Mi desierto se llama compasión

Monasterio de Sobrado

El evangelio de hoy nos presenta Jesús en un duplo movimiento, inseparable y convergente, que es clave para acercarnos al sentido de su existencia: adentrarse en el Misterio que lo habita, que es fuente de su ser y que se le revela como Padre y ser permeable al dolor de las personas con quienes se encuentra. Su identidad se pone de manifiesto en la vulnerabilidad de quien se expone a la relación, ya sea en las largas noches de soledad o en medio de las multitudes, con una mirada llena de compasión, acercándose, tocando y sanando.

Es en la soledad del corazón donde verdaderamente podemos oír los dolores del mundo, porque allí podemos reconocerlos, no ya como dolores ajenos, sino como nuestros propios dolores. Hay una íntima relación entre experiencia de soledad y de compasión. Thomas Merton nos lo demuestra en un relato muy personal sacado de sus Diarios:

«Se cumplen ahora seis meses desde mi nombramiento como maestro de los escolares. En este tiempo he escudriñado sus corazones y he cargado con sus quebrantos. No siempre he visto las cosas con claridad ni he llevado demasiado bien sus tribulaciones, y he dado muchos traspiés. Muchos días hemos estado dando vueltas sin avanzar y hemos caído en charcos, porque un ciego guiaba a otro ciego.

No sé si ellos han descubierto algo nuevo, o si son capaces de amar más a Dios, o si yo les he ayudado de alguna manera a encontrarse a sí mismos, es decir, a perderse a sí mismos. Pero yo sí sé lo que he descubierto: la clase de trabajo que yo temía en otro tiempo, porque pensaba que interfería con mi “soledad”, es de hecho la única senda verdadera que lleva a la soledad. En cierto sentido, hay que ser un ermitaño antes de que la cura de almas pueda servir para adentrarse más profundamente en el desierto. Pero una vez que Dios te ha llamado a la soledad, todo lo que tocas te lleva a una mayor soledad. Todo lo que te afecta te transforma en un ermitaño, siempre que tú no te empeñes en hacer la obra por ti mismo y en construir tu propio tipo de ermita.

¿Cuál es mi nuevo desierto? Su nombre es Compasión. No existe yermo tan terrible, tan bello, tan árido y tan fructífero como el yermo de la compasión. Es el único desierto que verdaderamente florecerá como el lirio. Se convertirá en un estanque. Echará brotes y florecerá y saltará de gozo. En el desierto de la compasión, la tierra sedienta ve brotar fuentes de agua,  el pobre posee todas las cosas. No existen fronteras que controlen a los moradores de esta soledad, en la cual yo vivo solo, tan aislado como la Hostia sobre el altar, que siendo el alimento de todos los hombres pertenece a todos y no pertenece a nadie, porque Dios está conmigo y se asienta en las ruinas de mi corazón, predicando el evangelio a los pobres.

¿Supones que yo tengo una vida espiritual? No, no la tengo. Yo soy indigencia, soy silencio, soy pobreza, soy soledad porque he renunciado a la espiritualidad para encontrar a Dios, y es Él quien predica en voz alta en lo profundo de mi indigencia, diciendo: “Derramaré mi espíritu sobre tus hijos, y crecerán en medio de las hierbas como sauces junto a corrientes de agua” (Isaías 44, 3-4). “Los hijos de que fuiste privada te dirán al oído: El lugar es estrecho para mí, cédeme sitio para alojarme” (Isaías 49, 20). Muero de amor por ti, Compasión. Te tomo por mi Señora. De la misma manera que Francisco desposó a la Pobreza, yo te desposo a ti, Reina de los eremitas y Madre de los pobres.»

11 comentarios en “Mi desierto se llama compasión

  1. Mane dijo:

    El silencio puede verse como entrenamiento para ver con lucidez y serenidad la vida cotidiana. Nos serena, nos fortalece, nos dinamiza.
    Magnífica y preciosa homilía. Gracias por compartila

  2. Carlos Martín dijo:

    La soledad como caja de resonancia de los dolores ajenos sintiendolos cómo propios. Es la Compasión. Los budistas lo expresan en términos muy parecidos. En verdad que pedregoso, que árido camino por el desierto.. gracias

  3. Beatriz dijo:

    La compasión es fácil cuando el que tienes enfrente se abre a la gracia, pero no lo es cuando el que tienes enfrente te ha hecho un daño atroz o aún lo sigue haciendo hoy; por ejemplo, los cristianos perseguidos en este momento, no es fácil ser compasivo en esas circunstancias, se necesita la gracia. La compasión inevitablemente te lleva al desierto…. son necesarios momentos fuertes de silencio.

    • Monasterio de Sobrado dijo:

      Muchas gracias por tu comentario, Beatriz.
      Solo el que reconoce y acepta su pobreza puede ser compasivo. No depende tanto de la actitud de los demás. El pobre, amado incondicionalmente por Dios, ama a otro pobre, sin esperar una respuesta. Si miramos bien, todos hacemos daño a los demás y no siempre lo reconocemos.

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