El pan hambriento

UNICEF MK 2015 Tomislav Georgiev

El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros (Jn 1,14).

¿Qué significa esto?

San Bernardo lo dice de una forma bellísima:

“…aquí hallamos misteriosamente una longitud que se acorta, una anchura que se estrecha, una altura que se rebaja, una profundidad que se rellena. Encontramos a la luz apagada, a la palabra enmudecida, al agua sedienta, al pan hambriento. Si observas bien, verás que al Poderoso lo gobiernan, al Sabio le instruyen, al Fuerte lo defienden, a Dios le dan de mamar, y eso que él alimenta a los ángeles. Escucharás el llanto de quien alienta al afligido. Si te fijas detenidamente, advertirás que la alegría se entristece, la confianza tiembla de miedo, la salvación padece, la vida muere, la fortaleza se debilita. Y todavía percibirás algo no menos maravilloso: la tristeza contagiando alegría, el pavor dando ánimo, el sufrimiento salvando, la muerte dando vida, la debilidad vigorizando.”

Durante la octava de Navidad, hemos cantado todos los días el salmo 129 (De profundis): Desde lo hondo a ti grito, Señor: Señor, escucha mi voz (…) Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora (…), porque del Señor viene la misericordia. Este salmo, en una primera mirada, desprevenida, parece desentonar con las melodías propias de esta época el año, sin embargo, él nos conduce al corazón del misterio que celebramos.

Lo hondo es para los israelitas temible, incomprensible, emparentado con la muerte y el abismo. El Verbo acampó y acampa en los lugares más inhóspitos del mundo y de la experiencia humana. Porque el pobre clamó y el Señor lo escuchó. A ti grito, Señor. Dios se deja atraer por la absoluta carencia y haz en ella su morada. El Dios de Jesús no nos mira desde arriba para abajo, sino todo lo contrario, nos mira desde un pesebre, inequívocamente, desde el punto más bajo, desde lo hondo, donde el pobre grita. No hay misericordia desde arriba para abajo, porque la misericordia es un abrazo incondicional entre iguales, de pobre para pobre. Por eso encontramos a la luz apagada, a la palabra enmudecida, al agua sedienta, al pan hambriento.

Los mayores obstáculos para la intimidad con nosotros mismos, con Jesús y con los demás se llaman culpa y vergüenza. En algún momento de nuestra historia, probablemente en nuestra más tierna infancia, hemos interiorizado que no somos dignos de amor. Por eso vivimos en ese esfuerzo, tantas veces frustrado, de quedar bien, pensando que así recibiremos la estima de los que nos rodean. Sudamos construyendo torres impresionantes para ejercer presión sobre el afecto de los demás. Queremos intimidad y, paradójicamente, nos encontramos levantando muros entre nosotros, usando nuestro talento, triunfos y puntos fuertes como armas.

El Verbo acampa en la tierra sagrada que es la vulnerabilidad humana, tierra fecunda donde puede germinar el encuentro, la intimidad y la fraternidad. Sólo cuando somos vulnerables y los demás pueden ver que compartimos una misma condición, que atravesamos los mismos valles sombríos, que bajamos a los mismos abismos, sólo entonces nuestros puntos fuertes, talentos y triunfos no serán sentidos como amenazas (porque no los utilizaremos como armas), sino dones que pueden contribuir a enriquecer la vida común.

Esta vulnerabilidad no debe confundirse con debilidad. Ser vulnerables es ser lo suficientemente fuertes para ser sinceros y tiernos. Y cuando lo somos, nuestra propia herida se transforma en medicina y bálsamo para nosotros y para los demás. Hay un camino muy fecundo para aprender con el Verbo que acampa en medio de nosotros: la tristeza contagiando alegría, el pavor dando ánimo, el sufrimiento salvando, la muerte dando vida, la debilidad vigorizando.

Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne… estos han nacido de Dios (Jn 1,13).

9 comentarios en “El pan hambriento

  1. Luis dijo:

    Qué audacia maravillosa la del texto de San Bernardo. Y, en efecto, qué belleza. G. M. Hopkins , jesuita y una de las cumbres de la lírica inglesa, escribió en un poema que «el Espíritu Santo empolla el mundo en su cálido seno». Un traductor español no se atrevió a ser tan literal y transformó empollar en cobijar. Aquí, en San Bernardo, nada menos que «a Dios le dan de mamar». Cuánto se agradece que la traducción no haya sido timorata y la poesía del texto haya quedado incólume. Es el valor de las palabras el día que recordamos el Verbo. Gracias.

  2. Pedro Garciarias dijo:

    ¡¡¡qué maravilla de texto, mil gracias!!!, es que s. Bernardo es inmenso en todo lo que vivió y escribió. Nos ayude.

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