Un precioso poema de León Felipe es la introducción a este segundo domingo de Cuaresma. Solo cuando el hombre siente la impotencia, la inseguridad, el miedo, la pequeñez, la angustia ante las fuerzas poderosas del mal, puede escribir esto:
Yo no he venido aquí
a pedir un asiento en la gloria
ni a poner de rodillas al miedo.
Estoy aquí otra vez
para subrayar con mi sangre
la tragedia del mundo, el dolor de la tierra
para gritar con mi carne:
¡Ese dolor es mío también!..
Dios es el mar,
Dios es el llanto de los hombres…
El Verbo está en la carne dolorida del mundo.
El relato de la Transfiguración es un misterio que lleva dentro de sí muchas lecturas y tenemos que entrar en ellas con humildad para no perdernos en reflexiones inútiles y vacías de contenido.
Jesús sube al monte dispuesto a poner, una vez más, el fracaso de su vida en las manos del Padre. Va camino de Jerusalén sabiendo lo que va a acontecer. Su intención no era mostrarles a sus discípulos su divinidad. No, subió al monte como tantas veces para estar con el Padre, para abandonarse en su amor porque le pesaba su condición de Siervo. Le era difícil asumir que su mensaje de salvación fuera incomprendido y rechazado y que su subida a Jerusalén no iba a ser la de un mesías triunfador sino la de un cordero que es llevado al matadero.
Desde lo alto del monte Jesús miró el mundo y lloró de amor, porque el mundo que veía era el rostro del Padre, era su corazón, sus manos entrañablemente creadoras y llenas de vida, de paz y de bien. Allí estaban sus hermanos de todos los tiempos: los fuertes y poderosos y los humildes y abatidos. Los que viven encerrados en su egoísmo y los que viven haciendo el bien. Los verdugos y los mártires, los que sumergen a las naciones en espantosas guerras y los constructores de la paz. Trigo y cizaña en el campo de Dios. Y Jesús guardaba silencio abandonado en el amor del Padre. En ese monte, y antes del Calvario, ya se había consumado su amor por la humanidad.
Pedro, Santiago y Juan miraron a Jesús y vieron que estaba trasfigurado, es decir: miraron sus ojos y los vieron llenos de amor por las gentes y ese amor se trasformó en luz, una luz blanca, radiante que absorbía las penas y fatigas de la vida. Y quisieron quedar en el monte, quisieron encerrar a Dios en una ridícula tienda. No captaron el mensaje de lo que estaba sucediendo y cayeron en la tentación de guardar para sí mismos el sagrado misterio del amor de Dios manifestado en Jesús.
Lo que les ocurrió a los discípulos es la tentación que nos acecha a los que intentamos vivir el seguimiento de Jesús de Nazaret. Es la tentación de la fuga. Huir para aislarse en un pequeño paraíso individual: sin lujos, sin ambición y sin problemas, sobre todo sin problemas. Casi no parece una tentación, pero lo es y muy peligrosa. Ese gozar de la gloria de Dios nosotros solos o con un pequeño grupo de escogidos y selectos amigos en lo alto del monte, sin tener que pelear con la vida, elevando hermosos templos a Dios, elaborando complicadísimos discursos místicos sobre la iluminación interior; garantizando la presencia de Dios mediante símbolos religiosos. Inventando y aconsejando refinadísimos ejercicios ascéticos para que nuestro cuerpo carnal se purifique y esté en condiciones de recibir la luz tabórica. Creo que esto no es lo que Jesús quería para su comunidad.
Hoy se impone otra ascesis que la del cuerpo. Jesús no fue un asceta ni les pidió a sus discípulos que lo fuesen. Por eso la ascesis que hoy se nos pide es defender los derechos de los que no tienen voz. Más que la del asceta, se precisa la voz del profeta que se encara con el poder abusivo de los poderosos y levanta su voz en nombre de la conciencia y de la libertad de los oprimidos. A nadie lo matan por privarse de alimentos, por denunciar la injusticia, sí.
Los misterios de la vida de Cristo no son misterios a celebrar en gozosa y estéril contemplación, sino misterios a encarnar en nuestras vidas para que sean oración litúrgica y acción de gracias al Padre en medio de la vida de los hombres, ¿Cómo podemos celebrar el misterio Pascual si luego huimos de las exigencias que este nos demanda cada día? Y el cristiano solo tiene una exigencia: construir el Reino de Dios en este mundo asumiendo el destino de Jesús de Nazaret. Es la herencia que él nos dejó, no hay otro camino; “Si a mí me persiguieron también os perseguirán a vosotros”, nos lo dejó dicho bien claro.
El profeta y el Justo que, como Jesús, mueren por la justicia y la verdad, denuncian el mal de este mundo y ponen en jaque a los sistemas cerrados que pretenden monopolizar la vedad y el bien. Pero, ¿quién se atreve a asumir el papel del profeta y del justo? Es más fácil construir falsos tabores y así nuestra fe capitula en aras del poder establecido, sea político o religioso.
Tenemos que escuchar la voz de Jesús invitándonos a bajar del monte y subir a Jerusalén a morir con Él fuera de las murallas. Tenemos que asumir el destino de multitud de testigos que hoy siguen encarnando en sus vidas la pasión de Cristo. Son los únicos que tienen derecho a subir al monte a descansar un poco de la dureza de sus trabajos, de la dura ascesis de denunciar la injusticia y opresión de los humildes hermanos de nuestro amado Señor.
Buenísimo el texto, realista y lleno de caridad sin fingimiento… mil gracias. Un abrazo como siempre.
Maravillosa reflexión , toca el corazón. Gracias.
La homilía me confronta.
Creo que estoy instalado en mi tabor particular, atado por las cadenas de mis limitaciones ( que son muchas, o, al menos, éso a mi me parece).
La Cuaresma me invita a abrirme.
Gracias.
Gracias
Gracias!!
El Señor sabe muy bien que hay cosas que nosotros no podemos cambiar aunque queramos, lo que nos pide es aliviar a los que las sufren .
Señor Jesús danos tu Gracia, transfigura nuestro corazón para ser capaces de aceptar lo que nos mandas.
Gracias!!
Fresca ducha de realidad, de verdad. Para recordar y no perder el norte. Graciñas.