Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y sendas en las aguas impetuosas: (…) No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? (Is 43,16.18-19)
Delante de la mujer encontrada en adulterio, ¿qué ven los escribas y fariseos al mirarla? y ¿qué ve Jesús? (Cf. Jn 8,1-11) ¿Puede brotar algo nuevo para esta mujer en una situación tan humillante y amenazadora? ¿Cómo ser discípulos del Señor que abre caminos en el mar y sendas en las aguas impetuosas, y que ofrece aguas en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de su pueblo (Is 43,16.20)?
Nuestro modo de mirar dice cuál es nuestro lugar existencial y la calidad de la luz que proyectamos sobre la realidad. Jesús, según el evangelista Mateo, nos pone sobre aviso: El ojo es la lámpara del cuerpo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo está en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tiniebla, ¡qué grande será la oscuridad! (Mt 6, 22-23).
Las condiciones del sujeto que mira –condiciones afectivas, intelectuales, espirituales, culturales– condicionan o podrán incluso determinar la mirada que tenemos sobre la realidad. No miramos simplemente lo que queremos, como si la mirada fuera exclusivamente fruto de nuestra voluntad y determinación subjetiva; miramos, sí, lo que podemos, aquello que nuestras condiciones personales, nuestra experiencia, permiten.
Los seres humanos no se limitan a recibir luz. También iluminan. La luz no nos viene solamente de fuera; proyectamos luz e iluminamos a partir de dentro. Importa, por lo tanto, interrogar el lugar existencial a partir del cual se ve, el ángulo desde el cual miramos, que en definitiva es siempre un ángulo afectivo, a partir del cual proyectamos luz sobre toda la realidad.
Si la luz con la que se mira es la del resentimiento, de la frustración, de la apatía, de los celos o de la envidia, toda la realidad aparecerá bajo esa luz. En nuestra mirada se refleja la calidad de nuestra morada interior. Nuestra mirada revela el lugar que Dios tiene o no en nuestro corazón y, a la vez, la humildad o su ausencia para reconocer la propia vulnerabilidad.
Para los escribas y fariseos, apoyados en la fuerza de la Ley, todo se decide de forma extrínseca, como si aquella mujer no tuviera nada que ver con su experiencia de humanidad, con lo que llevan en su corazón. El silencio de Jesús y su interpelación (el que esté sin pecado, que tire la primera piedra) crean un espacio de conexión entre la vida de aquella mujer y la vida de aquellos hombres, posibilitando la experiencia de una vulnerabilidad compartida. En Jesús, el lugar de Dios es desplazado de la objetividad fría de la Ley para un territorio de vulnerabilidad, que es el corazón humano. El Dios vulnerable no se mueve entre cánones y piedras; el Dios vulnerable se mueve entre sangre y lágrimas, contradicciones y divisiones interiores, multitud de deseos, ilusiones y frustraciones, pérdidas y encuentros, tropiezos, caídas y recomienzos, entre todo lo que forma parte de nuestra vida frágil. El Dios vulnerable siempre está realizando algo nuevo con el barro de que estamos hechos, pues su pasión es la reconstrucción de lo humano. ¿No lo notáis?
¿Cómo podemos notarlo? Cuando decimos que vemos, ¿desde dónde miramos y hacia dónde miramos?
La mirada sensible a lo nuevo que siempre está brotando, que es una mirada sensible a la presencia de Dios, al Dios amante de la Vida, es posible cuando en el sujeto que mira cohabitan: a) la reconciliación y la gratitud con su origen y recorrido biográfico; b) la apertura y la confianza con se sitúa delante del futuro; c) la capacidad de escucha, asumiendo la actitud del discípulo; d) la confesión humilde de su finitud y de su vulnerabilidad.
Estas coordinadas son interdependientes y funcionan como vasos comunicantes, y requieren, evidentemente, un trabajo interior continuado. No es nada evidente que el pasado genere gratitud, que el futuro suscite confianza y atraiga nuestra libertad, que seamos atentos y diligentes para la escucha y que reconozcamos nuestra fragilidad.
Lo que posibilita una mirada pascual sobre toda la realidad es la experiencia de encuentro con Jesús, Luz del mundo. Si queremos ver la novedad de la vida brotando, contemplar su belleza y bondad, dejemos que Jesús abrace nuestra historia y que sea el Señor de nuestra existencia. Si experimentamos el amor de su corazón compasivo, Él será la luz que proyectamos sobre toda la realidad. La mujer encontrada en adulterio experimentó la calidad de la mirada de Jesús, una mirada que nos permite ser lo que somos, amados como somos, sin necesidad de disfraces. Nada sabemos del futuro de esta mujer, pero algo podemos intuir: su encuentro con Jesús transformó su mirada sobre la realidad, de tal forma que posiblemente empezó a descubrir aguas abundantes donde otros solo veían desiertos. Esta mujer, podemos decir, descubrió el sentido pascual de la vida, para ella y para todos.
Caminamos hacia la Pascua. El apóstol Pablo es buena compañía en este itinerario: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor (…) Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él (Fil 3,8-9).
Agradecidos, confiados, atentos, frágiles…
Gracias querida Comunidad!!
Gracias por esta enseñanza tan minuciosa!!!
Y cuando la vulnerabilidad nos abruma siempre podemos volver al pozo de Sicar donde Jesús reinicia una larga conversación….Dame de beber…..
Muchísimas gracias!
Ciertamente, queridos monjes, vosotros sois la LUZ sobre el MONTE y dadme permiso para escribirlo porque es lo que siento, tan escondidos en la vida humilde y llenos de fulgor. Seguramente, la conciencia que tenéis y el don de la humildad que CUANDO INVADE deslumbra y casi ciega, os impide ver y, esto es un misterioso signo, el trueno de vuestra luz en el mundo, conocí a uno que me contó que había recibido de Jesús, el nombre nuevo y le oyó decir: «menos que ná», y el Maestro lo dijo con una sonrisa…Ciertamente, algo nuevo está surgiendo. No puedo terminar de dar gracias por vosotros al Espíritu Santo, si no lo escribiera todo este teclado no pararía de decirlo a gritos.Gracias por vuestra entrega.
Gracias por las lágrimas