
Mont Sainte-Victoire | Paul Cézanne | 1902-04
Hay cuatro montes que son muy importantes en la vida de Jesús de Nazaret:
El Monte de la Tentaciones
El Monte de las Bienaventuranzas
El monte de la Transfiguración
El monte Calvario
Antes de hablar de estos cuatro montes es importante que tengamos algo muy claro: No pensemos que Jesús vencía las tentaciones porque era Dios, si así fuese estábamos perdidos. No, ni tan siquiera tenía respuestas divinas. Era plenamente humano y sus respuestas eran solamente humanas y solo por eso eran también plenamente divinas. Si nos quedamos solo en su divinidad viviríamos frustrados y perdidos y Él no sería el modelo sobre el que edificar un proyecto de vida, porque “solamente es posible alcanzar la plenitud de lo «divino» en la medida en que nos empeñamos por lograr la plenitud de «lo humano»” (J. Mª Castillo).
Conocer al Jesús humano es conocer al que humaniza los sentimientos religiosos de los hombres liberándolos de los rigorismos que deshumanizan. Nosotros conocemos al Jesús humano, el que es carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre y por eso en Él encontramos la fortaleza de su divinidad, porque la fuerza de Dios, como nos lo dice San Pablo, se realiza en la debilidad (2Cor 12, 9), tal como se nos manifestó en Jesús de Nazaret.
Con profunda reverencia tenemos que leer dos textos de la Carta a los Hebreos que profundizan en este tema:
El primero, Hb 4, 14-15: “Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote, que penetró los cielos, -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos nuestra confesión de fe. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”. Y cuando la Carta a los Hebreos dice «EN TODO», pues es «EN TODO».
El segundo, Hb 5,7-9: “Él, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, por los padecimiento aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa eterna para todos los que le obedecen”.
La tentación persigue a la comunidad cristiana a lo largo de los siglos y, tanto al principio como hoy, es la misma: la de no querer asumir la carne de Jesús. Como dice J. Mª Castillo en su libro LA HUMANIDAD DE JESÚS: “La mayor dificultad no estuvo en la aceptación la divinidad de Cristo, sino en la aceptación de su humanidad”. Y, mirad: Si Jesús no hubiese asumido nuestra carne, ¿en quién podríamos encontrar fuerza y luz para nuestras vidas y en nuestras tentaciones y debilidades?
Contemplar a Jesús es caminar con Él por el misterio de su vida, porque el relato de las tentaciones no nos narra una historia, sino un misterio, el misterio insondable de la libertad constantemente amenazada por la triple tentación del poder: el poder del bienestar (convertir las piedras en pan); el poder de dominación (mandar en el mundo entero); el poder religioso (caer desde lo más alto del Templo como llovido del cielo).
Subir con Él a esos montes es adentrarnos en la clave de lo que constituye el misterio de nuestra salvación. Cada monte es un paso para el siguiente. La determinación que hace Jesús de Nazaret en cada uno lo preparaba para una nueva subida, pasando siempre, y esto es muy importante, por el llano.
El monte de las tentaciones es la síntesis de los pasos que pudieron ser equivocados en la vida de Jesús: La rendición de su vida al poder a cambio de su entrega total a las fuerzas del mal: “Si te postras y me adoras”.
El monte de la Bienaventuranzas es el NO rotundo al mesianismo que le ofrecía el tentador en la montaña del desierto. Todo el discurso programático contenido en el Sermón del Monte no ofrece ninguna duda al respecto. ¿Dónde está la tentación? En la admiración de la gente: “Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos. La gente se asombraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas” (Mt 7,28-29).
El monte de la Transfiguración es la confirmación y el reconocimiento del Padre de la vida y la obra de Jesús que camina hacia Jerusalén con todo el peso de un futuro incierto, pero era necesario hacer el camino. En el Tabor la tentación tiene un nombre: Pedro. Poco antes de este episodio Jesús llamó a Pedro Satanás porque quería apartarlo del camino de la pasión.
El cuarto monte, el Calvario, está muy presente en nuestras vidas, es nuestra gran tentación huir de él, porque en ese monte: “Triunfa el enemigo, la no-iglesia, el estado de injusticia, los blasfemos, aquí triunfa satanás sobre Dios” (Jürgen Moltmann). Nuestra fe tiene que comenzar donde todos los hechos la abandonan, donde precisamente los ateos creen que todo acaba, tiene que nacer de la nada y la pura nada, que, como dice el Maestro Eckhart, es Dios. La tentación es no querer admitir el fracaso de Jesús de Nazaret y su grito desgarrador al Padre que nos aterra: “¿Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mt 15,34). Si vencemos este miedo al abandono entramos en el camino más puro de la fe: El abandono total del ser en las manos acogedoras del Padre.
Gracias
Gracias, una vez más.
Gracias
Para que algo nazca, algo tiene que morir.
Gracias por esta profunda reflexión
Preciosa enseñanza!! …
“ la tentación tiene un nombre: Pedro “ , pues si, San Pedro que tentó al Señor y sufrió infinitamente por haberlo negado tres veces … nadie mejor que él para acercarnos a la humanidad de Jesús…. tal y como lo refleja su carta primera, verdadera joya para todo cristiano que quiere seguir al Señor hasta el Calvario.
Gracias
Gracias a todos y cada uno
Gracias!! Amén!!
Muchas gracias Beatriz!! Bonito tu comentario🙏🙏🙏🙏🙏