«Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo… En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,33-35). Como diciendo: Permaneceré con vosotros en el amor que tendréis unos a otros.
La iglesia celebra hoy la canonización de Carlos de Foucauld que, seducido por la vida escondida de Jesús en Nazaret, quiso ser el hermano universal, identificándose con los últimos, y que murió entre los más abandonados en el interior del desierto africano, él que había nacido en el centro de la ciudad de Estrasburgo.
«Todos somos hijos del Padre celestial. Hemos de ver en todos los hombres a hijos queridos de Dios. No en los buenos, sino en todos: todos son hijos de Dios, y por eso hemos de portarnos con ellos de la manera amorosa en que se comporta un buen hermano, que no cambia aunque su hermano le haga mal o se comporte indignamente. Esta fraternidad real de todos los hombres conlleva una ternura de sentimientos, una amabilidad en las palabras, una caridad en los actos que explica todos los preceptos del Evangelio relativos a la caridad, a la paz y a la bondad.» (C. Foucauld, Meditaciones sobre el evangelio)
Hemos de ver en todos los hombres a hijos queridos de Dios. Nuestra mirada dicotómica sigue separando los buenos de los malos, impidiendo ver a algunos como hermanos. Etiquetar y separar es una forma de no confrontarnos con lo que llevamos dentro. Naturalmente que cada uno de nosotros está siempre en el grupo de los buenos. ¡Es increíble que sigamos creyendo en esta mistificación!
En estos últimos tiempos somos confrontados cotidianamente con la realidad de la guerra. Aunque, como suele ocurrir, el paso del tiempo pueda conducirnos a un cierto adormecimiento de la conciencia. Si esta guerra nos ayudase a confrontarnos con las guerras que llevamos dentro, podría suscitar pasos significativos en la construcción de la paz. Todas las vidas son vidas heridas, tantas veces por la experiencia del desamor y del abandono, y lo más inmediato es que nuestras heridas se transformen en violencia. ¿Podremos encontrarles otro destino?
Una persona que reconoce las guerras que lleva dentro de sí y las contradicciones asociadas y que, a la vez, se expone a la experiencia de ser amada incondicionalmente por el Príncipe de la paz, Jesús, nuestro Pastor herido, que cambió la lógica de la violencia por un amor desmedido hasta el fin, esa persona se transforma en una casa abierta para todos los heridos de la vida, para todos, incluso para aquellos que insistimos en dejar de fuera, porque nos parecen demasiado distantes: los que corrompen y exploran, los que matan, los que abusan y violan, los que pregonan la intolerancia, todos aquellos cuyas heridas se transformaron en violencia y que nosotros enviamos rápidamente para el grupo de los malos, concluyendo precipitadamente que no son de los nuestros. Si nos detenemos un poco y si escuchamos el corazón, sabemos bien que compartimos la misma humanidad, la misma debilidad y las mismas tentaciones, y que la historia de cada ser humano es un misterio que nunca puede ser descifrado exclusivamente desde la voluntad y de las opciones morales individuales.
Cuando nos habitamos y acogemos el abrazo de Dios a la totalidad de nuestro ser y de nuestra historia, y nos acercamos a cada ser humano desde el silencio, descubrimos que, más allá de la superficialidad de los rótulos, somos todos hijos e hijas de Dios, profundamente amados por Él, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos; Él que nos exhortó a que no nos precipitáramos a separar el trigo de la cizaña. ¡El evangelio es un escándalo, una escandalosa oferta de gracia!
Cuantas heridas serían curadas o ni siquiera habrían surgido si demoliéramos la imagen del enemigo que tenemos (al menos en nuestra imaginación) de muchos seres humanos –que, además, es casi siempre nuestra imagen que proyectamos en ellos- y si viéramos en ellos Cristo, sin necesidad de idealizarlos. Esto solo ocurrirá cuando reconozcamos que la imagen de Cristo en nosotros no existe sin rasguños, y que también Él en nosotros no es muy fácil de ser reconocido por los demás.
No nos confundamos: la imagen de Cristo no tiene nada que ver con la idealización de una vida perfecta. Tantas veces es nuestro orgullo que se instala y se alimenta de esa idealización. La imagen de Cristo en nosotros tiene muchos rasguños, y es justamente por ello que podemos ser testigos creíbles de su Pascua para muchos heridos de la vida. Nuestros rasguños o nuestras llagas más profundas pueden crear espacios de fraternidad en los lugares y situaciones más imprevisibles.
Carlos de Foucauld fue, ante todo, un hombre de oración, un hombre herido anclado en el corazón de Jesús. El orante abraza fraternalmente toda la realidad, incluso cuando ésta le parece incomprensible, porque, desde la mirada de Dios, todos los seres humanos son amables, empezando por los más despreciables a los ojos del mundo.
Para Carlos de Foucauld, la fe es lo que despoja al mundo de su máscara y muestra Dios en todas las cosas. Pidamos a San Carlos que desde el último lugar, el lugar elegido por Jesús, el lugar del hermano universal, aprendamos a ver cómo todas las cosas son nuevas, sobre todo las personas con quienes vivimos todos los días, porque todo está lleno de la gloria de Dios.
Amén!!
¡¡¡Bendito escándalo!!! el de la palabra del Maestro, casi todo es tan duro que a veces me parece que voy como dicen los marinos «con el mar de proa» y este oleaje, ya se conoce, es capaz de partir en dos un petrolero, entonces me recuerda el Espíritu lo que dijo Jesús en medio del oleaje: hombres de poca fe… y entonces la pido sin parar, aunque con una sola vez basta para el siempre escucha, pero la pido sin parar. La reflexión enviada es buena, buena por ser práctica y esperanzadora. La canonización de Foucauld es un regalo, fue mi inspiración a los 20 años y sigue hasta hoy que vivo en mi 75 años- Mil gracias por tan inspirados envíos.
Foi com alegria e emoção que encontrei aqui referência a Carlos de Foucauld. Sim, «Pidamos a San Carlos que desde el último lugar, el lugar elegido por Jesús, el lugar del hermano universal, aprendamos a ver cómo todas las cosas son nuevas, sobre todo las personas con quienes vivimos todos los días, porque todo está lleno de la gloria de Dios.»
.¡Qué difícil frenar el impulso de «arrancar la cizaña»…!
Gracias
Muchas gracias por estas palabras sanadoras, reconozco que con algunas “ he tocado fondo y sin escafandra “…..
Gracias también por hacer presente, en éste día tan especial, a Charles de Foucauld !!!
Gracias !!!!
Gracias por el comentario
Gracias
Comparto el amor entrañable por nuestro amigo espiritual, Charles de Foucauld. Y agradezco cada palabra de este comentario, que me colma de paz, gozo y ánimo.