pastor bueno que mira siempre con cariño a su hermanos.

El narcisismo religioso es desbastador cuando se encarna en personajes o grupos religiosos rigoristas y excluyentes, porque  no acercan sino que alejan a las gentes de la fe. Entonces: ¿De qué sirven nuestras catequesis y predicaciones si no conducen a conocer, a amar y a seguir con más fe y más gozo a Jesucristo?

 “En medio de vosotros está uno que no conocéis. Lo peor que nos puede pasar a los cristianos es hacer de Jesús un desconocido para las gentes. Tenemos que tener conciencia de que, cuando predicamos o hablamos de Jesús, Él es el centro, el sujeto de nuestro anuncio. Los testigos de Jesús no hablan de sí mismos porque tienen conciencia de que son la voz que anuncia, el reflejo de la verdadera LUZ.

El mundo tiene necesidad de testigos, de creyentes que despierten el deseo de un conocimiento más profundo de la persona de Jesús de Nazaret, que quieran saber dónde Él habita para quedarse a vivir con Él. Tenemos necesidad de servidores que lo rescaten del olvido para hacerlo más visible entre nosotros  y devolverle su rostro humano en el que se refleja la bondad de Dios. Porque todo cambia en nuestro interior cuando comprendemos por fin que Jesús, a quien muchos pretenden esconder en un cielo inaccesible, es el rostro humano de Dios y que sigue compartiendo nuestras vidas en todo momento, simplemente hay que dejarlo ser Él y no un muñeco fabricado a nuestro antojo. Saber y tener conciencia  en todo momentos de que Jesús es, como muy bien dice J. Mª Castillo: “La imagen de Dios visible; la reproducción del ser mismo de Dios; la encarnación de Dios; la locura de Dios; la debilidad de Dios; el anonadamiento de Dios; la identificación de Dios con todos los seres humanos especialmente y con marcado acento con los últimos de este mundo”.

Se hace más sencillo y más claro cuando dejamos que la luz penetre en nosotros porque así sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo  nos busca cuando nos perdemos, cómo  nos atiende y perdona cuando lo negamos. En Jesús se nos revela la bondad y la gracia de Dios. Y para esto no es necesario ser una persona brillante, ni un gran orador que enardezca a las gentes, muchas veces con un fuego que se apaga al poco tiempo de prender. Los testigos fieles y veraces ni suplantan ni eclipsan a la persona del Maestro, solo son su voz, y, a través de Él, sostenidos  y animados por Él, con una vida sencilla y laboriosa, con una entrega incondicional a mejorar en lo posible la vida de su prójimo, dejan entrever en sus vidas los gestos y las palabras, la presencia inconfundible de Jesús que vive en medio de nosotros.

Este es el gran reto que tenemos los creyentes: ante la gran descristianización que se está viviendo en nuestra sociedad tenemos un misión: Dar a conocer al que vive en medio de  nosotros desde una vivencia humilde y una convicción profunda de que solo renunciando a ser protagonistas es como dejamos de ser obstáculos para que las gentes puedan acceder a la verdadera LUZ.

12 comentarios en “La humildad es la verdad

  1. Bea dijo:

    Que dejemos de ser los protagonistas para no ser obstáculos y así las gentes puedan acceder a ver la verdadera LUZ.
    Gaudete
    Muchísimas gracias.

  2. Beatriz dijo:

    Amén. Así sea.
    …” rostro humano en el que se refleja la bondad de Dios…” … ¡ que bueno es Jesús! … ¿ …. como no amarlo…?….
    Señor enséñame a ser dócil ,mansa y humilde a tu voluntad , pues todo pasa , tiene fecha de caducidad, menos Tú 🙏🏽

  3. Mane dijo:

    La importancia de mí no es lo que soy por mí mismo sino lo que tengo de Dios. El Señor está cerca. Así que «estemos siempre alegres»
    Gracias . Una homilía magnífica!!

  4. Carmen dijo:

    Con una vida sencilla y laboriosa, con una entrega incondicional a mejorar en lo posible la vida de su prójimo, dejan entrever en sus vidas los gestos y las palabras, la presencia inconfundible de Jesús que vive en medio de nosotros.
    Todo un regalo graciñas.

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