Las fracturas que la vida nos ofrece

Retrato doloroso | Enrique Mirones, monje de Sobrado | 1993

«¿De dónde le viene a éste todo esto?» (Mc 6,2). Los paisanos de Jesús admiten «todo esto»: reconocen que se encuentran ante algo excepcional. Si se hubieran abierto a este interrogante, si se hubieran puesto a la búsqueda del «de dónde», habrían llegado lejos. Pero han preferido quedarse entrampados en su pequeño pueblo.

«¿No es este el carpintero…?» – van a buscar la respuesta en lo conocido y demasiado apresuradamente. Sabían la respuesta antes de hacerse la pregunta. No mantienen el problema abierto, sino que le dan una respuesta prematura encasillando a Jesús en categorías conocidas.

Es el equívoco de siempre: la prisa por «encerrar» los problemas molestos en aquello que se sabe ya, en vez de mantenerlos abiertos en una actitud de búsqueda y de paciente espera hacia lo que todavía no se conoce. Se tiene necesidad de tapar apresuradamente las grietas que se abren en nuestro espíritu recurriendo a materiales que se tienen al alcance de la mano y que aseguran un cierre definitivo. De este modo perdemos oportunidades preciosas que la vida nos ofrece para ver más allá de nuestros condicionamientos. No es para nada evidente que estemos abiertos a la verdad.

Mantenerse en lo desconocido requiere una actitud de gran confianza. La experiencia del no-saber tiene un lugar decisivo en la liberación de la cárcel de nuestro yo. Sí, esta es la gran cárcel de la vida: pretender hacerse dueño de la realidad, intentando imponerle nuestras medidas, para que todo esté bajo nuestra visión y control. Lo hacemos, atemorizados, para protegernos, intentando que la vida no nos hiera. Estamos todos heridos en nuestro mundo relacional y por eso nos cuesta tanto la confianza. Deseamos la apertura y el encuentro y, a la vez, mantenemos cerradas todas las puertas, aunque tengamos la ilusión de mantenerlas abiertas. A cada día la vida nos ofrece múltiples posibilidades de caminar por donde no vemos. Si arriesgamos, ya sabemos que aparecerán los fantasmas de siempre. En vez de luchar con ellos es mejor sonreírles y seguir caminando.

San Pablo, en la segunda carta a los corintios, nos dice que se le ha dado una espina en la carne, nos habla de una realidad que le abofetea, para terminar testimoniando la fuerza de la gracia: «me glorío de mis debilidades para que resida en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9). ¿Qué sería de nosotros si no fueran estas fracturas que la vida nos ofrece y que nos invitan a entrar en ellas abriendo el camino para descubrir que somos habitados por el Misterio del Amor? ¿Qué sería de nosotros si no fuéramos mendigos que tienen que extender las manos en súplica rompiendo con su autosuficiencia? El aguijón que tenemos clavado en la carne es el mejor compañero para aventurarnos en lo desconocido. Si no vamos por donde no vemos, no podemos ver lo que tanto deseamos.

Aunque Pablo lo haya suplicado, el Señor no le quitó el aguijón clavado en su carne, solamente le respondió: «Te basta mi gracia». No se lo quitó, y yo me atrevo a decir que no podría quitárselo, pues al arrancarlo le sustraería una experiencia fundamental para captar lo que fue el centro de su espiritualidad y de su predicación: el Resucitado es el Crucificado. Las llagas de nuestra historia son fuente incesante de vida. «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». La sanación que Dios nos ofrece es mantener las heridas abiertas. Ellas son el aceite de las lámparas de los que velan durante la noche esperando a su Señor. Ellas son la leña que mantiene encendido el fuego del deseo.

La prisa por tenerlo todo solucionado es un síntoma de autoexilio. Querer tener respuesta para todo, o querer tener las respuestas antes de confrontarnos con las preguntas, nos estrecha el horizonte de la vida. Cuando pensamos que todo depende de nosotros, fácilmente nos desilusionamos y nos desesperamos. La amargura es un síntoma de que nos sentimos dueños de la verdad, de que somos incapaces de mirar más allá de nuestra sombra. Un mendigo de manos extendidas, un peregrino que reanuda el camino todos los días o el amante que sigue amando cuando parece ya no haber nada de amable, son gente que, a través de las fracturas de su vida, vive bajo el asombro de la gracia, gente que se quitó de en medio para que el centro fuera de Dios, gente arrodillada ante el Misterio de la vida con una inmensa gratitud.

7 comentarios en “Las fracturas que la vida nos ofrece

  1. Beatriz dijo:

    Gracias!! Bellísima enseñanza y encuadrada absolutamente en la Nueva Evangelización…. …
    Tiene “ mucha miga” el evangelio de hoy….
    “ …. Un mendigo de manos extendidas “… , pues si, tantas personas que han entregado su vida, la han desgastado, haciendo el bien a los demás, cumpliendo la voluntad de Dios , confiando tan sólo en Él……salvando almas para Dios con su oración y su ejemplo de vida, almas que jamás van a estar en los altares canonizadas… pero que son santos como la copa de un pino, esta servidora se arrodilla ante Dios y ante ellas .

  2. bea dijo:

    ¡Qué reflexión tan revulsiva y zarandeante a nuestro yo-confortable y huidizo…….!
    Gracias por la dura sacudida.
    Un abrazo.

  3. vicenta rúa dijo:

    Necesitamos llevar en la mochila nuestras verdades, como trocitos de luz. Aunque incompletas y cambiantes.
    Pero, lo único imprescindible es el «no saber», porque solo esto nos abre al Misterio. lo que siempre es Otro y Más. A» lo no pensable, ni imaginable, ni visible… si no Todo Deseable». S. Buenaventura.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.