Pascua

Yo os conjuro, muchachas de Jerusalén,
que no molestéis ni despertéis a mi amor,
hasta que Él quiera.

Alguien dijo que el cometa del amor no roza nuestro corazón más que una vez por eternidad. Hay que estar vigilante para verlo. Hay que esperar mucho tiempo, mucho tiempo, mucho tiempo. Es ese el estado natural del amor: esperar, esperar, esperar. Más allá de la precipitación y del ruido. Más allá de toda crisis. Esperar apaciblemente, para que el amor se sienta como en su casa. Es necesario que el amor se sienta en su casa, es decir en nosotros. Es importante que venga, que ocurra algo, que haya un encuentro.

Para saber lo que les aconteció a aquellas mujeres al amanecer de aquel primer día de la semana, uno tiene que haber sido mirado al menos una vez, haber sido amado al menos una vez, haber sido sostenido al menos una vez.

Y después, cuando eso ha sido dado, incluso si ya no te sostienen, incluso si ya no te aman, incluso si ya no te miran, aquello que ha sido dado, verdaderamente dado una vez, lo ha sido para siempre. En ese momento, puedes ir hacia el encuentro con la vida como una alondra puede ir hacia el pleno cielo.

E incluso si lo que se te ha dado desaparece, ¡eso permanece abierto! ¡A partir de ahí, es una libertad, una respiración inimaginable! Después puedes perderte, eso ya no tiene importancia. Después puedes aburrirte, eso ya no tiene importancia. Después puedes incluso conocer la mala soledad en ciertos momentos, eso ya no tiene importancia. Es como si te hubieran dado un alimento que es suficiente. Que es suficiente incluso si no es renovado, incluso si no se vuelve a dar, incluso si no se sabe muy bien en qué consiste. Es suficiente quizás con haber recibido esto, y con no dudar que ha sido dado. Con no poner la duda en ello. Con, quizás, mantener el resto de la vida en un gran estremecimiento, en una fiebre, en una inquietud, pero no dudar de ese leve roce en el corazón.

La espera no es forzosamente buena siempre. A veces está al borde de ser pesada. Está a veces al borde de ser aburrida. Sin embargo, no hay que tener demasiado miedo al aburrimiento. Es una cosa interesante, y no es tan mala como dicen. Es necesaria para ir hacia el momento en el que va a llegar. Esperar eso todos los días. Y todos los días eso llega. Pero a veces llega en el límite, en el extremo final del día, cuando se puede pensar que ya estaba perdido. Cuando se puede pensar que es un día plasta, pesado, que no ha nacido. Pero la mayor parte del tiempo -porque también hay algunos días así, como ladrillos- hay algo que es del orden del milagro, que llega… Basta con esperar. Basta con dejar pasar la súbita pesadez del tiempo, y de uno mismo en el tiempo, esa pesadez que está en uno mismo de repente. Más que el tiempo, es uno mismo el que está en cuestión. Basta entonces con dejar pasar esa pesadez, sobre todo no contrariarla, no querer huir de ella.

Lo más sano en esta vida es mirarla de frente, de frente; incluido, antes que nada, aquello que en ella no nos gusta. Aquello que no corresponde a lo que nosotros nos imaginamos de ella, aquello que esperamos. A veces eso toma precisamente la forma de algo que va a ser de tal manera imprevisible que en un primer momento me va a herir, me va a contrariar. Es por ahí que yo conozco la vida. Cuando me contradice, cuando me trata duramente. Pero quizás uno no puede siempre afrontar esto. Uno no tiene siempre el corazón orientado hacia ello. Uno tiene necesidad de una paz mucho más rápida. Quizás menos verdadera, pero más rápida. Se tiene la necesidad de una perfusión inmediata de imágenes de calma, de superficie.

En el fondo aquello que yo espero es aquello que no espero. Lo que espero es lo inesperado. Lo que espero es aquello que, por definición, no puedo incluso ni imaginarme esperar. Es como una ventana que se abre de repente y al borde de la cual tuviera necesidad de asomarme. Es un estado casi vertiginoso. Es la experiencia del Resucitado.

De pronto, Jesús, les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies.

En esta Noche Santa, la luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu. El cirio encendido en nuestro interior, consagrado a su nombre, arda sin apagarse. Y el Lucero que no conoce el ocaso brille sereno para el linaje humano, y goce el Universo inundado de tanta claridad, por los siglos de los siglos. ¡¡¡ALELUYA!!!

9 comentarios en “Pascua

  1. Mari Carmen Hernández dijo:

    Muchas gracias.
    FELIZ DOMINGO DE RESURRECCIÓN, creemos y tenemos la certeza que ÉL VIVE , con confianza y esperanza estemos en camino junto a ÉL hacia Galilea.
    ALELUYA.

  2. Pedro Garciarias dijo:

    ¡Cuánta experiencia y humanidad hay en quien escribió este texto!, destila VERDAD por los cuatro costados, mil gracias y muy feliz Pascua con el Resucitado, os he tenido muy presente todos estos días, me llegó el aleluya comunitario.

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