MARANATHA, el Señor viene

Fotografía (det.) de Orencio López Valencia, en Unsplash

Los seres humanos queremos realizar cumplidamente las aspiraciones y los anhelos que nos humanizan. Este tiempo de Adviento nos ha ido enseñando a penetrar dentro de nosotros mismos, para conocer nuestro deseo fundamental, el que coincide con las promesas de Dios.

Sin anhelos, sin deseos, sin expectativas no seríamos humanos. La espera, el deseo, el anhelo, la expectativa, la pretensión…, todos ellos son términos que hacen referencia a una realidad plenamente humana. Pero, curiosamente, los deseos y las expectativas son también la raíz del sufrimiento humano y de tantas situaciones caóticas que vive el mundo desde que es mundo. Hay algo en sí mismo contradictorio: por una parte, no podemos comprendernos a nosotros mismos sin deseos y expectativas y, sin embargo, por otra parte, esos mismos deseos y expectativas son fuente de deshumanización cuando hacemos un absoluto de los medios para conseguirlos.

En algunos momentos, experimentamos una inmensa carencia interior. La necesidad de llenar esta carencia, de apagar esta sed nos empuja a pensar, a actuar. Sin ni siquiera interrogarla, huimos de esta insuficiencia, tratamos de llenarla a veces con un objeto, a veces con un proyecto, luego, decepcionados, corremos de una compensación a la siguiente, yendo de fracaso en fracaso, de sufrimiento en sufrimiento, de guerra en guerra.

Pero nosotros soñamos con un Adviento que refuerce, apuntale, tranquilice, estabilice… Con ello vamos generando fragilísimas obras de arte, aparentemente muy bellas pero que no resisten el más mínimo embate. Nuestras relaciones pueden llegar a ser de puro cumplido, de una tolerancia de plástico; nuestros diálogos imposibles porque lo que aparece es sólo la punta de un iceberg que esconde la mayor parte bajo el océano. Vamos guardando, tapando, y eso que está sin airear fermenta generando corrientes subterráneas, como el magma volcánico, que espera la menor brecha para abrirse paso explotando y destruyendolo todo a su paso.

El Señor viene derrumbando, rompiendo, deshaciendo, desnudando, saneando todo ese subsuelo rancio y hasta podrido, impidiendo que sigan formándose bolsas subterráneas de todo aquello que tiene que ser resguardado y protegido. Su Venida puede ser mucho más catastrófica que el peor de los terremotos y tsunamis; su irrupción va buscando el único punto de apoyo capaz de moverlo todo, y ese punto de apoyo se encuentra allí donde menos esperamos: en un niño infante, indefenso e impotente. Debajo de él, y sólo debajo de él se halla la tierra, el enraizamiento, la auténtica estabilidad. Pero antes de que el niño nazca es necesario dejar que todo se desmorone. El camino es radicalmente opuesto al razonable y lógico: en lugar de tapar hay que destapar; en lugar de apuntalar hay que dejar que se desmorone. En lugar de utilizar la oración y la espiritualidad para tranquilizar, pacificar, etc., la oración tiene que ser como una pala excavadora que arremeta con todo, que deje escapar el grito contenido, el gemido doloroso y angustioso que está soterrado bajo tantas capas superpuestas unas a otras.

Que en este Adviento dejemos ser niño a nuestro niño interior, que se pueda expresar como niño infante: que llore, grite, gima, pida auxilio…, que desde el fondo de sus entrañas diga ¡VEN! Ven en mi auxilio, ven en mi ayuda, ven a salvarme, ven a liberarme… ¡VEN SEÑOR JESÚS!

9 comentarios en “MARANATHA, el Señor viene

  1. Mane dijo:

    Dejemos ser niño a nuestro niño interior.
    Que reine la paz en los hogares y de verdad TENGAMOS UNA FELIZ NAVIDAD. ¡ VEN SEÑOR JESÚS!!

    UNA MUY FELIZ NAVIDAD PARA TODA LA QUERIDA COMUNIDAD DE SANTA MARÍA DE SOBRADO. UN ABRAZO ENORME!

  2. bea dijo:

    Sin estas reflexiones no podemos realmente esperar que nazca este Niño. Si no tenemos ni un atisbo de su pura niñez es imposible vivir y transmitir su venida. Muchísimas gracias. Y deseo que este Adviento nos haya cambiado a todos un poquito. Un abrazo.

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