Acabamos de escuchar unas palabras de Jesús que seguro que a todos nos han resultado rechinantes: si no os convertís, todos pereceréis… ¿Cómo podemos interpretarlas? ¿Qué significan en realidad? A mi, me evocan a aquellas otras de Ex. 33, 20: quien ve a Dios no puede quedar vivo, lo que entendemos literalmente como que, si vemos a Dios, Él nos destruye. Pero no quiere decir eso; su significado es mucho más profundo. Ver a Dios quiere decir conocerle, encontrarse con Él, y este encuentro no nos deja indiferentes. Quien ve a Dios cambia, es transformado, muere al hombre viejo para renacer al hombre nuevo. El hombre viejo no queda con vida porque se transforma en una criatura nueva.
La conversión o metanoia, va mucho más allá del sentimiento de culpa o remordimiento, que le solemos dar al término arrepentimiento. La conversión, es una transformación, un movimiento interior que surge en toda persona que se encuentra insatisfecha consigo misma. Los primeros cristianos decían, del que se encontraba con Cristo, que había experimentado una profunda metanoia, una transformación profunda del corazón y de la mente, una manera nueva de cómo se ve y acepta a los hombres, la vida y las cosas.
La conversión es fruto del Espíritu Santo y la huella más segura de su acción en la vida de una persona. Es un volverse totalmente, es una conmoción del corazón. Despliega en lo más profundo un proceso transfigurador, gracias al cual el corazón se libera de toda dureza y rigidez; abandona el egoísmo y la ambición, se libera de sí y se abandona a Dios. No hay ninguna otra situación humana en la que Dios esté presente de una manera tan diáfana.
La compunción del corazón quizás sea el primero y gran fruto de la metanoia. Al pecador perdonado, la antigua tradición monástica siria le llamaba abîla, que quiere decir llorón, el que llora su pecado. El don de las lágrimas es uno de los dones más queridos para toda el monacato cristiano y la finalidad de todo el camino cuaresmal.
Nadie puede conocer su pecado sin conocer al mismo tiempo a Dios. No antes ni después, sino en el mismo instante, en una sola y misma intuición de la gracia. El que cree estar preparado para conocer su pecado fuera de este encuentro con Dios, es un iluso. Confunde el arrepentimiento con un sentimiento de culpabilidad, más o menos felizmente desarrollado, con el que todo hombre normal tiene algo que ver. O bien ajusta su conducta a una lista de obligaciones y prohibiciones, con la preocupación de estar en regla. Pero no tiene ni idea de su verdadero pecado porque no conoce a Dios (André Louf)
No podemos confundir la verdadera compunción con el sentimiento de culpa. En el sentimiento de culpa, es Narciso quien se mira a sí mismo ante el espejo, no se gusta y necesita purificar o limpiar su imagen. No hay ninguna referencia a Dios, sólo a la propia conciencia, normalmente tan estrecha que, en definitiva, a lo único que le conduce es a mirarse permanentemente el ombligo. Este sentimiento es egocéntrico, entumece, da vueltas sobre sí mismo como una peonza, y fácilmente cae en uno de los peores vicios: la autocompasión. La autocompasión supone una relación egocéntrica, paralizante y sin ninguna perspectiva de que haya salida fuera de sí misma.
El verdadero arrepentimiento es fruto de un encuentro. Cuando la mirada de Jesús se posa en el corazón, tocándolo, el corazón es molido, aplastado, hecho pedazos; el corazón de piedra, del que habla la Biblia, se rompe. De esta herida en el corazón brota el agua de las lágrimas del arrepentimiento. Se siente una dolorosa alegría: tarde te amé hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé, decía San Agustín, o lo que se cuenta de Francisco de Asís que tras la experiencia de su metanoia, sobrecogido por un Amor que todo lo envolvía, que le devolvía a la vida, que le producía una dicha desconocida hasta entonces, iba gritando, dolorosa y gozosamente, a sus vecinos, por las calles de su pueblo: ¡el Amor no es amado, el Amor no es amado!, como queriendo decir: pero, ¡cómo podemos ser tan tontos que estamos desperdiciando nuestra vida, perdiéndonos en tantas estupideces, cuando nuestra felicidad es conocer eso que no tiene parangón, el Amor que me amó primero!
El amor y la compunción del corazón son como la piedra preciosa y el oro con el que el engastador la sujeta y protege. Sin la compunción del corazón el amor no es estable, no puede ser profundo. Es la experiencia única de que Dios nos amó primero -me ama incondicional y gratuitamente- de la que nace la verdadera experiencia del amor. La compunción del corazón hace a la persona capaz de mirar con ternura y esperanza el mal del mundo -que en estos días nos tiene conmocionados- sin darse nunca por vencido, sin cansarse de esperar contra toda esperanza, sin echarse jamás atrás.
¿Y qué tiene que ver la compunción del corazón con la celebración de los sagrados Misterios de la Semana Santa, a la que nos encamina este tiempo de Cuaresma? La compunción tiene, inicialmente, un lado oscuro, de duelo, por la muerte del hombre viejo, pero después se revela su vertiente luminosa, la experiencia de la Resurrección: de las lágrimas de la compunción brotarán una alegría inefable y la espiga del conocimiento. La luz de la sabiduría le iluminará, y tal hombre se convertirá en un candelabro de luz eterna para orientar a los hombres (Nicetas Stéthatos)
Está muy bien dejar de ser unos Narcisos……
Que la compunción de nuestros corazones nos haga mantener la esperanza y ternura de todo lo que acontece.
Nuevamente GRACIAS
Gracias Bendita Comunidad!!
Compunción y conversión para el tiempo cuaresmal..Muchas gracias.
Compunción y conversión , actitudes cuaresmales
Muchas gracias
Gracias
Amén !!! Preciosa!
El séptimo párrafo con el óleo de San Francisco de Asís te invitan a hincarte de rodillas frente a la Cruz y no parar de llorar ¡ que bueno es Nuestro Jesús!
Gracias
Gracias