Marcos relata muy pocas parábolas (7), en comparación con Mateo (26) y Lucas (21) De las siete, seis se repiten en Mateo y Lucas, y una es propia de Marcos sin paralelo en ningún otro evangelio. Se trata de la primera que leemos en el evangelio de hoy (el grano que crece de noche). La segunda, el grano de mostaza, tiene su paralelo en Mateo 13 y Lucas 13, con redacción prácticamente idéntica. Y Marcos ofrece un final (que también cita Mateo (cp.13,34):
«Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.»
De todo esto concluimos que las parábolas muestran el estilo de Jesús.
Es un estilo nuevo (las «parábolas» del Antiguo Testamento no son como las de Jesús; deberíamos llamarles mejor «alegorías», con la excepción de la que dirigió a David el profeta Natán para acusarle de su perversa conducta haciendo que muriese su general Urías para quedarse con su mujer Betsabé (II Samuel 11, 27).
Jesús no hace teología racional, ni mucho menos metafísica. Cuenta historias, cuentos, tomados de la vida real o inventados, para que todo el mundo le entienda.
Con esto encaja muy bien con la exclamación de Jesús en Lucas 10,21: «En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues así lo has querido». Las parábolas son exactamente eso, revelación «para los pequeños». Y son tan sencillas que a los sabios e inteligentes se les escapan.
Quizá sea éste uno de los problemas de nuestra soberbia teología, tan metafísica, tan al alcance solamente de sabios e inteligentes, tan olvidada de las parábolas.
Por otra parte, «a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado». Nos sentimos trasladados a la casa de Cafarnaúm, a la hora de cenar, y a Felipe o Tomás o cualquiera, que, entre bocado y bocado pedían a Jesús: «Explícanos eso de la mostaza…». Y Jesús, entre bocado y bocado, se lo explicaba. No puedo menos que ver aquí la raíz de «la Cena del Señor», algo así como su semilla: alrededor de la mesa, mientras cenaban, la presencia de Jesús y La Palabra…
Y, finalmente, cómo le gustan a Jesús las parábolas «vegetales»: la siembra, el grano sembrado, la cizaña, la cosecha, la mostaza, el grano que crece solo, la mostaza, la levadura… Es una nueva imagen de Dios; desde lo pequeño, desde lo oculto, desde dentro, sin ruido.
Los ojos de Jesús sabían leer las cosas. Todo le hablaba de Dios y del Reino, y por eso Él podía hablar de Dios con cualquier cosa. Las parábolas de Jesús nacen de su contemplación y nos dan una pista excelente para nuestra propia contemplación. A veces queremos contemplar con el entendimiento, pero se contempla con los ojos, disfrutando de lo que se ve, descubriendo a Dios en todo.
De noche, en Nazaret, Jesús ha salido de casa y se ha sentado a escuchar el susurro de las mieses: Jesús las oye crecer, siente cómo la fuerza de la vida las va haciendo crecer, sin que nadie lo note, mientras el dueño duerme.
¿Con qué compararemos el Reino de Dios? Con esa vida interior, esa acción secreta, permanente y silenciosa que, desde dentro, hace crecer nuestra fe, nuestras ganas de servir al Reino. Dios como fuerza vital. Permanente, fiel, poderosa, discreta, así es la acción de Dios.
Es algo que parece pequeñito, que pasa desapercibido, como un grano de mostaza que casi no se ve en la palma de la mano. Pero crecerá, tan potente que los campesinos la temen porque puede invadir cualquier terreno. Y crece y crece hasta que es casi un árbol, y los pájaros pueden posarse en sus ramas.
¿Compararemos el Reno de Dios a un ejército poderoso que se impone al mundo? Dios no es así, y su acción tampoco. Desde dentro, en silencio, sin ruido.
Nosotros la Iglesia, al explicar cosas de Dios y del Reino, nos hemos olvidado bastante de las humildes parábolas y las hemos cambiado por solemnes y complicados conceptos. Las hemos olvidado tanto que hemos perdido la confianza en la acción inquebrantable de Dios, ciframos nuestro crecimiento interior en nuestra fuerza de voluntad, en el miedo al castigo y deseos de premio…
No es así, Jesús lo dejó totalmente claro. Volver a las parábolas de Jesús debería ser preocupación constante de eso que llamamos «nueva evangelización».
José Enrique Galarreta
Gracias
Es necesario volver a la sencillez con la que Jesús nos habla en el Evangelio. Gracias.
¡ qué bonita la fotografía! … hasta aquí llega el olor de la lavanda 😃🤗 !!!
Gracias por la reflexión !!! …pues continuemos el camino con el extraordinario consejo que hoy nos da el Apóstol San Pablo… ¡ y además por dos veces! … “ llenos de buen ánimo “…”estamos de buen ánimo”. ..
Muchas gracias por permitirnos contemplar y saborear la profundidad y sencillez de Jesús. Las parábolas son camino de desvelamiento del Misterio con el tacto y la didáctica del Maestro.
Las nuevas generaciones necesitan tanto de este tacto y sensibilidad: menos racional y más vital.