El clavo que se convierte en llave

Clavos | Iglesia de Herz Jesu (Sagrado Corazón de Jesús), en Múnich | Alexander Beleschenko | 2000

Hoy hemos escuchado la parte final del capítulo sexto del evangelio de Juan, una larga catequesis sobre el Pan de vida. Al inicio del capítulo, Jesús se encuentra con una multitud de hambrientos, de los cuales solo los hombres eran unos cinco mil. Lo seguía mucha gente. Ante la multiplicación de los panes y de los peces, dicen: este hombre tiene que ser el profeta que debía venir al mundo. Pretendían proclamarlo rey… pero se retiró de nuevo al monte, él solo. Jesús no se deja capturar por la expectativa de la multitud.

A lo largo del capítulo esta multitud va despareciendo escandalizada con las palabras de Jesús. El entusiasmo y la idealización van dando lugar a la desilusión. Decían: Este es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo? (…) ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? (…) Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla? (…) Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. En la última parte del capítulo Jesús se encuentra frente a los doce –sí, quedaron solo los doce– y les pregunta: ¿También vosotros queréis marcharos?

En todos los proyectos vitales, después de una primera etapa, más o menos larga, de mucho entusiasmo, llega la desilusión y, con ella, un tiempo de crisis. Nos preguntamos si nos hemos equivocado, si estamos perdiendo la vida, que una vida así no merece mucho la pena, y que lo mejor sería abandonar lo vivido y cambiar: cambiar de pareja, de comunidad, de proyecto de vida… Se trata de una etapa dolorosa y crucial en la que nos preguntamos por el sentido de la existencia, y las respuestas no son obvias. Se experimenta una división interior. Lo que antes era más luminoso que el sol ahora está ahora teñido de densa oscuridad. Lo que esperábamos del otro, de los demás, de un determinado proyecto, no ha ocurrido o ha ocurrido justamente lo contrario. En vez de la felicidad esperada, cargamos con una suma de heridas, de malentendidos, de acontecimientos desagradables. Nos sentimos defraudados ante realidades en las que hemos puesto tanta energía afectiva.

Lo primero que se nos ocurre es que un cambio externo lo arreglaría todo, que luego justificamos con la búsqueda de lo auténtico y de lo verdadero. En todo este proceso –vivido a menudo tan dramáticamente–, como nos sentimos víctimas de los demás o de las situaciones, solemos enfocarlo hacia fuera, olvidándonos de la pregunta esencial: ¿de dónde nacieron mis expectativas, que ahora se ven defraudadas?

Nuestras expectativas germinan en zonas de dolor, tantas veces desconocidas, que nos acompañan desde nuestra más tierna edad. Desde ahí, inconscientemente, idealizamos sobre un grupo, sobre una persona, sobre una opción de vida, imaginando escenarios de perfección y de felicidad, que son el reverso de nuestra carencia. Cuando estos escenarios –que solo existen en nuestra cabeza y están profundamente desconectados de la realidad– no se realizan, nos sentimos frustrados y engañados y el dolor se hace todavía más fuerte. Llegados aquí, ¿qué ocurre? La frustración puede conducirnos a distintas actitudes, que a veces se entremezclan en nuestra historia:

  • sencillamente me marcho, me alejo de lo que identifico equivocadamente como el origen del dolor, desplazando mi idealización para otra persona, para otro lugar… siempre algo externo; sigo evadiéndome de la realidad;
  • permanezco donde estoy, porque incluso no tengo valor para hacer un cambio, pero permanezco cerrado en mí mismo y en mis razones, blindado y amargado, culpabilizando a los demás, a menudo dominado por el cinismo y el sarcasmo;
  • permanezco donde estoy, tomando mi dolor en manos, haciéndome responsable por mi vida y mi historia, peregrinando silenciosamente al corazón, indagando pacientemente como un discípulo, atravesando la noche esperando confiadamente la luz de la gracia.

San Bernardo, en uno de sus sermones, dice:

Sus designios eran designios de paz y yo lo ignoraba. Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en llave que me ha descubierto la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esa hendidura? Tanto el clavo como las llagas proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. (…) Las heridas que recibió su cuerpo nos descubren los secretos de su corazón; nos permiten contemplar el gran misterio de la compasión, la entrañable misericordia de nuestro Dios. 

Si en nuestro dolor no miramos hacia fuera, sino hacia dentro, la vida nos ofrece una preciosa oportunidad para descubrir Jesús como pan de nuestra vida. No un Jesús desencarnado en mis idealizaciones, sino el Jesús herido que habita en nuestra carne herida y cuyas llagas unidas a las nuestras nos descubren los secretos de su corazón. El dolor es el clavo penetrante que se convierte en llave, la llave que nos abre al misterio de la compasión. A veces los cambios externos son necesarios e incluso son respuestas de amor, siempre que nazcan del abrazo compasivo a nuestra historia herida y no de la fuga al dolor. Nuestro Dios es un Dios crucificado: la vida nos espera donde menos la esperamos, también bajo la forma de desilusión y de frustración. Sus designios eran de paz y yo lo ignoraba. Señor, ¿a quién iremos? Entremos por la hendidura de la herida y escuchemos silenciosamente en nuestro corazón palabras de vida eterna. Llévanos donde no queremos ir, porque solo en tu luz veremos la luz. Tu gracia vale más que la vida.

7 comentarios en “El clavo que se convierte en llave

  1. Beatriz dijo:

    Preciosa la enseñanza!
    Señor . sana nuestras heridas para poder ayudar a otros a sanar las suyas y regálanos el don de la perseverancia hasta el final …¿ adonde vamos sin Ti…?

  2. María Dolores dijo:

    Gracias! Una reflexión que da que pensar en nuestra peripecia vital de desilusiones, afanes maltrechos, proyectos inacabados… ¿Cuántas veces habré dicho «¿A dónde iré ahora?» con oscuro desaliento. Ya no. Diré «Señor, vengo a Tí.»
    Que Dios os bendiga.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.