Todas mis fuentes están en Ti

Fuente del claustro de la comunidad

Algo parecido a los judíos, que murmuraban sobre Jesús, el pan bajado del cielo, puede pasarnos a nosotros, si, con la mejor voluntad, conservamos celosamente nuestra fe en pergaminos y mantenemos ‘medio muerta’ la esperanza con respecto a la revelación de Dios. Sin mala voluntad, podemos haber pactado con una blasfemia mucho más peligrosa, en este momento, que cualquier otra blasfemia: que ninguna novedad cabría ya esperar de Dios.

El contacto personal con el Dios de la vida, de la vida abundante, nos invita a dejar atrás los caminos ya frecuentados, para aventurarnos por uno absolutamente desconocido y lleno de incógnitas. La vida es una pasión, una aventura, un riesgo, un itinerario a recorrer con los ojos y los oídos abiertos y en el que la única brújula que guía a la meta es la de la compasión y la ternura.

Cuando los viejos saberes y seguridades comienzan a parecernos inservibles y el vértigo se apodera de nosotros, va creciendo, lentamente, la intuición de que la vida que vamos buscando no está vinculada a leyes, templos, ritos, edificios o costumbres, sino a esa palabra por la que Jesús consagró toda su vida: la misericordia. Es entonces cuando pierde interés retornar al mundo ya conocido de certezas sacadas de los libros, y adquiere sentido entrar en contacto con seres humanos de carne y hueso, y descubrir que es junto a la gente más hundida, nunca lejos de nosotros, donde se aprende la vida eterna.

Jesús, es el verdadero pobre evangélico, el que no tiene nada porque todo le viene y lo recibe del Padre y por eso dice con el salmista: todas mis fuentes están en ti. Su ser no es suyo, es el del Padre: quien me ha visto a mi, ha visto al Padre. Así es Jesús, movido por la misma pasión de Dios por la humanidad, abandona su amada intimidad para atender a la gente y curar a los enfermos: yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante. Su vida es para los demás, está disponible a tiempo completo. Es paciente y manso, como el pan que se deja amasar, cocer, partir; humilde, como el pan, siempre discreto para acompañar; tierno y bueno, como el pan hogareño; capaz de morir para dar vida, como el pan que se reparte y alimenta. Jesús es el pan de vida, que sacia a las multitudes hambrientas multiplicando, abundantemente, el pan y el vino.

Nosotros que tanto perseguimos al amor y tanto anhelo ponemos en su conquista, tenemos que saber que no hay modo alguno de apresar la ligereza del amor sin gustar la pérdida doliente de su marcha. Viene y se va. Entra a sus anchas en el recinto de nuestro interior y después nos deja con la miel en los labios, con su corona de flores en las manos. Pero cuando, como Jesús, hacemos nuestras las palabras del salmista: todas mis fuentes están en ti, entonces nos hacemos capaces de amar desde Dios todo lo genuinamente humano: ¿Qué es lo que yo amo al amarte a ti? No es la belleza del cuerpo, ni su gracia perecedera, ni el brillo de la luz del agrado de mis ojos, ni las dulces melodías, ni los cantos de variados tonos, ni el suave olor de las flores, ni los perfumes, ni los aromas, ni el maná, ni la miel, ni los miembros hechos para los abrazos de la carne. No, no es todo eso lo que amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, cuando amo a mi Dios, amo una luz, un perfume, un alimento, un abrazo… Es la luz, la voz, el perfume, el abrazo del hombre interior que hay en mí, allí donde resplandece para mi alma una luz a la que ninguna extensión puede limitar, allí donde suenan unas melodías que el tiempo no puede llevarse, allí donde se desprenden unos perfumes que se disipan con el viento, allí donde se degusta un alimento que ninguna avidez puede agotar y unos abrazos que ninguna saciedad puede aflojar. Esto es lo que yo amo, cuando amo a mi Dios (San Agustín).

¿Cuándo llegará a nosotros ese momento propicio, de gracia, en el que podamos descubrir en nuestra pobreza, un camino nuevo en el que la fuerza se manifiesta en la debilidad y la vida en la muerte? Será entonces la hora de fiarnos perdidamente del Dios que está trabajando algo nuevo con nuestra fragilidad e incluso con nuestra pérdida, y de aceptar ser, entre los hombres, ‘portadores de las marcas de Jesús’, una realidad débil, siempre frágil y nunca acabada.

6 comentarios en “Todas mis fuentes están en Ti

  1. Beatriz dijo:

    Toda esta enseñanza me habla de conversión…la Fe aumenta en cada proceso de conversión …. .cuanto más cerca del Señor más felices somos…
    “… llenemos el mundo de gritos de entusiasmo por tener un Dios tan bueno..” “ Cristo murió amando clavado en un madero “ “ Seamos egoístas para sufrir y generosos en la alegría “( Hermano Rafaél) .
    Gracias por esta enseñanza,la llevaré a mi oración personal.

  2. Un peregrino en Batuecas dijo:

    Los judíos murmuraban sobre las cosas que decía otro judío, parece que Jesús nació cristiano cuando era un rabino que predicaba en la sinagoga y en las calles.

  3. vicenta rúa dijo:

    Fuente de Libertad. La Verdad nos hace libres. Sencillos y auténticos. Dispuestos a una danza única, de pasos no ensayados, no forzados. Imperfecta y alegre. Sin exagerados dramatismos, como un baile de niños pequeños.

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