COMPASIÓN Y SOLIDARID
para que la fe tenga sentido
Hay un canto de alegría y esperanza en el tercer domingo de Adviento. Hay una promesa de que el duro peso de la vida se aligera, que las duras cadenas de nuestras esclavitudes se caerán, que nuestros desiertos interiores florecerán llenos de vida.
Los ciclos de la vida se van sucediendo, y, así como a lo largo del camino del pueblo de Israel hacia su liberación se fue abriendo a lo largo de su historia entre avances y retrocesos en su fidelidad a las promesas de Dios, siempre quedaban preguntas por hacer, caminos nuevos por recorrer, abrir nuevas puertas a la esperanza. Nada es igual en la vida de una persona, de un grupo, de una comunidad cuando su corazón se abre a los caminos de la fe, caminos que no son sencillos porque exigen un compromiso de vida que nos aparta de la ingenuidad de creer que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás, cuando se transformen las estructuras sociales y políticas. Y no es así, no son los demás, soy yo, somos todos, porque el cristianismo no está teniendo en este presente histórico, tal como nosotros lo vivimos, la fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es esta la que está vaciando nuestro seguimiento de Jesús de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión, la justicia. Estos son los procesos de desgaste que se dan cíclicamente en la historia de la humanidad creyente. Sin darnos cuenta nos deslizamos por la pendiente de la dulce mediocridad y la mediocridad no genera ilusión, más bien nos adormece, y nos da terror cualquier cambio que nos remueva de nuestro adormecimiento.
La Historia, esa maestra de vida, nos enseña. Si nos detenemos a leerla con atención, cada generación, cada etapa histórica, igual que cada etapa biográfica, es un umbral precursor del Mesías que llega para inaugurar el Reino. Cada generación abre un boquete nuevo y desbroza un nuevo cauce para ensanchar la visión del horizonte lejano y facilitar el acceso a esa panorámica infinita, objeto de la promesa. Los hombres, las mujeres, los movimientos sociales que hoy luchan por abrir nuevos cauces al futuro, esos son los precursores, los Bautistas de nuestro tiempo. Y tenemos que tener en cuenta que cada etapa de la historia tuvo sus profetas y místicos fundamentalmente religiosos, pero a partir del siglo diecinueve, junto con estos, surgen profetas y místicos ateos, que eran un revulsivo del que Dios se valía para espabilar a una sociedad cristiana adormecida y aburrida. Y lo mismo ocurre hoy. No lo olvidemos: los místicos y los profetas, sean creyentes o no, nunca fueron bien vistos por la jerarquía de cualquier religión.
Faltan profetas, místicos y maestros. Muy acertadas me parecen las palabras de José Tolentino Mendonça cuando afirma: «No solo faltan hoy maestros de vida interior, sino simplemente de la vida, de una vida total, de una existencia digna de ser vivida. Faltan cartógrafos y testigos del corazón humano, de sus interminables y arduos caminos, pero también de nuestra vida cotidiana, donde todo no es y es extremadamente sencillo. Nos falta una nueva gramática que concilie en lo concreto los términos que nuestra cultura tiene por irreconciliables: razón y sensibilidad, eficacia y afectos, individualidad y compromiso social, gestión y compasión, espiritualidad y sentidos, eternidad e instante» (La mística del instante).
Mirad bien el Evangelio de hoy. La gente acude a Juan Bautista y pregunta: ¿Qué tememos que hacer? Y Juan no les pide que guarden la Ley, ni les propone ritos sagrados, ni normas ni preceptos, los anima a ser JUSTOS: «El que tenga dos túnicas, que reparta con el que no tiene: el que tenga comida haga lo mismo». Así de simple para que la fe tenga sentido y los ritos religiosos no estén vacíos de sentimientos. Porque los caminos de la fe pasan por los caminos de la justicia. Y el que es más grande que Juan nos lo dejó bien dicho: «Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me acogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; estuve en la cárcel y vinisteis a verme». Esto es hacer justicia y las religiones tienen valor si esto se cumple, si no es así, la religión esclaviza y deshumaniza a las personas. Por eso tenemos que agradecer el esfuerzo de tanta gente que se revela y compromete su vida en gestos concretos de solidaridad y cultivan un estilo de vida más austero y más humano. No importa si son creyentes o no, en ellos resuena la voz de Juan Bautista: «El que tenga dos túnicas, que reparta con quien no tiene; el que tenga comida haga lo mismo».
Me ha encantado y el texto de Tolentino muy oportuno. Los sufrimientos no nos desaparecerán pero la presencia de Jesús Resucitado nos llenará todos los vacíos y los dolores insoslayables. Abrazo fraterno y oración compartida.
Gracias
Gracias!!
Gracias
Que buena homilía!!
No importa si son creyentes o no, en ellos resuena la voz de Juan Bautista: «El que tenga dos túnicas, que reparta con quien no tiene; el que tenga comida haga lo mismo».
Qué gran verdad! Gracias
“Hay un canto de alegría “ . Siempre hay un canto de alegría dentro de la iglesia y lo habrá, y ahora , en este tiempo, es maravilloso ser testigo de como la iglesia se está renovando por completo, tal y como reflejan los grupos de jóvenes de confirmación y resto de grupos que vamos formando dentro de la iglesia, el aumento de cenáculos, de nuevos movimientos que van apareciendo…. , es que nadie puede reprimir al Espíritu Santo, al contrario, explota por donde quiere.
Como dijo San Juan Pablo ll en una conferencia que circula por las redes ,” Cristo parecía impotente en la Cruz. Dios siempre puede más “.
Graciñas por este toque de atención, no vayamos a olvidar la verdad fundamental, sin autenticidad( amor que empieza en la justicia) somos nada.