Tiempo de Gracia

Paisaje interno | Obra de Víctor Infantes

Desde el año pasado, 2020, instituido por el Papa Francisco, celebra la Iglesia, en este Domingo III del Tiempo Ordinario, el Domingo de la Palabra de Dios. Las lecturas de hoy, hablan precisamente de la Palabra.

La Palabra de Dios no es letra muerta. Cuando la actualizamos, percibimos cómo se cumple aquí y ahora en nosotros, en nuestra situación concreta. Se transforma en Palabra viva que, pese a no cambiar, resulta siempre nueva y original. Es pedagoga en el alumbramiento del misterio del hombre. Desde la revelación de Jesús como el Cristo, nos asomamos a una nueva manera de concebir y de entender al hombre.

Cuando leo o escucho la Escritura, desde la fe, como Palabra de Dios, emerge, sin mi permiso, una inevitable aspiración de avenirme de corazón a corazón con el autor bíblico, de buscar indicios que encuentren resonancia en mi propia experiencia. Supongo que a todos nos pasa algo parecido.

Cuando leo, reescribo. Desde mis fondos simbólicos me encuentro con los fondos simbólicos del escritor. Los comparto y no es que los haga míos, sino que descubro mi identidad con ellos. Muchísimo más: se esclarece mi verdadera identidad. Mi hombre interior es iluminado, abriéndose, irguiéndose, en cuanto resonador de la Palabra. Me topo con mis propios límites y con mis infinitudes también: lo infinito en lo finito, lo intemporal en el tiempo, la riqueza en la pobreza, la sobreabundancia de gracia en la abundancia del pecado. Y esto, tiene que ver con la liberación del hombre. Ésta es la redención. Es el grito de la humanidad bienvenida al hogar, que brota de las profundidades y desencadena una fiesta sin fin.

La Escritura nos va desvelando el insondable misterio del Dios escondido, al tiempo que nos va familiarizando con la fascinante complejidad que es el ser humano. En la medida que nos adentramos en el conocimiento amoroso de Dios, vamos, también, conociéndonos a nosotros mismos, y penetramos de lleno en el corazón de la humanidad.

Hoy, proclamando la Palabra, Jesús hace suya la profecía de Isaías. En él, se inaugura el tiempo de la Gracia. La ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, nos dice San Juan en el prólogo de su evangelio. En el régimen de la Gracia, lo más importan­te no es tanto lo que nosotros podemos hacer, como el dar cabida a la acción de Dios. El gran secreto de toda fecundidad y crecimiento espiritual es aprender a dejar hacer a Dios: Sin mí no podéis hacer nada, dice Jesús. El amor de Dios es infinitamente más poderoso que cualquier cosa que hagamos noso­tros ayudados de nuestro buen juicio o nuestras propias fuerzas. Es necesario permitir que la gracia de Dios obre en nuestra vida, y decir ‘sí’ a lo que somos y a nuestras circunstancias.

Dios es realista. Su gracia no actúa sobre lo imaginario, lo ideal o lo soñado, sino sobre lo real y lo concreto de nuestra existencia. Aunque la trama de mi vida cotidiana no me parezca demasia­do gloriosa, sino, más bien, a menudo, todo lo contrario, no existe ningún otro lugar en el que po­der dejarme tocar por la gracia de Dios. La persona a la que Dios ama con el cariño de un Padre, que quie­re salir a su encuentro y transformar por amor, no es la que a mí ‘me gustaría sero la que ‘debería ser; es, sencillamente, ‘la que soy’. Dios no ama personas ideales o seres virtuales; el amor sólo se da hacia seres reales y concretos. No le intere­san superhéroes de ficción, sino nosotros, pecadores como somos.

En la vida espiritual a veces perdemos tonta y estérilmente el tiempo quejándonos de no ser de tal o cual manera, lamentándonos por tener este defecto o aquella limitación, imaginando todo el bien que podríamos hacer si, en lugar de ser como somos, es­tuviéramos un poco menos heridos o más dotados de una u otra cualidad o virtud; y así interminable­mente. Todo eso no es más que tiempo y energía perdidos, que sólo consigue retrasar la obra del Espíritu en nosotros. Lo que, con frecuencia, impide la acción del Espíritu en nuestra vida es la falta de aceptación de nuestra debilidad, todos esos rechazos más o menos conscientes de lo que somos o de nuestra situación concreta. Para liberar la gracia en nuestra vida y permitir la transformación interior, bastaría a veces con decir un ‘sí’, ins­pirado por la confianza en Dios, a aquellos aspectos de nuestra vida hacia los cuales mantenemos una postura de rechazo interior.

Si no admito que tengo tal falta o debilidad, si no acepto que estoy marcado por ese acontecimiento pasado o por aquella herida, sin darme cuenta, hago estéril la acción del Espíritu. Dios sólo influye en mi realidad en la medida en que yo la acepte con la colaboración de mi liber­tad. Y si no acepto a los otros tal y como son, tampoco permito al Espíritu que actúe en mi relación con ellos o que convierta esta relación en una oportunidad para el cambio.

Cuando contactamos con Jesús de corazón a corazón, somos realmente capaces de aceptar­nos a nosotros mismos, nos sentimos liberados del apremio de ser perfectos, y podemos vivir con el ánimo tranquilo y el alma grande, sin hacer continuos esfuerzos por mostrarnos como en nuestro mejor día, ni gastar increíbles energías en aparentar lo que no somos. Sencillamente, podemos ser como somos.

Gracias Jesús porque tu amor, que lo abarca todo, nos autori­za plenamente a ser nosotros mismos con nuestras limitaciones y nuestra incapacidad. Nos otorga el ‘derecho al error’ y nos libera de esa especie de angustia que con frecuencia nos obliga a ser otra cosa distinta de la que somos. Santa María, Madre de Dios, llena de Gracia, ruega por nosotros, pecadores, para que así sea.

9 comentarios en “Tiempo de Gracia

  1. Alejandro Núñez Colunga dijo:

    Una homilía preciosa.
    Pone el punto en las heridas de mi corazón y mi alma.
    ¡¡¡ Muchísimas gracias !!!
    ¡¡¡ No tengo que ser perfecto !!!

  2. Pedro Garciarias dijo:

    Varias veces os he dicho que decir gracias es poco, poco…pero no sé qué otra palabra usar, la reflexión escrita es LUMINOSA parece un nuevo Esdras vivo que traduce de forma que todos lo entiendan. De verdad, los que somos, «menos que ná», nos alegramos y bendecimos a la Madre/Padre Dios que nos ama así y nos sonríe cuando nos llama con ese Nombre Nuevo: «menos que ná» Gracias y abrazo fraterno.

  3. Beatriz dijo:

    Gracias por estas palabras que nos recuerdan los maravillosos beneficios de la lectio Divina ( al estilo cisterciense). Leer, escuchar, rumiar la Palabra… , sin fundamentalismos ni moralismos , sin prejuicios. La Palabra nos descubre que Jesús está en la vida real, con nosotros, otra cosa es que , a veces,no notemos su Presencia.
    Alabar sin cesar a Jesús y darle gracias por ser una más de esos pobres por los que Él ha venido a este mundo a dar la auténtica libertad.
    Muchísimas gracias.

  4. Bea dijo:

    Como a veces pasamos de lo obvio en nuestra relación con Dios y qué malos autogestores. Nos creemos capaces de prescindir de ÉL…… GRACIAS por recordarnos nuestra pequeñez y lo grandes que ÉL NOS HACE.

  5. EDGAR LUNA dijo:

    Fantástico, no tengo que ser perfecto!! Recuerdo y reconozco mis imperfecciones múltiples.
    Honestamente, gracias por estas palabras sabias.

    Edgar Luna, CLC
    Saint Joseph’s Abbey
    Spencer, MA – USA

  6. vicenta rúa dijo:

    Este comentario es tiempo de Gracia. Puede hacer saltar nuestras imaginarias cadenas y hacernos sentir repentinamente libres, ligeros, amados… y felices. Si en el futuro nos asalta la tentación de apartarnos de su luz, el corazón la buscará porque siempre se añora el hogar, la dulzura de su Paz.

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